Mikel Buesa-Libertad Digital
Los acontecimientos se precipitan y llega la hora decisiva para establecer la conducción política de España en el futuro inmediato. Después de unas legislaturas fallidas en las que la fragmentación electoral ha obligado a la formación de Gobiernos lastrados por la necesidad de satisfacer todo tipo de demandas minoritarias, apoyadas por unos pocos votos parlamentarios que han acabado siendo determinantes, se hace cada vez más evidente que el país no podrá resolver pacíficamente sus problemas –principalmente en el ámbito territorial, pero también en el del sostenimiento del Estado del Bienestar– si no cuenta con un Gabinete respaldado sólidamente en el Congreso de los Diputados. Y dado que la fragmentación electoral ha venido para quedarse por largo tiempo, resulta imprescindible la formación de coaliciones capaces de aglutinar al electorado bajo un proyecto a la vez diverso y compartido que será necesario formular con claridad de ideas, paciencia y tenacidad.
La izquierda, como está demostrando la experiencia del Gobierno Sánchez, no parece capaz de desarrollar una política de esa naturaleza, principalmente porque en ella compiten dos concepciones antagónicas: la del reformismo que acepta el marco constitucional y la de los revolucionarios que quieren hacerlo saltar por los aires. Ello, además, desde unos apoyos electorales que les obligan a contar con unos partidos nacionalistas periféricos que ya han apostado todo su capital en la ruptura con España.
Por consiguiente, es el centro-derecha quien cuenta con una mayor posibilidad de protagonizar la reconducción del país hacia una nueva etapa de paz constitucional, haciendo los cambios institucionales que se perfilen como necesarios. Ello, por otra parte, responde a la realidad sociológica de la sociedad española, donde casi la mitad de los ciudadanos que se pronuncian al respecto se autoubican ideológicamente en ese tipo de posiciones, según muestra el último sondeo del CIS. Además, la irrupción de Vox en el elenco de partidos con posibilidades de obtener representación política supone una oportunidad hasta ahora inédita, pues le permite al PP deshacerse del lastre de la derecha centralista y xenófoba para afianzarse mejor en las posiciones de centro, desde las que puede encontrar una confluencia con Ciudadanos.
Añádase a todo ello que el diseño de nuestro sistema electoral genera un sesgo mayoritario para los partidos ganadores en una parte importante de las circunscripciones –concretamente en las 25 provincias que eligen hasta cinco diputados–, siempre que la fragmentación de los votantes no anule ese efecto, como ha ocurrido en los comicios más recientes. Ese sesgo se produce no sólo en las elecciones generales, también en las autonómicas cuando, como ocurre en la mayor parte de los casos, hay más de una circunscripción. Pero no es así ni en las elecciones municipales ni en las europeas. Quiere ello decir que la oportunidad para ensayar una posible coalición electoral del centro-derecha está en la próxima convocatoria autonómica, incluso en las elecciones andaluzas, aunque en este caso haya poco tiempo para configurarla. Esta es la principal tarea de los líderes del PP y de Ciudadanos, si no queremos ver reproducido una vez más el desgobierno de España.