Juan Carlos Girauta-ABC
- «El PP era, hasta el jueves, la formación llamada a liderar la alternativa al sanchismo. El sanchismo traerá, si se prolonga otra legislatura, el final del imperio de la ley, la muerte de la separación de poderes, la liquidación de los derechos fundamentales y la consolidación definitiva de las desigualdades territoriales»
La lógica última de la disuasión nuclear, monitorizada durante la Guerra Fría por las mejores mentes del mundo, era esta: dado que el uso de un arma tal comportaría con seguridad la mutua destrucción, su posesión por ambos bandos garantizaba, precisamente, que no se utilizaría. Pese a que otras mentes brillantes, como Bertrand Russell, discreparon ruidosamente, esta lógica se demostró acertada porque quienes tomaban las decisiones eran racionales.
La vida interna de un gran partido político es una guerra fría, con marco bipolar, cuando junto al liderazgo orgánico existe otro de facto. No hay enemigos peores que ciertos compañeros del partido, con la excepción quizá de algunas exparejas. El PP era, hasta el jueves, la formación llamada a liderar la alternativa al sanchismo. Este punto es de capital importancia a la hora de juzgar lo sucedido. El sanchismo traerá, si se prolonga otra legislatura, el final del imperio de la ley, la muerte de la separación de poderes, la liquidación de los derechos fundamentales y la consolidación definitiva de las desigualdades territoriales, privilegiando para siempre a los españoles a quienes repugna tal condición sobre aquellos que la llevan con naturalidad. Este era el cometido del PP: acabar con el sanchismo cuanto antes. Hasta el jueves. Hoy ya no puede aspirar a ello. Vox le ha superado en las encuestas y seguirá ensanchando su distancia durante los próximos meses. La gente desconfía de los partidos rotos.
La causa eficiente de lo sucedido es una decisión de Ayuso: celebrar la rueda de prensa de hace tres días en los términos que libremente escogió. Causa eficiente, digo. Es un hecho, y los hechos no se discuten. Un hecho doloroso para los que reconocemos en ella a la mejor gestora política de España, a quien sirvió de ejemplo en Occidente a la hora de manejar la pandemia, a un imán del voto y a uno de los pocos políticos liberal-conservadores que disfrutan triturando a la izquierda. Pero ella lanzó la bomba nuclear, esa que existe para no ser utilizada, contra la cúpula de su partido. No sé si se dio cuenta de que acababa de poner en marcha la destrucción mutua asegurada. Casado ya no será presidente del Gobierno y ella ya no será nunca más candidata del PP. Por un comprensible desconocimiento, muchos considerarán que Ayuso lo tiene fácil: ¡Que cree su propio partido! ¿No cuenta al fin y al cabo con millones de admiradores en el conjunto de España? Bueno, se da la circunstancia de que entre mis experiencias vitales está la de participar, desde primera línea, en la construcción de un partido nacional. Así que, echando mano de un giro anglicano (que diría Carmen Calvo), créanme cuando les digo que ese es uno de los proyectos más difíciles que imaginarse pueda. Para hacerlo necesitas un Fran Hervías. Y Fran Hervías solo hay uno, que trabaja en Génova 13.
Lanzado el misil, el PP está condenado a ser un partido de 50 escaños tras las próximas generales. Si Ayuso crea una plataforma ‘ad hoc’, reinará en Madrid por muchos años. Si tiene mayores ambiciones y se hace con algo parecido a un partido nacional, estas serán las opciones para el votante contrario al sanchismo, por orden de importancia: Vox, PP, lo de Ayuso y Ciudadanos, que algunos todavía creen antisanchista. Un voto tan fragmentado significa, para el mismo número de sufragios, muchos menos escaños. Cosas de la absurda ley electoral que el PP de Rajoy se negó a cambiar. Resumiendo, a partir de la rueda de prensa del jueves, podemos dar por hecho que Sánchez gobernará otra legislatura. Y eso, insisto, es lo que debería preocuparnos.
Claro que yo no soy nadie para reprender a quien prefiera distraerse con asuntos secundarios, con cuestiones que serían importantes en otras circunstancias pero que la inevitable prolongación del sanchismo convierte en insignificantes. Por ejemplo, si el hermano de Ayuso debió contratar o no con la CAM; si ella sabía o no de tal contratación; si esta fue legal pero poco ética; si fue perfectamente ética porque el hermano se dedicaba a estas actividades desde hacía más de dos décadas; si La Moncloa habló antes con ella o con Casado, etc.
Sí es relevante que se pusieran a investigar ilegítimamente a Ayuso, a su familia y a sus exparejas. Lo es como causa de la causa eficiente: es por tal bajeza que Ayuso estalló. Ahora bien, existe el teléfono rojo. ¿Por qué no advirtió a Casado de lo que se le venía encima en caso de no echar a quien había encargado las investigaciones y de no convocar el congreso regional, asunto que trae a la presidenta por el camino de la amargura? Y si se lo advirtió, ¿es posible que Casado, conociendo a su examiga Isabel desde hace tantos años, no la creyera capaz de apretar el botón nuclear?
La dimisión del sujeto Carromero confirma que fue él, como mínimo, el encargado de marranear con detectives en perjuicio de Ayuso. Resta por saber si lo hizo ‘motu proprio’, por indicación de su jefe Almeida, o siguiendo instrucciones de su amigo Casado. Sinceramente, no me imagino al alcalde de Madrid ni al todavía jefe de la oposición realizando semejante encargo. Se acabará sabiendo. Lo que está fuera de duda es que una red de zascandiles incrustada en el aparato madrileño del PP ha hecho la vida imposible a la presidenta, y que quienes podían detenerlos no lo hicieron. Almeida se deshizo del sujeto Carromero después de lanzado el misil fatal. Es incomprensible que no actuara antes. Que tuviera que llegar la destrucción mutua asegurada para mirar a los ojos a su coordinador y preguntarle por los detectives. Abascal, sabiamente, guarda silencio.