José María Carrascal, ABC 25/11/12
Antes de depositar su voto, convendría que los catalanes se dieran cuenta de que no se trata de amagar. Esta vez se la juegan.
Ya han —hemos— hablado políticos, policías, periodistas, fiscales, jueces y cuantos podían hablar sobre el asunto. Ahora les toca a quienes tienen la última y definitiva palabra: los catalanes. Mientras lo hacen, no estaría mal que los demás españoles nos hiciéramos la pregunta: ¿por qué el separatismo en Cataluña ha pasado del 20 por ciento no ha mucho a más del 50? Un nacionalista nos contestará «porque España nos ignora, nos insulta, nos roba». Y se pondría a hablar del rechazo del pacto fiscal y del recorte del nuevo Estatuto, sin que el resto de los españoles, demasiado ocupados por la crisis, les recordásemos que eran demandas inconstitucionales y que los insultos y acusaciones han venido siempre de su parte. Aparte de pensar que se trataba de otro intento suyo para obtener nuevos beneficios. Pero resulta que la cosa va de veras. Que tratan nada menos que de crear un Estado propio, de la separación, de la independencia de Cataluña, sin tener siquiera voto en ella.
Pero siempre podemos opinar. Y lo primero que se nos ocurre es que, dados los últimos datos aparecidos, habíamos subestimado la amplitud y hondura del desafío. Atribuíamos la deriva secesionista de Cataluña a un calentón nacionalista. Ya sabemos que el nacionalismo se alimenta a sí mismo, y que con un líder al frente que sepa atizarlo con agravios exteriores y sueños interiores, doblemente. Atribuyendo la huida hacia delante de Mas a querer tapar con la señera estelada el fracaso de sus dos primeros años de mandato. Pero empezamos a ver que, ya en ese camino, apunta mucho más alto, va mucho más lejos: quiere un Estado propio. Y lo quiere no sólo porque ese es el sueño de todo nacionalista, sino también porque ese Estado propio le garantizaría el control de la justicia, de la política, de la hacienda catalanas, y no tendría que preocuparse del Palau, del 3 (ó 4) por ciento, de la prensa madrileña y de cuantas cosas le vienen amargando la vida últimamente.
Convendría que los catalanes pensaran en eso antes de depositar hoy su voto. No sólo van hacia el pensamiento único —algo que no parece molestar a la mayoría—, sino también hacia el Estado único, monolítico, regido por una sola ideología, donde sólo se admitiría un tipo de ciudadanos y el ejecutivo dominaría la entera administración. Es decir, lo que han tenido hasta ahora a nivel autonómico, trasladado a nivel nacional. Y ya saben lo que han tenido hasta ahora. El «oasis» catalán no ha sido un oasis, sino un nido de corrupción, con el Palau en la cúspide de todas ellas. En una hora tan crítica para España, pero especialmente para Cataluña, conservo la esperanza de que finalmente se imponga la cultura cívica que los catalanes tuvieron de antiguo. Esta vez, se la juegan. La cosa va de veras. Pero no estoy seguro. El nacionalismo embriaga, confunde. No pongo ejemplos para no activar la polémica. Aparte de que la esperanza es lo último que se pierde.
José María Carrascal, ABC 25/11/12