IGNACIO CAMACHO-ABC

 

Al Estado, que hasta ahora ha sido yunque, le toca ser martillo. Está prohibido flaquear o fracasar en el momento crítico

SIN laparoscopia ni anestesia: cirugía completa. Después de 45 das de titubeos, que el propio presidente admitió ayer, Rajoy ha decidido usar los poderes excepcionales de la Constitución en su expresión más plena. El artículo 155 aplicado al máximo de potencia. Ha comprendido que una espera tan larga, llena de oportunidades perdidas, no podía acabar con paños calientes ni soluciones intermedias: hacían falta medidas radicales para una situación de emergencia. El Gobierno ha cruzado al fin la frontera de la contemplatividad para plantarse ante la insurrección con un golpe firme en la mesa. Ha tardado pero al fin ha hecho lo correcto, lo que reclamaba el sentido de la responsabilidad por encima de tácticas y estrategias. Tiene detrás el respaldo de una nación cansada de soportar el zarandeo de su voluntad de convivencia; la España de ciudadanos libres e iguales, la España de las banderas, necesitaba sentirse amparada en su voluntad de autodefensa.

Ya no hay vuelta atrás, pero es que nunca la ha habido desde el momento en que los separatistas optaron por radicalizar el conflicto. Han sido ellos los que han roto el pacto de mutuas lealtades al empeñarse en imponer por las bravas su designio. Han intentado arrebatar la soberanía a su titular legitimo para arrogarse la facultad de decidir por si­ mismos. Han inventado una falsa legalidad paralela y arrastrado a su propia comunidad a ese desvarí­o. Han desdeñado a los españoles con insolente narcisismo. Han tergiversado la Historia, el presente y el futuro para construir una impostura colectiva basada en supercherías, ficciones y delirios. Han vuelto imposible el diálogo porque la razón y el Derecho no pueden dialogar con los prejuicios y los mitos.

Era una cuestión de autoridad democrática. Un imperativo legal, político y Ético, un precepto de potestad soberana. Detrás¡s del movimiento de secesión de Cataluña hay un proyecto de ruptura civil, un ataque al sistema, un asalto a la estructura institucional de España. Se trata de una revolución y el Estado tiene el deber de sofocarla. Puede que no sea fácil y que nos esperen jornadas ingratas, empezando por una posible declaración de independencia la próxima semana. Pero la alternativa consistía en resignarse, renunciar al imperio de la ley y capitular ante la amenaza.

 

Ahora el Gobierno, que ha fracasado en cada intento de mostrar firmeza ante el separatismo, está obligado a sostener su órdago con coraje y pulso decidido. Ha tomado la decisión adecuada, está cargado de razones y no puede flaquear en el desafío. Hasta ahora ha sigo yunque y le toca ser martillo; lo peor que podría suceder es que su pulso temblase en el momento crítico. Como los jugadores de rugby de Nueva Zelanda en el teatro Campoamor, el Estado ha bailado la haka, la sobrecogedora danza ritual para intimidar al enemigo. Pero será puro folclore si no gana el partido.