Manuel Montero, EL CORREO, 4/9/12
Resulta un sarcasmo que quienes representan una trayectoria forjada sobre el ataque violento a la convivencia democrática pretendan equipararse al Gobierno que hace 75 años defendió la democracia republicana
La imagen es como la de un objeto imposible, las representaciones de artefactos ilusorios o perspectivas que en la realidad no se pueden dar. La proporciona la foto electoral de EH Bildu evocando al lehendakari José Antonio Aguirre, y al Gobierno vasco que presidió, en el Hotel Carlton que fue en 1936 la sede gubernamental. Cuesta localizar conceptos políticos más antagónicos. Resulta un sarcasmo que quienes representan una trayectoria forjada sobre el ataque violento a la convivencia democrática pretendan equipararse al Gobierno que hace 75 años defendió la democracia republicana.
Como es sabido, en el País Vasco hay cierto gusto por acudir a la historia para legitimar, justificar o enaltecer las posiciones del día. Los resultados suelen ser bastante lamentables, por la necesidad de retorcer el pasado para acomodarlo a los gustos del presente, sean acontecimientos medievales, los fueros históricos, las guerras carlistas, lo que sea. Ahora bien: la idea de que la izquierda abertzale se compare, aunque sea como imagen, a las concepciones que dieron vida al Gobierno de José Antonio Aguirre es un dislate de muy señor mío. Cabe repetir la ironía, casi un aforismo: en el País Vasco el pasado es imprevisible. Ahora resulta que la unidad política democrática para defender la legalidad republicana se transmuta en antecedente del sectarismo rupturista. Verdaderamente imprevisible. Y no se compagina para nada con lo de hace 75 años, a no ser con afanes míticos que nada tienen que ver con la realidad histórica. A falta de precedentes, se inventan. ¿Creatividad soberanista obliga?
Sin profundizar en el concepto de ‘gobierno soberano’ que los candidatos de Bildu se sacan de la manga, convendría recordar que, contra lo que éstos deben de pensar, el Gobierno de 1936 se formó a partir del primer Estatuto de Autonomía y conforme a sus previsiones. No hubo una suerte de golpe soberanista, sino una decisión de las Cortes españolas que, en plena guerra, aprobaron el primer Estatuto autonómico del País Vasco. Sin rupturas legales ni políticas. Ni mucho menos: por aquellos días un nacionalista vasco (Irujo) entraba como ministro en el Gobierno de la República.
Fue ante todo un Gobierno de coalición. Lo presidía José Antonio Aguirre, del PNV, y a este partido le correspondieron cuatro carteras. El PSOE tuvo tres, y las cuatro restantes las dirigieron respectivamente ANV, Izquierda Republicana, Unión Republicana y el PCE. En total, seis partidos: las fuerzas políticas que, junto a los anarquistas, defendían la II República. Había por tanto derechas e izquierdas, nacionalistas y no nacionalistas. Y, por lo que sabemos, dentro de las difíciles condiciones de la guerra el lehendakari y los consejeros hicieron el esfuerzo por superar las distancias ideológicas y buscar la colaboración en los objetivos de organizar la guerra, administrar el País Vasco autónomo (básicamente Vizcaya, pues el resto había caído en manos de los sublevados) y asentar el régimen de autogobierno.
La superación de las trincheras ideológicas no fue una circunstancia accesoria o marginal, sino una nota definitoria de aquella experiencia política. Exactamente lo contrario de lo que sugiere la mitificación que ha sido motivo de evocación extemporánea por EH Bildu. Los conceptos gubernamentales de 1936 están en las antípodas de las posiciones que ha mantenido el nacionalismo radical durante más de tres décadas, en su pretensión de monopolizar lo vasco y de apartar a los no nacionalistas (y, cuando llega el caso, a los nacionalistas que no son de los suyos).
Es cierto que las circunstancias de la guerra propiciaron que en 1936-1937 el autogobierno fuese en algunos aspectos mayor del previsto por el Estatuto, a lo que contribuiría la vocación nacionalista de profundizar en la autonomía. No justifica esto la reinterpretación soberanista de un Gobierno –«un gobierno soberano», le dicen de pronto– cuya legitimidad se basó en el autonomismo de la II República. Su composición, funcionamiento y diversidad no sectaria se movieron en tales parámetros, figuraciones legendarias al margen.
El imaginario imposible de la foto de EH Bildu en precampaña resulta tanto más sorprendente al romper con las posiciones antiautonomistas de las que ha hecho siempre gala el nacionalismo radical. La memoria política que representaban José Antonio Aguirre y el primer Gobierno vasco fue tradicionalmente sostenida por el PNV y evocada (intermitentemente) por el PSE y el PCE –los partidos republicanos desparecieron y ANV siguió una trayectoria que le alejó de las posiciones de 1936-37–. Al tiempo, tal autonomismo fue combatido por el núcleo histórico de EH Bildu, esto es, HB y Batasuna. El simplismo historicista les llevará a ver en Aguirre y en el Gobierno que dirigió un soberanismo radical, pero esto entra dentro del terreno de la invención interesada.
La hostilidad histórica de esta gente hacia las vías autonomistas y los procesos políticos dentro de la legalidad constitucional, así como su repudio por acuerdos ‘de país’ con los no nacionalistas ha durado más de treinta años. Demasiados, para borrarlos con una foto en el balcón del Carlton, que seguramente removería a quienes hace 76 años asumieron el compromiso colectivo –hoy se diría transversal– de defender la legalidad democrática.
Las imágenes de los objetos imposibles son sugestivas. Las cafeteras imposibles tienen prestancia, pero si se construyesen el usuario se quemaría la mano. O, si se pretende subir las escaleras de diseños imposibles, se vuelve una y otra vez al punto de partida.
Manuel Montero, EL CORREO, 4/9/12