ARCADI ESPADA-EL MUNDO

Hay un libro fundamental sobre la Justicia y el Madrugón que se llama ¿Cuándo? Lo ha escrito Daniel H. Pink y en español lo ha publicado Alienta. Será pop pero es ciencia. Va este párrafo: «Los jueces eran más propensos a emitir fallos favorables por la mañana que por la tarde (…) En las primeras horas del día, los jueces fallaban a favor de los presos en el 65 por ciento de las veces. Pero a medida que pasaba la mañana, ese porcentaje disminuía. Y en la última hora de la mañana, sus fallos favorables tendían a cero (…) Como la decisión habitual por defecto es no conceder la condicional, los jueces se desviaban del statu quo durante algunas horas y lo confirmaban durante otras. Pero observemos lo que pasa después de que los jueces hagan una pausa (…) para comer, regresan más benevolentes y al cabo de unas pocas horas vuelven a la mano dura. Pero veamos qué pasa cuando esos jueces tienen un segundo descanso, a media tarde para tomarse un zumo o subirse a los columpios del juzgado. Vuelven a la misma tendencia de decisiones favorables que tuvieron a primera hora».

Estas líneas explican muchas cosas. Por ejemplo, la razón de que yo trate de escribir siempre en las últimas horas de la mañana y el porqué de que deteste hacerlo en plena digestión, reconciliado con el mundo. El párrafo indica también la urgente necesidad de saber a qué hora decidió la juez Lamela decretar la prisión provisional de Sandro Rosell, escándalo. E ilustra el profundo motivo de que el juez Marchena no interrumpa la plúmbea y aniñada redacción Un día en el departamento de Economía que la señora Anna Teixidor ha escrito para su Marina Roig, abogada. Pasada la una del mediodía Marchena está vivísimo y avizor para cortar de raíz –aunque con pena interior, le concedo la eximente– a la fiscal que trata de preguntar por el 1-O a Albert Batlle, ex director de los Mossos, que se bajó del tren oportunamente algunos meses antes de ese día. (Aunque bien es verdad que la fiscal Madrigal telegrafía sus preguntas como los futbolistas mediocres sus pases y se la ve venir, se la ve venir). Y en cambio, quizá acunando en su estómago un mero de profundidad de El Señor Martín, el mejor restaurante de la plaza Villa de Madrid, asiste benévolo al viene y va de la jefa de protocolo de Economía con su abogada. Es el primer testigo de la larga cadena de testigos de las defensas que nos espera.

Los testigos de las acusaciones, especialmente si eran guardias civiles, habían generado una amplia reacción xenófoba en los vertederos digitales. A nuestros xenófobos se les acortaban los telómeros cuando oían a un guardia –y aún a un fiscal– decir «el instituto Joan Bosca» –justo castigo por no decir Juan Boscán, lo que debe decirse en castellano. Y yo, ahora, sin embargo, experimento una incontrolable patriofobia cuando oigo decir a la ignara Teixidor –ignoro aposta de qué modo estrafalario pronuncia Marchena su apellido– «daba soporte», «nomerosos» y otras dislocaciones propias de una lengua que se expresa en dos dialectos. Dislocaciones que, insisto en la hora, no mueven un músculo del juez. Que bien que saltó por la mañana –insisto en la hora– cuando Albert Donaire, el mosso tocado del ala independentista, empezó a hablar castellano con demasiado acento.

–¿Hay resolución firme? –le preguntaba Marchena por un presunto delito que había cometido el mosso.

–No, ni he declarat.

–¿Perdón?

–No he declarat, no he declarat.

–¿Qué quiere decir?

–Que no he testificado –se asustó Donaire.

Minutos después Ortega Smith se aplicó bien la lección:

–¿Qué cargo ostentaba?

–Agent dels mossos.

–¿Cómo?

–Agent, agent del mossos.

–¿Y eso qué quiere decir?

–Agente –concedió.

–Gracias –le perdonó la vida Smith&Wesson.

Uf. He dejado a la Teixidor con su Roig, y deben de haber acabado ya. ¡Pero quia! Ahí siguen con su melindre. Y lo que escucho decir ahora a la incauta protocola: «¿Esto se lo explico luego?», con el temor de dios de saltarse el guión que habían pactado las dos previamente.

Pero el resumen de lo que dirá es que en el departamento de Economía se vivió el día 20 una bella jornada de hermanor y hasta Lluís Llach se ofreció a hacer de escudo humano a la secretaria judicial, i fixa’t la gallineta va dir que no, que quedi clar per sempre més que jo de bleda no en tinc res.