Amaia Fano-El Correo
Se acerca la hora de la verdad para la política española, donde cada cual deberá definir su posición acerca de los temas que dominan el debate público, con la inmigración ilegal y su derivada en materia de seguridad ciudadana situada en el top de las preocupaciones sociales al igual que en el resto de Europa, a la espera de lo que ocurra en las elecciones de EE UU y en otros puntos calientes del planeta, como Gaza, Ucrania y Venezuela, y con la guerra llamando a las puertas de la UE a requerimiento de la OTAN. Un asunto sobre el que Pedro Sánchez deberá fijar con mayor claridad cuál es la postura de su gobierno, teniendo en cuenta el discurso antibelicista de sus socios de coalición, sin dejar de escuchar lo que tienen que decir el resto de las formaciones del hemiciclo, pues la política exterior debería ser –aunque no siempre lo ha sido– materia de consenso.
No será fácil de lograr en un ecosistema político y social tan ferozmente polarizado como el actual, en el que la contienda por el poder se disfraza de batalla ideológica para la que se recluta a una opinión pública cada vez más embrutecida e intolerante, obedientemente enrolada en los dos ejércitos irreconciliables del eje derecha-izquierda, aunque –siendo transversal– no sea el único. Para complicarlo aún más, en nuestro caso está también el eje nacional-identitario que confiere su razón de ser a algunas de las siglas que sostienen a Sánchez y empiezan a recordarle que se acerca la hora ya de saldar las deudas pendientes, pasando de las palabras a los hechos.
Al presidente le aguarda, tras el verano, un curso político exigente. Por si fueran poco las acusaciones de corrupción que salpican a sus familiares directos o el empeño de los jueces del Tribunal Supremo de enemistarle con Puigdemont, negándose a concederle el beneficio de la ley de amnistía, sus acreedores políticos querrán empezar a hablar de cómo darle viabilidad al ‘concierto’ para Cataluña y del reconocimiento de la plurinacionalidad del Estado, decididos como están PNV y EH Bildu a aprovechar el viento de cola de la necesidad apuntada por Salvador Illa de avanzar hacia un modelo confederal para cumplir sus compromisos con ERC. Algo que no termina de digerir bien la vieja guardia socialista.
Aunque para ello será necesario que jeltzales y abertzales se pongan de acuerdo antes acerca de la clase de reconocimiento nacional que esperan conseguir para Euskadi. No es lo mismo que este acabe siendo un brindis al sol o, como mucho, contemple ciertos gestos de desagravio y puesta en valor, deportivos (selecciones vascas) o lingüísticos (mayor blindaje del euskera), a que se dé carta de naturaleza al derecho de autodeterminación o se apruebe el traspaso de algunas de las transferencias pendientes del Estatuto de Gernika (Seguridad Social, puertos y aeropuertos) para el que se requieren mayorías hoy inexistentes. La pelota no sólo está en el tejado de Sánchez. Para conseguir hay que saber qué pedir y hasta dónde se está dispuesto de verdad a tensar la cuerda, a falta de un plan B que de momento no se vislumbra.