Si hay una palabra de la que han abusado, a la que han manoseado hasta la extenuación desde el aparato político mediático ha sido «populismo». Hubo un tiempo que servía para criticar a tiranos iberoamericanos que regalaban cacerolas al pueblo para que comiese, mientras los mercados estaban vacíos por limitarles los precios debajo del coste. Los demócratas de saldo que nos dirigen llevaron a cabo una demonización masiva y apabullante con retórica superficial, exaltada y de trazo grueso contra el populismo de la extrema derecha para defender abiertamente que la democracia no es cosa del pueblo y el político que alce la voz para defenderlo del abuso de los dirigentes —aunque sea un poquito— es un peligro público para la democracia. No les falta razón, pues las palabras en la posmodernidad significan cualquier cosa menos lo que realmente son. Democracia como sistema en el que el poder reside en una clase dirigente que no sirve a los ciudadanos, son meros intermediarios extractivos de los recursos de un país para ponerlos al servicio de terceros y enriquecerse en el camino. Pero como todavía se vota cada cuatro años, ahí hay una esquinita por donde el pueblo asoma en este teatro de la democracia.
En Francia, el Frente Nacional (RN) está a unos días de conseguir una victoria histórica en la segunda vuelta de las elecciones legislativas a la Asamblea. Marine Le Pen lleva desde los 18 años en el partido de su padre y casi quince años siendo candidata a las elecciones presidenciales. Y es ahora, cuando Francia lleva sumida en la autodestrucción tantas décadas, cuando ya es tarde para Francia, empieza a ser más tolerada por quienes no aguantan más. Aún hoy en día siguen siendo estigmatizado y acosado por la radicalidad de la extrema izquierda y del centrismo liberal francés macronista.
Marine Le Pen llevó a cabo un proceso de desdemonización de su partido desde hace años. La extrema derecha francesa por la que salen a quemar las calles los demócratas es defensora de la inclusión del aborto como derecho constitucional. Se ha acercado a la comunidad musulmana de Francia para escenificar que su discurso contra la islamización se refiere a los radicales y los delincuentes, pero no a la gran comunidad de inmigrantes del país. Su condena de la inseguridad islámica en la Francia africanizada la ha hecho ganarse el apoyo de mujeres y homosexuales, ya contaba con el de los conservadores que sufren los ataques constantes. El pensador Eric Zemmour creó un partido a su derecha, Reconquista, que hablaba de forma menos tibia sobre la naturaleza del secesionismo islámico francés, lo que en términos de posición en el tablero político, la centró al aparecer alguien a quien podían llamar más radical y extrema derecha al cuadrado.
La extrema derecha francesa por la que salen a quemar las calles los demócratas es defensora de la inclusión del aborto como derecho constitucional
Marine Le Pen ha prometido cerrar mezquitas salafistas, expulsar a nacionalizados o inmigrantes reincidentes, acabar con el coladero de la reagrupación familiar y recortar las enormes ayudas que reciben. Asegurar la prioridad nacional del acceso a la vivienda social y al empleo. Un mayor proteccionismo a los productos franceses, reducir el IVA de las energías y no apoya el envío de tropas francesas a Ucrania que genere un conflicto mundial nuclear. Y finalmente como guinda del pastel, el partido dirigido por una mujer lo ha llenado de hombres franceses guapos. Los Bardella. La batalla de civilización que libramos en toda Europa también es por la belleza y hay que escenificar la guapocracia en tiempos de redes sociales frente al islamismo y los pelánganos de Melenchon.
Éste es el populismo de extrema derecha que es un peligro para la democracia y hay que pararlo incendiando las calles por parte de grupos organizados. «La calle protesta contra la victoria de Marine Le Pen», titulan los medios podridos del sistema. No, la calle, los franceses, el pueblo ha votado al Frente Nacional y son todos los enemigos de la nación (francesa en este caso), enemigos de la civilización occidental de la que quedan algunos restos más allá de nuestra conciencia los que amenazan con un conflicto civil incendiario en las calles y con una red de funcionarios politizados para no dejar gobernar a un partido que defiende casi lo mismo, pero dice algunas verdades. Quizá ese cambio en las políticas de inmigración sea el punto de apoyo de palanca para que el pueblo no sea súbdito y no perdamos la civilización. El «populismo» patriótico es lo único que puede salvarlo.
La destrucción absoluta y denigrante de Francia a manos de un megalómano como Emmanuel Macron abre paso a Marine Le Pen, que puede ser la dueña de Europa ahora que Alemania está siendo desindustrializada en un eje más franco que alemán. Si en España no llevásemos quince años de estancamiento y de retraso en la reacción, el coste de demonizar al populismo de la extrema derecha, con una opción política de Gobierno patriota soberanista, quizá no acabaríamos siendo provincia dependiente de Marruecos con una Francia fuerte asociada a ellos. España va tarde en esa ola de despertar nacional para no acabar siendo nada más que el patio trasero de borrachera e inmigración del resto de Europa y África.
La destrucción absoluta y denigrante de Francia a manos de un megalómano como Emmanuel Macron abre paso a Marine Le Pen