EL MUNDO – 05/05/16 – ARCADI ESPADA
· Hace unos meses Rafael Sánchez Ferlosio se encontró con su compañero de sabidurías Tomás Pollán para participar en la presentación del último libro del genio de Coria. No recuerdo si fue Pollán o Ignacio Echevarría el que al empezar mencionó la palabra «discusión», o tal vez fuera «polémica».
Lo cierto es que entonces Ferlosio habló y vino a decir que nada de polémicas ni de discusiones, que allí estaban los dos para ayudarse uno a otro, y si yo me caigo él me ayudará a levantarme y yo haré lo mismo, eso dijo más o menos textualmente. Ferlosio había descrito con su habitual calidez cuál es el profundo sentido de la discusión intelectual, que no es el de ganar al otro, sino el de buscar con la ayuda del otro la verdad. La discusión española casi nunca recorre ese camino, sino que prefiere el atajo lapidario, la destrucción retórica del interlocutor. No digamos ya en los nuevos usos digitales donde no hay otra verdad que el estropajoso zasca. Y, por supuesto, ni hablemos de la política, donde la competencia electoral arrasa cualquier discusión limpia y útil.
Comprendo las renuencias del presidente del gobierno a participar en los debates. En la última campaña electoral al señor Rajoy le giraron la cara de un salvaje puñetazo y el líder socialista le llamó «indecente». Pero tratar de que los debates no sean una procesión por el fango también es una responsabilidad de los políticos. Y la obligación de Rajoy es la de acudir a los debates y defenderse, y señalar, cuando se dé y sin más precisiones ad hominem, la indecencia.
Sus declaraciones de ayer en la Ser indican más bien lo contrario. Fue penoso verle responder que los debates no le apetecen a nadie, que hay que prepararlos, que requieren esfuerzo, que no son cómodos, que son una gran responsabilidad… con una voz pastosamente encajada entre el hastío y la pereza. Como al tiempo que decía eso repetía que no es bueno para el Partido Popular ni para España que él abandone el gobierno y la contienda, se deduce que Rajoy, que parece tener mejor opinión de sí mismo que del resto de los españoles, está librándose al sacrificio de una manera emocionante.
Debe tener cuidado. No es imposible que los españoles, gente menor pero orgullosa, en vez de agradecérselo le anuncien al presidente del gobierno que no es necesario que se tome tantas molestias por ellos.
EL MUNDO – 05/05/16 – ARCADI ESPADA