Teodoro León Gross-El País
La alcaldesa ha exhibido sistemáticamente una falsa equidistancia puesto que al final siempre está ahí para hacerle el juego más o menos sucio a los soberanistas
La equidistancia hipócrita de Colau con sus comunes durante el procés ha quedado retratada hoy, una vez más, al prestarse a garantizar la presidencia indepe del Parlament. La lógica equidistante de Colau recuerda a Du Guesclin, aquel barón francés, con rango de conde otorgado en Cataluña, que se implicó mercenariamente en la guerra civil entre Pedro I el Cruel y Enrique II de Trastámara. En el castillo de Montiel, cuando Pedro I estaba a punto de ganar el combate singular a Enrique, y atravesarlo con la espada, Du Guesclin zancadilleó al Rey de modo que cayó al suelo y pudo ser rematado. Allí pronunció la frase por la que ha pasado a la Historia: «Ni quito ni pongo Rey, pero ayudo a mi Señor».
Colau ejerce el “ni quito ni pongo president, pero sirvo a los indepes”. La neutralidad equidistante es su discurso oficial de cara a la galería, con un cinismo a prueba de todo. Siempre ha sido así desde la escena del balcón, cuando su factótum faldero Pisarello peleó para evitar que la bandera española estuviera allí como la estelada, entre las sonrisas cómplices de la alcaldesa, esas sonrisas típicamente suyas que le jugaron una mala pasada en las imágenes de la ofrenda floral del Rey a las víctimas de los atentados yihadistas de Barcelona. No es raro que alguien, en las redes, representase «la revolución de las sonrisas» con la fotografía de una hiena.
La decisión de romper con los socialistas en el Ayuntamiento y quedar voluntariamente en minoría ya delataba, en víspera de la campaña, un pacto tácito de apoyo mutuo con los soberanistas; y esto ha desembocado en el veto a Ciudadanos, en definitiva, a una mesa no indepe. Los ocho diputados comunes servían así para neutralizar el riesgo de perder el control de la cámara por la ausencia de los ocho encarcelados y fugados. Colau, como Du Guesclin, ni quita ni pone pero sirve a sus indepes. De haber sumado con los constitucionalistas, habría contribuido al deshielo de una sociedad dividida dolorosamente, favorecido una geometría múltiple; pero los comunes siempre están en la misma trinchera. No parece, eso sí, que esto le proporcione buenos resultados. Se ve que la gente siempre preferirá un indepe genuino que toda esa faramalla retórica hipócrita.
Colau, al modo Du Guesclin, ha exhibido sistemáticamente una falsa equidistancia puesto que al final siempre está ahí para hacerle el juego más o menos sucio a los soberanistas tras la pantalla cínica del voto en blanco. No hay más que ver su tibieza con la corrupción convergente en contraste con la corrupción del PP. Sus pucheros del 1-O, cuando regalaba titulares sin fundamento denunciando «agresiones sexuales de la policía», delataban el rol adoptado. Por supuesto estuvo en la huelga general llamada paro de país. Entretanto, ya ni siquiera encabeza las encuestas de Barcelona después de haber fantaseado con alcanzar incluso la Moncloa. El turismo cae, entre el procés y la turismofobia, y tiene agujeros negros como Glories. No bastan los carriles bici para ganar una gran capital global; pero además la ciudadanía siempre olfatea bien cuando un alcalde no está sirviendo a su ciudad sino sirviéndose de ella como trampolín de sus ambiciones políticas.