Ramón Pérez-Maura-El Debate
  • Hay una doble moral en la forma en la que se trata las relaciones con Rusia, que yo creo que deberían estar condenadas en todos los casos. No en esta hipócrita forma que tenemos de atacar al húngaro Victor Orban mientras hacemos la vista gorda con la Francia de Macron

Creo que tengo marcada una clara y coherente posición frente a la actuación de Rusia en Europa y el resto del mundo. Me aterroriza el discurso justificativo de su agresión antioccidental sustentado en la defensa de unos supuestos valores morales compatibles con el asesinato de los opositores a Putin -por no poner más ejemplos. He escrito esta misma semana aquí sobre mi preocupación por quienes creen que hay que asumir que Ucrania ha perdido la guerra contra Rusia y hay que ceder posiciones ante Putin.

Pero hay algo que cada día me preocupa más: la doble moral internacional frente a la agresión de Putin y las supuestas sanciones que se le aplican. A estas alturas me gustaría saber si de verdad queda en vigor (de forma efectiva) alguna de las penalizaciones impuestas en los últimos años.

He pasado la última semana en Biarritz. O para ser más exacto, en la casa que tenemos en Anglet, que viene a ser a Biarritz como Ruiloba a Comillas en mi tierra montañesa. Esta casa dista unos 250 metros de la que tiene la exmujer de Putin en la «Y» que forma la Avenue des Dunes con la Avenue du Vallon. Sólo un hoyo del maravilloso Golf de Chiberta separa la casa de los rusos del Mar Cantábrico. La casa ha tenido un lento proceso de reforma. Pasó a formar parte del patrimonio del mandatario ruso en 1996, cuando la compró por 400.000 euros y la puso a nombre de su mujer, Lyudmila. Entonces él solo era un alto funcionario en San Petersburgo a dónde había llegado en 1991. Su responsabilidad era promover las relaciones internacionales del ayuntamiento y las inversiones extranjeras allí. Al cumplir un año en el cargo, Putin ya fue investigado por el consejo legislativo de la ciudad que concluyó que había infravalorado precios y permitido la exportación de metales valorados en 93 millones de dólares a cambio de alimentos y ayuda que nunca llegaron. La investigación recomendó el despido de Putin, lo que no ocurrió y en 1996 se compró la casa de Anglet, que en 2016 pasó a manos de Artur Ochertny, que se casó ese mismo año con Lyudmila, que, a su vez, se había divorciado de Putin en 2013.

He visto la evolución de la casa a lo largo de los años. Se han hecho enormes reformas, aunque nunca la he visto habitada. Bien es verdad quevengo poco aquí. En los dos últimos años lo que más ha cambiado es su jardín en el que se han invertido cientos de miles de euros en desarrollar un paisajismo que no es una cuestión menor. Más bien tiene aspiraciones versallescas.

También en Biarritz hay otra casa de la familia Putin: Villa Altamira. No les oculto que como bisnieto de doña María Sanz de Sautuola me repatea bastante que una casa con ese nombre sea propiedad del oligarca Kirill Shamalov, que estuvo casado con Katerina Tikhonova que se cambió el apellido de su padre, Putin, por el de su abuela. La querencia rusa por esta ciudad viene de largo y a pocos metros de Villa Altamira, frente a la entrada del Hôtel du Palais, hay una notable y centenaria iglesia rusa ortodoxa.

Con estos ejemplos quiero decir que hay una doble moral en la forma en la que se trata las relaciones con Rusia, que yo creo que deberían estar condenadas en todos los casos. No en esta hipócrita forma que tenemos de atacar al húngaro Víctor Orban mientras hacemos la vista gorda con la Francia de Macron. Esta semana me han dado en Biarritz una tarjeta que guardo como una joya. Es una tarjeta de visita comercial, de la señora Ekaterina Bergeras (no tuve el gusto de verla). Se presenta como agente inmobiliario de una empresa que se llama Russes à Biarritz. No hará falta traducir. La tarjeta está escrita por un lado en alfabeto romano y por el otro en cirílico. Y tiene su sede, qué cosa más elegante, en el número «45 de la Av. du Président J.F. Kennedy» en el mismo Biarritz. ¿Qué hipocresía es esta de denunciar los entendimientos de Hungría con Rusia –con los que yo discrepo radicalmente– mientras se permite todo tipo de comercio de los rusos dentro de Francia, por poner un ejemplo? No sé Emmanuel Macron, pero tengo claro que Orban tiene un aire de mi admirado Rey Boris III de Bulgaria, que en los primeros años 40 decía: «Mi Ejército es germanófilo, mis diplomáticos anglófilos, el pueblo rusófilo y, finalmente, el único bulgarófilo soy yo», el primero de la Familia Real nacido en Bulgaria.

Por favor, menos hipocresía ante Rusia.