Francesc de Carreras-El Confidencial
- Para la continuidad del ‘procés’, los nacionalistas han encontrado un ejecutivo parlamentariamente débil encabezado por un presidente que está dispuesto a todo para permanecer en el poder
Solo un ingenuo o un cómplice puede sostener que el conjunto de actividades de las fuerzas independentistas catalanas desde 2012 para alcanzar la independencia de Cataluña, o algo que se le parezca mucho, cesó a partir de la aplicación del artículo 155 de la Constitución a fines de 2017.
Efectivamente, entonces fracasó el golpe de Estado, pero el proceso sigue y para comprobarlo es suficiente escuchar los medios de comunicación nacionalistas catalanes, tanto prensa como radio y televisión. En todos se trasmite cada día la idea de que la maldad congénita de España, la secular opresión a Cataluña y la urgente necesidad de poner fin a esta insoportable situación, solo se logrará mediante la independencia.
Fracasó el golpe de Estado, pero el proceso sigue y para comprobarlo es suficiente escuchar los medios de comunicación nacionalistas catalanes.
Para esta continuidad del ‘procés’, los nacionalistas han encontrado, a partir de la moción de censura de 2018, el mejor escenario: un ejecutivo parlamentariamente débil encabezado por un presidente que está dispuesto a todo para permanecer en el poder. A Pedro Sánchez no le importa perder la dignidad cada semana mientras ello le permita seguir siendo presidente. Además, como el partido socialista ha desaparecido como ámbito de debate y foro de discusión, ambos sustituidos por la voluntad incontestable del líder, todas las responsabilidades hay que adjudicárselas a él, aunque quizás las culpas a todos los demás cargos que dócilmente se prestan a ser sus colaboradores.
Dentro de este panorama, que en junio cumplirá cuatro años, cobra especial importancia Esquerra Republicana. También Podemos, sin duda, ha tenido un papel fundamental, tanto en la moción de 2018 como formando coalición de gobierno con el PSOE después. Pero me da la impresión que este partido, o agregación de partidos, o lo que sea, está en una clara fase de desintegración. Pero no sucede lo mismo con ERC, el partido que presiona constantemente a Sánchez porque conoce bien los resortes para desgastarlo y tomarle el pelo, cosa no difícil, para ir así, progresivamente, desestabilizando el orden constitucional.
El más urgente asunto pendiente entre ERC y el PSOE es la famosa «mesa de partidos» pero tengo la impresión de que ninguno de los dos tiene mucha prisa en reunirse, aunque de vez en cuando digan lo contrario: saben que la tal mesa no puede conducir a ninguna parte y si llegan a algún acuerdo viable harán el ridículo ante los suyos porque han prometido cosas de muy altos vuelos: autodeterminación y amnistía unos, imposible constitucionalmente, y la solución definitiva al histórico «problema catalán», una fantochada de los otros. Las farsas y las comedias de enredo tienen a veces una trama interesante, pero siempre llega la hora de terminar la función, quizás esta hora se esté acercando.
Estos días pasados la trampa que ERC ha tendido a Sánchez, con el incondicional apoyo de sus aliados nacionalistas y populistas, es el ya famoso caso Pegasus, las intervenciones telefónicas a sospechosos de dar un nuevo golpe de Estado, según confesión propia. Se trata de una acusación formulada en un artículo del ‘New Yorker’ con base en los informes de un Instituto de la Universidad de Toronto en el que participaba un nacionalista catalán, precisamente instigador del llamado «tsunami democrático» de hace un par de años y que, por si fuera poco, es uno de los investigados según estas fuentes tan poco solventes.
En fin, un asunto bastante turbio que la prensa afecta al Gobierno, de Barcelona y de Madrid, dio inmediata credibilidad en lugar de investigar su veracidad y, sobre todo, enterarse de si el procedimiento utilizado por esta labor de inteligencia no había desbordado los cauces de la ley. Como en estos días estaba pendiente la convalidación del decreto-ley de medidas económicas, este caso que los nacionalistas catalanes, siempre tan sobrados, han denominado Catalangate, podía agitarse en un momento muy oportuno para humillar a Pedro Sánchez y excitar el ánimo antiespañol de los suyos. Hasta el PSC, y no es sorprendente, ha contribuido a esta confusión.
Pues bien, Aragonés ha conseguido de largo esta finalidad. Sánchez ha cedido en todo a las peticiones de ERC, envió a Barcelona al secretario de Presidencia a pactar, por supuesto cedió; hizo que la presidenta del Congreso —¡qué vergüenza!— cambiara de un día para otro un precepto del Reglamento del Congreso para que entraran en la Comisión de Secretos Oficiales los supuestamente intervenidos y supuestamente bien intervenidos. Los posibles controlados son ahora los controladores. La cuestión para ERC —y para Bildu y los demás, hasta para los miembros de Podemos en el Gobierno— era humillar a Sánchez. Pues bien, lo consiguieron. Una vez más.
La cuestión para ERC era humillar a Sánchez. Pues bien, lo consiguieron. Una vez más
Pero ello no debe sorprender a nadie, a menos que sea un incauto. Desde la moción de censura, Sánchez es prisionero de quienes le auparon al poder. Y quienes le auparon al poder son de dos tipos: unos quieren acabar con el sistema constitucional vigente y otros quieren separarse de España. Los primeros ya han conseguido bastante: el sistema constitucional no está destruido, ni mucho menos, pero sí cada vez más erosionado. Como muestra, lo sucedido en el Congreso esta semana. Los que quieren separarse, o algo parecido, son más listos: quieren desprestigiar al PSOE para que el Gobierno vaya cediendo, pedazo a pedazo, lo que queda del Estado en Cataluña y, a la vez, en esto coinciden con el resto, los que pretenden destruir el sistema constitucional. El ‘procés‘ sigue, no lo duden.
Un presidente débil y voluble sostenido por unos partidos astutos y antisistema: esta es la situación. Mientras, un sunami económico se acerca. El camino político emprendido en 2018 fue un grave error que estamos pagando caro. Excepto los nacionalistas catalanes y sus compinches, claro.