Lorenzo Silva-El Español
La respuesta europea, como también se veía venir a falta de preparativos de otra índole, ha sido acordar una serie de sanciones económicas. Putin y su camarilla no van a poder tampoco permitirse veranear en Marbella. No parece que a Vladímir le importe mucho. Dispone de casas y palacios a orillas de ese mar Negro que desde el jueves es un poco más suyo.
Ironías aparte, es posible que la sociedad rusa soporte un serio peaje por la decisión de su líder. Ya el jueves se apreciaba el impacto con el hundimiento de la bolsa de Moscú y la pérdida total de valor de la deuda pública rusa. Sin embargo, conviene anotar que una parte muy sustancial de la riqueza de Rusia son sus materias primas energéticas. Y que el viernes la Unión Europea (UE) seguía demandando a la gasista rusa Gazprom un gas que no dejaba de fluir por el tubo, generando los ingresos correspondientes. No es lo que se dice un embargo que quiera ahogar al embargado.
La sensación que se impone es que Ucrania se ha quedado abandonada a su suerte, hasta donde pueda jugarla a costa del valor de sus ciudadanos, como ese puñado de defensores de la isla de la Serpiente, en el mar Negro, cerca de Rumanía, que han preferido morir bombardeados a rendirse a los buques rusos que la atacaron. O como ese hombre que se plantaba en la carretera ante una columna de blindados, al estilo Tiananmen.
Es verdad que además cuentan con misiles y que han reventado algunos carros y tumbado algún helicóptero, más los que sean capaces de destruir en los días próximos. El luto les llegará así a unas cuantas familias rusas, pero difícilmente bastará para parar la invasión. Ucrania afronta el dilema de desaparecer o de subsistir como vasallo del Imperio ruso. En plata: muerte o muerte.
Eso, en el futuro inmediato. Era lo que Putin pretendía, con su demostración de fuerza, incontestable por incontestada, más allá del arrojo suicida de los ucranianos. A largo plazo, siempre cabe soñar con que las sanciones internacionales y una guerra de guerrillas en la Ucrania invadida debiliten al autócrata ruso (que acaba de probar que lo es, por si alguien aún lo dudaba) y fuercen su caída.
Pero ni Ucrania tiene la orografía endiablada de Afganistán ni los ucranianos son los afganos, y Putin lleva décadas probando su capacidad para reducir a la nada cualquier disidencia. Tonto no es y no ha dejado de hacer sus cálculos.
Llegados aquí, lo siguiente que se vislumbra, con todas las reservas que se imponen al ejercicio de anticipar el porvenir en coyunturas tan inciertas, es el refuerzo por parte de la OTAN de su presencia en los nuevos países fronterizos con la maquinaria militar rusa, para impedir que les pase lo mismo que a Ucrania.
La recuperación económica de Europa se ralentizará, más que la de China y Estados Unidos, con lo que los europeos perderemos así las dos guerras, la militar y la del dinero. Y eso en el mejor de los escenarios, esto es, que las hostilidades no vayan a más.
La pregunta es cómo hemos llegado a esta hora, la hora del matón que por la fuerza cambia el curso de la Historia. Para que Putin se sienta con las manos tan libres Occidente ha sumado dos errores. Uno de corte belicista, sosteniendo en tierras lejanas guerras dudosas y finalmente perdidas. Y otro (sobre todo en la UE) de cariz opuesto, al quedarse inerme bajo una ilusión de paz que ahora trituran las cadenas de los carros de combate.
Postdata: Buen momento para hacer el censo de quienes entre nosotros han coqueteado en el pasado reciente con el hombre que acaba de dar la orden de aplastar Ucrania en un alarde de despotismo imperialista. Uno languidece y tuitea cosas raras en Waterloo. Otros se cobijan en presuntas siglas de izquierda y rehacen a toda prisa el discurso mientras llaman a manifestarse contra la OTAN. Otros, poco expresivos en estos días, tomaron alguna vez como referencia su orgullo nacional y sus valores. Dime a quién alabas/excusas/invocas y te diré quién eres.