JOSÉ MARÍA GIL-ROBLES GIL-DELGADO – ABC – 07/07/16
· El mandato de las urnas el 26-J es muy claro: que haya acuerdo entre las fuerzas políticas para un gobierno estable. El pueblo español ha rechazado las soluciones basadas en la intransigencia, las líneas rojas, la exclusión de unos españoles de toda posibilidad de gobernar. Es la hora de los pactos sin ira.
Con intransigencia nada se construye ni se conquista el futuro. La historia de España, desde la vuelta de Fernando VII del cautiverio en 1814, es la mejor lección de cómo todos los intentos de dar rienda suelta a la intolerancia, de dejar que el odio estableciese líneas rojas, para excluir a una parte de los españoles, terminaron siempre en desastre, en ruina de todas las posibilidades de progreso de la nación.
La historia de Europa es más de lo mismo. El patriotismo mal entendido, el odio entre las naciones, arruinaron y desangraron a este continente en sucesivas guerras hasta que los padres fundadores tuvieron el acierto de sustituir esa mecánica destructora por el entendimiento y la integración. Hacer del enemigo un amigo y un socio, esa es la esencia de la Unión Europea, ese es el valor básico (profundamente cristiano, dicho sea de paso) que hay que recordar y reactivar una y otra vez. Una dinámica humilde, modesta pero efectiva, de ir construyendo la paz.
La ira está siempre al acecho, porque hay quienes parecen no saber vivir sin ella y abominan de todo lo que sea unir, consensuar, pactar… Demasiada ira hay en estos momentos en Europa; demasiada ira y su consecuencia inmediata, la violencia: desde las peleas de algunos aficionados al fútbol hasta el asesinato de una diputada en campaña, pasando por las matanzas terroristas indiscriminadas y las sistemáticas agresiones a las fuerzas de seguridad. Con la triste ironía de que, a menudo, los mismos que predican la intransigencia, la exclusión y la revancha son los que hablan a todas horas de paz.
El pasado mes de junio los ciudadanos británicos decidieron salirse de la Unión Europea, con todos los problemas que ello supone para Gran Bretaña y para el resto de la Unión. Lo cierto es que la crisis supone una oportunidad para profundizar en una Europa de los ciudadanos y, con generosidad, tender la mano a quien decide irse si algún día decide volver. Esa Unión que sus ciudadanos, sin entusiasmo pero con sensatez, siguen considerando indispensable, y que se construye creando lazos de cohesión entre todos los europeos, sin grandes frases, pero con realizaciones concretas, uniendo, no dividiendo.
Los españoles, con nuestros votos, hemos abierto la posibilidad de un Gobierno apoyado en los consensos necesarios para reformar lo que no funcione bien, pero sin destruir lo conseguido en cuarenta años de democracia y de progreso ni volver a empezar de cero. No nos hemos dejado llevar por la intransigencia ni por la tentación de mirar otra vez hacia atrás.
La historia debe servir para no tropezar de nuevo en las mismas piedras, en este caso las de los vetos, las exclusiones y los intentos de dividir a los partidos, que siempre han dado resultados nefastos. La historia, a Dios gracias, no es una moviola: no podríamos, por mucho que quisiésemos, volver a la España de Carlos V ni a la de las Cortes de Cádiz, o a la Restauración, la II República o la Transición. Se trata de construir el futuro, no de volver al pasado, y de construirlo entre todos y para todos.
En 2016 España no necesita nostalgias, sino un gobierno para acabar de salir de la crisis y seguir progresando. Hoy no es posible el liderazgo fundado en filias y fobias personales. El nuevo paradigma, sin mayorías absolutas, exige acuerdos puntuales para las grandes cuestiones que tiene pendientes la sociedad. Para los señores diputados electos ha llegado la hora de asumir el papel de estadista y buscar los acuerdos necesarios para formar ese gobierno. Con solidez y responsabilidad.
JOSÉ MARÍA GIL-ROBLES GIL-DELGADO ES ACADÉMICO DE NÚMERO DE LA REAL DE CIENCIAS ECONÓMICAS Y FINANCIERAS Y PRESIDENTE DEL CENTRO DE ESTUDIOS COMUNITARIOS – ABC – 07/07/16