IGNACIO MARCO-GARDOQUI-EL CORREO

Cuando empezó la invasión rusa de Ucrania, muchos pensamos que sus consecuencias económicas iban a ser profundas, pero no duraderas. Suponíamos que dada la desigualdad de las fuerzas enfrentadas, el conflicto tendría poca duración y, tras haber demostrado su poderío, cambiado al Gobierno democrático e impuesto determinadas reglas, los rusos se retirarían. Su poder militar es grande, pero su resistencia económica es limitada, a pesar de que nosotros mismos pagamos la invasión con nuestras compras de gas a precios elevados por la propia guerra. La UE importa de Rusia el 37% de su consumo, lo que supone el 85% de las exportaciones rusas. Muchos miles de millones de euros entregados al agresor.

Bueno, pues los acontecimientos no se desarrollan exactamente así. El imponente ejército ruso está teniendo muchas dificultades en su avance. En más de una semana -hasta el pasado viernes- tan solo había ocupado una capital de provincia, sus columnas motorizadas avanzan muy despacio y la resistencia que encuentran es mayor de la esperada. La reacción de Putin, además de mentir de manera compulsiva con eso de que todos sus objetivos estaban siendo alcanzados, consiste en mantener la escalada verbal y prometer la militar. Amenaza sin pestañear con la guerra nuclear y bombardea sin cautela la central nuclear de Zaporiyia, la mayor de Europa, que ya ha ocupado.

«Las sanciones impuestas están causando estragos en Occidente, sobre todo en Europa»

Total, que quienes pensamos así nos equivocamos. Putin no va a cejar en su empeño, las represalias económicas de la UE y de los EE UU han sido más contundentes de lo previsto y más eficaces de lo esperado. La economía rusa se hunde. Su deuda ha bajado al nivel del ‘bono basura’, los tipos de interés han subido al 20% y la Bolsa no puede abrir porque se derrumbaría en minutos. Son muchas las grandes empresas occidentales que abandonan el país y muchos los activos rusos que quedan bloqueados en Occidente. Hasta los suizos -unos artistas en eso de pasar desapercibidos y quedarse al margen de los problemas- han aceptado y seguido el consenso general. A Putin no le faltará el caviar, pero la vida en Rusia se está complicando mucho. Las protestas internas crecerán con el tiempo y eso obligará al Gobierno a endurecer la represión en una escalada que ya veremos cómo termina.

Como sucede en la medicina, donde una aspirina te quita el dolor de cabeza pero te puede dañar el estómago, las sanciones impuestas a Rusia están causando estragos en Occidente y en especial en Europa. Unos estragos que toman la forma de elevaciones terribles del precio del gas, de la electricidad, de ciertos minerales y de muchos productos agrícolas básicos; de pérdidas de contratos comerciales, de subidas de los riesgos y del costo de su prevención y de rupturas en las cadenas de suministros. Los costes industriales han subido en España un 35,7% en términos interanuales. ¿Cuántas empresas podrán repercutirlos en su totalidad y cuánto durará esa catástrofe económica? Dígame usted antes cuánto durará la locura rusa.. Pero no tiene buena pinta. Las cosas han ido demasiado lejos y el presidente Macron, para animarnos, asegura tras hablar con Putin que «lo peor está por llegar».

¿Se ha parado a pensar qué país se encuentra en la posición menos comprometida? Pues EE UU. Lo que son las cosas. Tienen mucho gas y mucho petróleo que los cobran a precios elevados, son grandes productores de cereales, dependen poco de la economía rusa, el rublo no amenaza al dólar en ningún terreno y ya han decidido que no enviarán tropas a Ucrania. Quizás por eso, Joe Biden mantiene en la lejanía una calma que los líderes europeos no se pueden permitir en la cercanía al foco del conflicto. Se ha pasado la época en la que el paraguas americano soportaba el grueso de la protección a Europa. Se lo hemos agradecido poco y se han cansado. En adelante, o sacamos nosotros las castañas o se nos quemarán en el fuego.