MARÍA ELVIRA ROCA BAREA-El Mundo
Al hilo de la próxima visita de los Reyes a Norteamérica, la autora reflexiona sobre la importancia de recuperar la memoria y el legado del Imperio español: «Una tarea universal, también estadounidense».
Aquel año Juan de Oñate, un mexicano de origen vasco –en aquellos tiempos los vascos no tenían que nacer en las Vascongadas sino donde les daba la gana– organizó una expedición hacia el norte de México. Le hubiera dado un aire de perlesía al corajudo Oñate si alguien le hubiera explicado que cuatro siglos después un grupo de paisanos suyos llegaría a estar tan absolutamente desvasquizado que querrían dejar de ser españoles, tras haber poblado Las Merindades e inventado el castellano a fuerza de hablar empleando solo cinco vocales. La perlesía se hubiera agravado considerablemente si Oñate, cuyo liberalismo geográfico le llevó no solo a nacer en México sino a morir en Sevilla, se entera de que esos que dicen llamarse vascos pero solo son nacionalistas de vía estrecha –es un pleonasmo, solo admiten la vía estrecha– han concebido unos pasaportes que dividen a la gente en vascos de primera y de segundo. A Oñate le toca ser de segunda para estos aventajados discípulos del racista Arana, y no digamos el problema con los ocho apellidos que hubiera tenido su esposa, doña Isabel de Tolosa Cortés de Moctezuma. Ni que decir tiene que Oñate era de primera en todo y los que hayan nacido mentalmente en segunda –la endogamia, para las neuronas, es muy mala– hacen bien en no igualarse con él.
Cuando las Trece Colonias se independizan abarcan 162.000 kilómetros cuadrados. En 1948 EEUU tiene 9 millones de kilómetros cuadrados. De ellos, 2 millones han sido antes territorio español, concretamente novohispano, o sea, mexicano. Si a esto sumamos la Luisiana, Florida, etc., resulta que más de un tercio del territorio usamericano tiene un pasado español.
Cuando comienza la expansión de las Trece Colonias se impone la idea de que el blanco protestante, el WASP (White Anglo-Saxon Protestant) conquista territorios vírgenes, regiones en las que habitan únicamente pieles rojas y que estos son unos seres salvajes, meramente depredadores. El western contribuye poderosamente a ello. Esta imagen –porque es una imagen– de las familias en sus carretas ha prevalecido y anulado todas las demás, pues para eso se fabricó, para oponerse a otra imagen, también construida con empeño, de duros conquistadores españoles que, violando indias y azuzando perros, destrozan primorosos edenes indígenas.
Pero en más de un tercio del territorio conquistado por EEUU no era desconocido el hombre blanco. Había llegado antes, había fundado ciudades y, en general, iba integrando a las poblaciones indígenas, sin aniquilarlas y sin confinarlas en reservas, auténticos campos de concentración donde murieron por millares. Sí, hubo un genocidio indígena pero no ocurrió en Hispanoamérica sino en Usamérica.
La historia hispano-mestiza, la que habla español en EEUU y no por emigración, no ha tenido derecho a la visibilidad. Su presencia en los libros de texto es inexistente o ridícula. Y esto tiene un motivo: los siglos hispanos de más de diez estados, un territorio gigantesco, contradicen o directamente invalidan la versión WASP de la creación de EEUU. Desde Bernardo de Gálvez, que encabezó el desfile con que se celebró la independencia junto a Washington, a las columnas del dólar que son las de Hércules, que son las del escudo de España, EEUU lleva en sus cimientos una parte no pequeña del extinto Imperio español.
Los Reyes de España van a visitar San Antonio (Texas) y Nueva Orleans (Luisiana) con motivos de los 300 años de la fundación de estas ciudades. Es una muy buena noticia. Porque es de justicia sacar del olvido lo que ha sido sepultado por la desidia de los hijos de ese Imperio a un lado y otro del Atlántico y por un hundimiento que fue, por encima de todo, moral.
La ciudad de San Antonio creció a partir de las misiones franciscanas fundadas por fray Antonio de Olivares (Moguer, 1630-Querétaro, 1722) en tiempos del virrey Baltasar de Zúñiga y Guzmán (Béjar, 1658-Madrid, 1727). En 1716 el virrey Zuñiga aprueba la construcción que no comenzará hasta 1718. La estructura de la misión es compleja. Por una parte está la Misión de San Antonio de Valero (El Álamo), y el Presidio (destacamento militar) de San Antonio de Bexar (Béjar), y por otra, el puente que tiene que conectar ambos y finalmente la gran acequia Madre de Valero, que es un canal de riego para la agricultura. Cuando fray Antonio de Olivares intenta convencer al virrey para que autorice la construcción, le explica que hay que mandar familias expertas en artes útiles e industrias «para enseñar a los indios todo lo que se debe exigir para que sean útiles y ciudadanos capaces» (Adina de Zabala, History and Legends of the Alamo and Other Missions in and around San Antonio, San Antonio (Texas), 1917). Como se ve el plan inmediato era aniquilar a los indios o llevarlos a una reserva para que allí acabaran sus días sin hacer ruido a base de desesperación y malos alimentos.
En este asentamiento se acogieron las tribus jamrame, payaya y pamaya. En la década de los 30 del siglo XVIII llegó a tener 900 habitantes, de los cuales 600 eran indios. Tras una devastadora epidemia de viruela, la población se recuperó con la incorporación de 500 indios, casi todos coahuilatecas, que huían de los apaches, que a su vez huían de los comanches. Hoy San Antonio tiene más de 1.300.000 habitantes y es la séptima ciudad más poblada de EEUU y la segunda de Texas.
Distinta es la historia de Nueva Orleans, que fue fundada por franceses en 1718 con el nombre de La Nouvelle-Orléans. En 1763, por el Tratado de París, Francia cedió el territorio de la Luisiana al Imperio español y esta se convierte en una provincia de la capitanía general de Cuba. La ciudad tiene en este momento poco más de 2000 habitantes, que en tiempos del gobernador O’Reilly, unos diez años después, se habían duplicado, fundamentalmente con migración procedente del Caribe español. Después vino Bernardo de Gálvez, que se casó allí con una criolla francesa, Felicité de Saint Maxent. La administración española cuidó mucho sus relaciones con la población de origen francés y a la ciudad en sí. Tras dos incendios devastadores en 1788 y 1794, el Cabildo impuso por ley la construcción en ladrillo y no en madera, y así floreció una ciudad nueva, espectacularmente hermosa que puede visitarse todavía. Se levantaron también en este tiempo la Plaza de Armas, la catedral, el edificio del Cabildo, el presbiterio y hermosas viviendas con airosas balconadas. Los españoles y su secular manía constructiva: un clásico. El llamado Barrio francés se levantó bajo administración española.
LA LUISIANA FUE vendida por Napoleón a EEUU por 23 millones de dólares en 1803, cuando el corso decidió romper unilateralmente el acuerdo vigente. El Imperio español, ya moribundo, no reaccionó. Hubiera supuesto declarar la guerra a Napoleón y a EEUU al mismo tiempo. Lo que entonces era la Luisiana no es el estado que hoy lleva ese nombre. Incluía además Arkansas, Misuri, Kansas, Minnesota, Nebraska, Iowa y Oklahoma, casi toda Dakota del Sur, y partes de Dakota del Norte, Nuevo México, Montana, Wyoming y Colorado. En total, unos 2.150.000 kilómetros cuadrados.
Hoy la bellísima Nueva Orleans intenta recuperarse de la destrucción que provocó el huracán Katrina que arrasó la ciudad en 2005 y la hizo perder casi la mitad de sus habitantes. Emigraron y no han vuelto la población de origen hispano que mantenía el idioma desde el siglo XVIII.
El Imperio español no es de España, ni antes ni ahora. Recuperar la memoria y el legado de ese Imperio es casi una tarea universal, también estadounidense. Ningún poder constituido ha dejado más lugares declarados Patrimonio de la Humanidad en el ancho mundo. La presencia de los Reyes de España en estos lugares debería servir para esto.
María Elvira Roca Barea es autora de Imperiofobia y leyenda negra: Roma, Rusia, Estados Unidos y el Imperio español (Siruela, 2016).