IGNACIO CAMACHO-ABC

  • Cuando te horrorices con razón por la inminente masacre no olvides quién abrió las puertas del infierno con su ataque

Id preparando imágenes de velitas y banderas para subirlas a las redes sociales cuando empiece la ofensiva israelí en Gaza. Porque no nos va a gustar: será dura y cruenta, poco apta para sensibilidades humanitarias, y es bastante verosímil que rebase los límites del derecho a la represalia. Pero debéis saber que toda esa liturgia candorosa en la que solemos descargar un sentimiento muy biempensante de conciencia solidaria carece por completo de relevancia. Que no sirve absolutamente para nada. Ni a los palestinos que van a morir les salvará la vida vuestro apoyo moral ni a los judíos que se disponen a arrasar sus casas les importa perder la batalla de la propaganda. Ya visteis la profunda conmoción (ironía, ojo) que el compungido luto mundial por Bataclán causó en la yihad islámica. Perded toda esperanza en una solución civilizada. La repulsa de la opinión pública occidental, confortablemente instalada en su burbuja de bienestar, nunca ha impedido una matanza en un territorio cuyos habitantes llevan décadas relacionándose a través de las armas.

Por no remontarnos más lejos, en 1948, el mismo día en que Israel se constituyó como nación independiente tras la retirada de los británicos fue invadida a la vez por todos sus flancos: el egipcio, el sirio, el libanés y el transjordano. Desde entonces, el cuestionado Estado hebreo ha sobrevivido a cañonazos. Unas veces con justicia y otras sin ella, ha defendido su existencia mediante el uso, a menudo desproporcionado, de la fuerza. Su población está no sólo acostumbrada sino entrenada para la guerra; sometida a una amenaza perpetua, ha articulado su cohesión civil y política en torno a una concienzuda voluntad colectiva de autodefensa. La memoria del Holocausto es la llama simbólica que transmite de generación en generación el espíritu de supervivencia. Y sólo quienes llevan dentro esa marca imborrable, esa huella genética, son capaces de entenderla.

Sin la menor duda vamos a asistir a atrocidades que harán olvidar a muchos europeos quién empezó, y de qué manera, el ataque. Los telediarios se volverán difíciles de contemplar sin que se nos atraganten las cenas familiares. En Ucrania apenas hemos visto correr la sangre pero ahora nos espera una cotidiana secuencia de masacres con su ristra de planos de cadáveres. El antisionismo, la variante contemporánea de un antisemitismo mal camuflado, explotará la violencia judía para ganar adeptos y clamar por una condena universal contra el Gobierno del antipático Netanyahu. Dentro de unos días es probable que nos horrorice el espectáculo de las montañas de muertos y el éxodo de los refugiados. Y tendremos razón siempre que no ignoremos la bárbara agresión previa del bando contrario. Pero recordad que vuestro compasivo pacifismo de catálogo tendrá escaso impacto en un pueblo decidido desde hace años a ganar la guerra, no el relato.