Pone la carne de gallina -seguro que también al presidente del TC- imaginar cómo va a ser la vida de los ciudadanos no nacionalistas en los al menos 88 municipios que la izquierda abertzale podrá gobernar, de nuevo sometidos a una infame clandestinidad.
EL TERREMOTO que ha provocado la arrolladora irrupción de Bildu sitúa a España en un escenario tan incierto como preocupante. Todos los partidos permanecían ayer noqueados por el resultado de la izquierda abertzale. Porque, con más del 25% de los votos, se ha convertido en la primera fuerza en número de concejales del País Vasco y podrá gobernar en al menos 88 municipios -entre ellos algunos tan tristemente emblemáticos como Mondragón y Arrigorriaga, donde ETA asesinó a dos de sus últimas víctimas-. Pone la carne de gallina -seguro que también al presidente del TC- imaginar cómo va a ser la vida de los ciudadanos no nacionalistas en estos lugares, de nuevo sometidos a una infame clandestinidad. Además, Bildu tiene la llave en localidades como San Sebastián y podría hacerse con el timón de las Juntas de Guipúzcoa, pese a que todo su programa conocido para la provincia pasa por una agresiva oposición a un proyecto tan emblemático del progreso como el TAV. Recordemos que las diputaciones forales juegan un papel clave, ya que recaudan los impuestos y tienen capacidad legislativa.
A buen seguro, uno de los factores que han contribuido al abultado resultado electoral de Bildu tiene que ver con la sensación de muchos de sus votantes de disfrutar de lo prohibido, tras casi una década en vigor de la Ley de Partidos, eficaz instrumento del Estado de Derecho que tanto daño ha hecho a los proetarras. Paradójicamente, esta Ley ha sido desacreditada por algunos de sus promotores -con descalificaciones del propio Zapatero durante el proceso de paz, y más recientemente desde la dirección del PSE o del PSC-, lo que de algún modo se ha traducido en una invitación a la transgresión contra un Estado tan fuertemente cuestionado por una parte de la sociedad vasca. Bildu también ha recabado el apoyo de muchos ciudadanos por la expectativa del fin del terrorismo. Sin embargo, ETA sigue activa y sobran los motivos para creer que está tutelando el proceso político en marcha. No pueden ser más reveladoras -y espeluznantes- las declaraciones que hoy hace a EL MUNDO Martín Garitano, número uno de Bildu en Guipúzcoa, quien asegura que «ETA es un agente político» que ha decidido apostar por «el alto el fuego». Ni se puede admitir que se califique de «organización política» a una banda con más de 800 asesinatos a sus espaldas, ni de sus palabras se desprende otra cosa que connivencia pura y dura.
Como si de justicia poética se tratara, en el terreno político los más perjudicados han sido los socialistas, justo quienes más se empeñaron en que los proetarras pudieran colarse en las instituciones. El PSE cosechó el domingo el peor resultado de su historia por la gran abstención en sus filas, algo que deja muy tocado al propio lehendakari. La debilidad del PSE va a ser aprovechada por el PNV, que ayer no descartó «ninguna» alianza para intentar gobernar en el máximo de instituciones. Pese a su descalabro en Álava y Guipúzcoa, y ante el temor de ver cómo Bildu le disputa la hegemonía en el nacionalismo, el PNV explotará aún más su rol de sostén del Gobierno central, que tantas prebendas le reporta. Al partido de Urkullu no le interesa un adelanto de las elecciones generales, convencido de que ganará con mayoría absoluta el PP, y para evitarlo seguirá haciendo el boca a boca a Zapatero, puenteando con descaro al lehendakari.
Aún es pronto para calibrar en toda su dimensión qué efectos tendrán los resultados de Bildu. Pero está claro que España va a tener que hacer frente al cada vez mayor desafío independista, paradójicamente revitalizado por quienes deben velar por la democracia y la unidad de la Nación.
Editorial en EL MUNDO, 24/5/2011