El terrorismo perpetrado por Al Qaeda y su ideología móvil proseguirá durante la próxima década. Pero esta realidad, por alarmante y terrible que sea, no debería desviar de la naturaleza autolimitante del desafío de Al Qaeda. Los gobiernos occidentales deben resistir la tentación de la sobrerreacción, la hiperinflación de las amenazas y la discriminación contra los musulmanes corrientes y de a pie.
Coincidiendo con el primer aniversario de la llegada de Obama a la presidencia estadounidense, Osama bin Laden difundió un nuevo vídeo en el que reivindicaba la responsabilidad del intento de atentado en un avión el día de Navidad, al paso que prometía nuevos ataques contra EE.UU.
En una breve grabación «De Osama a Obama», emitida recientemente a través de la cadena de televisión Al Yazira, Bin Laden se dirigió directamente al presidente norteamericano afirmando: «Estados Unidos nunca soñará siquiera con alcanzar la anhelada seguridad a menos que gocemos realmente de ella en Palestina. Es injusto disfrutar de una vida segura mientras nuestros hermanos en Gaza padecen grandes sufrimientos… Nuestros ataques proseguirán mientras sigáis apoyando a Israel», declaró.
La cuestión clave no estriba en lo que dijo Bin Laden, sino en que sigue vivo y en su línea. En el fondo de su voz y mensaje uniformes asoma permanentemente el propósito indesmayable de promover la ideología viajera de Al Qaeda que encuentra su eco en la juventud musulmana radicalizada políticamente en todo el mundo. Esa ideología descansa en dos pilares interrelacionados. En primer lugar, Occidente, sobre todo EE.UU. y el Reino Unido, libra una cruzada contra el islam y los musulmanes. En segundo lugar, todo musulmán tiene el deber de sumarse en yihad contra los enemigos del islam sacrificando su sangre y hacienda en el empeño.
A lo largo de estos años, los mensajes de Bin Laden difundidos por él mismo, Ayman al Zauahiri (el segundo en la cadena de mando) y sus aliados contra los enemigos del islam han subrayado la odisea de los musulmanes agraviados y perseguidos, de Palestina a Cachemira. Como figura de calado estratégico, lo cierto es que Bin Laden apunta a dar en la cuestión más candente del momento. Su acento sobre Palestina en el último vídeo tiene su lógica porque el tema de las penalidades del millón y medio de palestinos en Gaza bajo el asedio israelí es noticia destacada en la región y porque el impulso de Obama a favor de la paz está encallado. A los musulmanes se les recuerdan las promesas quebrantadas de Obama menos de un año después de que el presidente prometiera ayudar a crear un Estado palestino independiente.
En diversos momentos, Bin Laden y Al Zauahiri se han servido de otros motivos de agravio en Iraq, Afganistán, Pakistán y otras partes para fomentar y propagar la ideología móvil de Al Qaeda.
Aunque Al Qaeda creció en el específico contexto afgano de modo altamente centralizado y jerárquico en los años noventa, la organización ha evolucionado y ha adoptado la fisonomía de una sombrilla protectora ideológica flexible, globalizada y omnímoda. Esta ideología popular ofrece un arma poderosa a una amalgama de activistas religiosos radicalizados de diverso origen social que tienen la sensación de que su cultura e identidad islámica son atacadas.
En la actualidad, la ideología movible de Al Qaeda halla refugio en los suburbios de núcleos musulmanes y campos de refugiados en Palestina, Líbano, Sudán, Somalia, Yemen y Argelia como también entre algunos profesionales y estudiantes universitarios del golfo Pérsico, Gran Bretaña, Estados Unidos y otras áreas. Casos recientes muestran claramente la forma en que la ideología viajera de Al Qaeda ha salvado las diferencias de clases sociales a través del espacio y mediante técnicas pertinentes de reclutamiento. Ha funcionado como imán que ha atraído a individuos como el terrorista del día de Navidad, el nigeriano Umar Faruk Abdulmutallab, estudiante de la London University; el psiquiatra castrense Nidal Malik Hasan que mató a varias personas en Fort Hood (Texas); los cinco musulmanes integrados socialmente en Virginia o el destacado médico jordano Humam al Balaui, agente de información convertido en terrorista suicida que mató a siete agentes de la CIA en una base de Jost, cerca de la frontera afgano-pakistaní.
Todos ellos poseían en común un proceso de radicalización a través de internet y por su cuenta, sin dejar de llevar una vida integrada en sociedad, en su mayoría en Occidente. Según su familia, la operación militar israelí en Gaza en el 2008 enfureció a Al Balaui y le echó en brazos de la militancia radical. El mando militar de Fort Hood, Hasan, estaba profundamente afectado por la invasión y ocupación de Iraq liderada por EE.UU. Y la guerra estadounidense en Afganistán y Pakistán propulsó a los citados cinco musulmanes de Virginia a los campos de batalla pakistaníes.
Tras este proceso de autorradicalización, estos individuos volvieron sus miradas a mentores de Al Qaeda como el yemení radical nacido en EE.UU., Anuar al Aluaki, en busca de guía, apoyo y justificación religiosa. Ellos mismos tomaron las iniciativas descritas y pasaron a la acción.
Sobre los motivos por los cuales los autorradicalizados activistas se tragaron la ideología de Al Qaeda, no existe otra alternativa que legitime la muerte de los enemigos del islam, incluyendo civiles e incorporando distintos y variados temperamentos y procedencias. El reclutamiento de aspirantes a terroristas por parte de los líderes principales ha sido reemplazado por un proceso que empieza por abajo y cuya pista resulta muy difícil seguir. Es una ironía que las familias de los cinco de Virginia y el padre de Faruq Abdulmutallab advirtieran a las autoridades de la radicalización de sus hijos.
La noticia positiva es que el reclutamiento desde abajo constituye un fenómeno marginal. Signo de debilidad y no de fuerza, el terrorista que actúa como un lobo solitario revela a la luz del día la crisis estructural del núcleo central de Al Qaeda. La organización ha sufrido un revés desastroso en el terreno de las armas y hace frente a una notable crisis de autoridad y legitimidad (con el declive del apoyo público musulmán).
Aunque en la cúspide de su poder a finales de los noventa Al Qaeda contaba con unos 3.000 o 4.000 combatientes, en la actualidad se han reducido a 400 o 500 efectivos. Según los cálculos más fiables de los servicios de inteligencia, sólo quedan unos 100 hombres operativos en Afganistán y otros 300 en Pakistán. La mayoría de los combatientes más veteranos han sido apresados o han resultado muertos y han sido sustituidos por jóvenes sin experiencia ni conocimientos y a este problema se añade el difícil reclutamiento de nuevos combatientes.
Factor importante: cada vez más musulmanes ven a Al Qaeda a través de un prisma que subraya la monstruosidad de las muertes de no combatientes. Una mayoría abrumadora de musulmanes intensifica sus críticas a la ideología de Bin Laden y sus seguidores; condenan el daño que ha causado a la imagen del islam y a las mismas sociedades musulmanas. La nueva tendencia es elocuente sobre el descrédito moral que a su juicio aqueja a Al Qaeda a ojos de los musulmanes y sobre el fracaso de la yihad global en general.
No hay pruebas de un respaldo de una opinión musulmana favorable y de carácter solvente al nuevo terrorismo sino, por el contrario, de repugnancia y oposición. La clave para resolver el enigma del lobo solitario radica en trabajar estrechamente con las redes sociales musulmanas para identificar preventivamente las señales de advertencia antes de su mutación en la forma descrita. La primera y más eficaz línea de defensa contra el terrorismo es la propia comunidad musulmana.
El terrorismo perpetrado por Al Qaeda y su ideología móvil proseguirá durante la próxima década. Pero esta realidad, por alarmante y terrible que sea, no debería desviar de la naturaleza autolimitante del desafío de Al Qaeda. Los gobiernos occidentales deben resistir la tentación de la sobrerreacción, la hiperinflación de las amenazas y la discriminación contra los musulmanes corrientes y de a pie. Estas medidas son contraproducentes porque contribuyen a apoyar y alimentar la ideología móvil de Al Qaeda.
Fawaz A. Gerges, LA VANGUARDIA, 10/2/2010