IGNACIO CAMACHO – ABC – 18/07/16
· España aún no dispone de un consenso social saludable sobre la Guerra Civil, sin sesgos, ni mitos ni revisionismos.
Es posible que hubiese un error. Acaso por exceso de confianza, el pacto de reconciliación que hizo posible la actual democracia cayó en una equivocación metodológica: se trataba de un acuerdo de olvido, sí, pero de olvido moral: no de olvido intelectual ni mucho menos pedagógico. Urgidos por cerrar heridas, por superar las secuelas de la Guerra Civil y de su continuación en la dictadura, los españoles de la Transición pusieron –pusimos– tanto empeño en obviar la tragedia que desdeñamos la necesidad de asumirla como parte de un aprendizaje social.
Y la aparcamos en el limbo de una especie de tabú político intangible para la pedagogía, sin tener en cuenta que donde no entra la ciencia surgen los mitos. De tal manera que cuatro décadas después aquel conflicto encapsulado ha regresado a la memoria colectiva moldeado por el desastroso efecto de diversas reinvenciones mitológicas. El error que hoy afecta a las nuevas generaciones estuvo en la falta de un relato consistente, objetivo y perdurable del drama que frustró el siglo XX en España. En la ausencia de una didáctica del fracaso.
No ha sido culpa de los historiadores, que han escrito miles de libros, millones de páginas; pocas contiendas hay tan concienzudamente investigadas. La responsabilidad fue del sistema educativo, cuyas bases nacieron impregnadas de la necesidad de cicatrizar el enfrentamiento. Esa bienaventurada intención soslayó sin embargo la importancia de una sólida narrativa de la catástrofe a partir de la cual construir un futuro sin traumas. La Transición no tuvo en cuenta que su épica reconciliatoria sólo iba a tener valor para la generación que la vivió con entusiasta protagonismo biográfico. Pero no servía más allá. No sin el respaldo de un sólido esfuerzo pedagógico.
Sólo así se explica que al cabo de ochenta años –o cuarenta si consideramos el franquismo como una prolongación de la guerra– perviva la sensación de un enfrentamiento mal resuelto. Resulta desalentador que los mitos treintañistas iluminen aún ciertos conceptos esenciales para organizar la convivencia.
Que muchos ciudadanos, de forma alarmante los más jóvenes, alberguen aún una idea del conflicto mediatizada por los prejuicios ideológicos o sesgada por la transmisión oral de sus mayores. Que el país no disponga de un consenso histórico ajeno a parcialidades y revisionismos. Que el peso del drama bélico difumine el restablecimiento de la democracia como hecho fundacional del actual Estado. Y lo que es mucho más grave, que aquella siniestra combinación de estupidez y de crueldad (Chaves Nogales) pueda servir todavía de referencia o fuente de legitimidad política.
Sí, tal vez el compromiso de la Transición fuese fruto de una ingenuidad, o de una generosidad casi rousseauniana que confundió olvido con desmemoria. Aunque hay algo peor que olvidar la Historia, y es aprenderla –o enseñarla– como no fue.
IGNACIO CAMACHO – ABC – 18/07/16