Eduardo Rodrigálvarez, EL PAÍS, 11/9/11
Anoche, en Santander, le daba vueltas yo al hecho de que la llegada de la Vuelta Ciclista a España al País Vasco pudiera sobresaltar de tal manera este país. Entiendo, por veterano del DNI, el sobresalto deportivo por mucho que el ciclismo ya no sea lo que fue. Lo que no entiendo, y mira que le dí vueltas con la vista puesta en la bahía de Santander, es la argumentación de quienes se oponen a la llegada de la carrera. No entiendo que se hable de imposición cuando es una decisión democrática de ayuntamientos democráticos y de ciudadanos democráticos. No entiendo que, por ejemplo, si fuera el Giro de Italia, estos mismos adversarios de la Vuelta se volcarían en las cunetas como exhibición de su orgullo ciclista. Si el Tour llegara a Bilbao o a San Sebastián, estarían molestos, por aquello del zazpiak bat, pero, sin embargo, buena parte de esa tropa va a ver ciclismo a los Pirineos y se enorgullece de los aplausos que reciben de organizadores y ciclistas.
Es el sobresalto emocional que nos domina. Esa especie de crucigrama mental, de sudoku espiritual imposible de resolver, que lo mismo te propone una cosa o la contraria. La bahía no me resolvió las dudas, así que me fui a dormir, derrotado, incapaz. Y por la mañana, un patrocinador de la Vuelta, con el que coincido en el ascensor del hotel, me dice: «A ver que tal nos reciben en Euskadi…» Desconoce que yo soy de Bilbao y yo no se lo aclaro. No me apetece volver a explicar la diferencia entre las mayorías y las minorías, la pasión ciclistas de los vascos frente a la pasión complejo de algunos vascos. Uno de los policías que vigila la sala de prensa está tranquilo, entre otras cosas, porque deberán quedarse en Santander hasta que la carrera salga de la comunidad autónoma. «Es lo normal, si tienen las competencias lo lógico es que las ejerzan», dice.
Hay una normalidad general en la Vuelta, aunque exista un cosquilleo generalizado antes de que el pelotón cruce la muga del Alto de Las Muñecas, cuando los tubulares pisarán por primera vez en 33 años tierras asfalto vasco. No entiendo por qué la Liga española de fútbol, la de baloncesto, la de fútbol sala, la de, la de, la de, pueden jugar en Euskadi, y la Vuelta, un deporte que practican muchos proletarios del pelotón, tiene que ser vedado de la carretera.
La verdad es que no lo entiendo ni quiero que me lo expliquen. No tengo ganas de que algún gurú me ofrezca una disertación, una homilía o un manifiesto sobre el significado de esa postura contraria, ajena a la lógica. Si no me lo aclaró la bahía, con su tranquilidad y sensatez, no creo que ningún portavoz pueda ser más explícito. La ida de la Vuelta a Bilbao no tiene vuelta atrás. Eso está claro.
Eduardo Rodrigálvarez, EL PAÍS, 11/9/11