PELLO SALABURU, EL CORREO – 06/11/14
· Los habitantes de este país están tan hartos de chorizos bendecidos por ‘la casta’ que al final se busca con desesperación un poco de aire fresco.
Con todos los matices que se quiera y las precauciones que se deben tomar para confiar en las encuestas, pero no parece que en esta ocasión se vayan a equivocar demasiado: Podemos ha venido para quedarse. Recuerdo que llegó uno de nuestros hijos la noche anterior a las elecciones europeas: «Casi todos mis amigos van a votar a Podemos». Le miré con extrañeza: «¿Podemos? ¿Qué es Podemos?» Yo no había oído nada, ni había visto en televisión a su joven líder, «es muy hábil en la discusión», me seguía diciendo. Lo cierto es que no enciendo la televisión casi nunca. Así que nada sabía de este segundo Pablo Iglesias. Pues resulta que aquí está, y ha venido para quedarse.
La irrupción de un partido como Podemos ha pillado al mundo político con las defensas bajas. Comentaristas de medios o portavoces de los grandes partidos escogieron desde el principio el peor camino posible para intentar desacreditar a los nuevos y hambrientos comensales que quieren también su parte de la tarta: «es algo pasajero», «son chavistas», «capaces de matar si llega el caso», «saben muy poco de la realidad», «ese Iglesias tiene un programa en la televisión iraní, y sale allí con turbante» y cosas así. De modo que cuanto más hablaban, paso a paso y palabra a palabra, lograban obtener el efecto contrario al buscado. Si alguien se presenta como alternativa a ‘la casta’, y al político profesional solo se le ocurre decir eso, todos los que estamos hasta las narices de corruptos, maleantes y sinvergüenzas varios, perfectamente amparados por acción u omisión por los representantes de ‘la casta’, comenzamos a mirar con curiosidad, si no con simpatía, a quien se presenta con otro mensaje. Porque los habitantes de este país están tan hartos de chorizos bendecidos por ‘la casta’ que al final se busca con desesperación un poco de aire fresco o, si no es aire fresco, sí al menos un aire muy diferente al viciado que nos impide respirar cada día.
Es verdad que Podemos ha puesto pocas cosas concretas sobre la mesa. Es cierto que desconocemos también el sistema que Iglesias y sus compañeros han utilizado para elegir a los consejeros y ayudantes que Bruselas pone a su disposición. Supongo que no habrán abierto concurso público y será el cuñado o el amigo del primo correspondiente, como pasa con todos. Es cierto que Iglesias está al mando del tinglado –tras apañar a las primeras de cambio los sistemas «democráticos» de toma de decisiones y adecuarlos al viejo estilo– y se ha encaramado a una poltrona en la que no quiere estar, como les pasa a la mayoría, que tampoco quieren, como sabemos todos. También es cierto que algunas de sus propuestas son de una candidez que asombra: puestos a ello, prefiero ya jubilarme a los 50, o incluso a los 40, y prefiero también que esa asignación universal mínima de la que hablan sea de 1.000 euros, o de 10.000, qué más da, y no de 600, como pretenden.
No es menos cierto que con sus ataques destemplados pueden, en efecto, darle una buena embestida al sistema, aunque, bien pensado, ¿de qué sistema estamos hablando? ¿De este en el que los ricos son cada vez más ricos, mientras los pobres aumentan en número y son cada vez más pobres? ¿De este en el que los bancos te sacan hasta las entretelas? ¿Es el sistema que hace posible que nuestros jugadores de fútbol –por poner un ejemplo bien ilustrativo– paguen porcentualmente muchísimo menos a Hacienda que el resto de trabajadores, al tiempo que ganan muchísimo más, el que hay que defender? ¿Tenemos miedo de que caiga un sistema en el que hay millones de desocupados y los obispos se hacen dueños de bienes que no les pertenecen, un sistema que expulsa a los más formados e impulsa una justicia desequilibrada y capaz de aplicar el mismo artículo con varas muy diferentes? ¿Debemos salvaguardar el sistema que protege de forma descarada a las grandes fortunas al tiempo que condena al ostracismo a millones de familias? ¿Ese es el sistema cuya desaparición nos da miedo? ¿No será que el sistema ha cambiado ya?
A pesar de que Podemos lleva varios meses metiendo el dedo en la llaga sin piedad, nuestros políticos no se enteran. La crisis y la corrupción han disparado las ganas de ver otras personas, otras caras, otros aires, en esos sillones. Ya no estamos para bromas, sino en situación de emergencia: como en un incendio en el que el agua no solo apaga el fuego sino que estropea los instrumentos, la ropa y las máquinas a las que el fuego no había llegado.
Hace tiempo que los partidos tenían que haber actuado de bomberos para echar sin contemplaciones a todos los imputados y a todos los que de un modo otro han sido puestos bajo el escrutinio del juez. Quizás no sea muy justo, pero solo eso podría darles un poco de credibilidad, aunque me temo que es tarde. En lugar de adoptar una actitud clara y contundente, seguimos con decenas de afiliados imputados, alcaldes incluidos, y Jaume Matas sale de la cárcel gracias a sus amigos, que le palmean la espalda. Todo eso al tiempo que llevan semanas haciendo amigos en Cataluña y chistes con sanitarios que han arriesgado su vida con el ébola en Madrid. No sé en qué están pensando el PP y el resto de partidos, la verdad, qué fácil se lo ponen a Podemos.
Pablo Iglesias va de machito en algunos videos que circulan por Internet: «Desde hoy voy a decir que le decimos al poder aquí estamos yo y mis pelotas…» –lo afirma ante una compañera que pone cara de póker– y no sé si en el fondo le importan mucho democracias distintas a la suya propia: «…para mí la representación no tiene ningún compromiso… que el suyo es un parlamento burgués de mierda que representa los intereses de clase», para finalizar afirmando que «se avecina una crisis terminal del capitalismo y tendremos que estar preparados para tomar las armas… a mí me gusta ese estilo…» Pues qué bien.
Resulta que quien defiende eso va a acabar haciéndose con votos del PP, PSOE y demás. Ya lo han tenido que hacer mal para que el resto pensemos que lo tienen más que merecido.
PELLO SALABURU, EL CORREO – 06/11/14