ANTONIO ROBLES – LIBERTAD DIGITAL – 05/03/16
· El ejercicio de soberbia, petulancia, dogmatismo, chulería brava con aires de matón y arrogancia de profeta mostrado por Pablo Iglesias en el debate de investidura podríamos digerirlo sin mayor recelo si detrás de tanta gestualidad no hubiera mostrado tanta ignorancia. Porque detrás de sus aceradas críticas y reivindicaciones deja una sombra de inmadurez intelectual y una bisoñez cognitiva que desautorizan por completo la cesta de navidad con la que pretendió comprar a todos los necesitados de este país.
Es lo que tienen los iluminados, confunden la evidencia subjetiva con la verdad. He ahí lo más preocupante y peligroso del discurso de Iglesias. No el contenido político de lo que dijo, con el que se puede estar total o parcialmente de acuerdo o en desacuerdo, sino la incapacidad mostrada para prever los daños colaterales de tanto populismo.
Esos discursos redondos, a menudo tan aparentemente perfectos, suelen ser la antesala del totalitarismo. No menos perfecto, ni hermoso ni humanitario fue el socialismo científico de Marx, ideológicamente vulgarizado en el Manifiesto comunista. La intención podría ser tildada de todo, menos de no buscar un mundo más justo. ¡Ay!, ese paraíso en la tierra, con un sujeto humano emancipado, libre de alienaciones económicas, religiosas, sociales y políticas, que acabaría con todas las tiranías, incluso la del propio Estado. Sólo tenía un error, la utopía no había contado con la realidad ni con la naturaleza humana y las mil variables que suelen pasar desapercibidas a la razón científica cuando de cuestiones sociales se trata.
Eso es lo que más molesta del discurso del profesor universitario, su soberbia intelectual. La misma de Platón cuando arroja al adversario político al fondo de la caverna sin reparar en que todos llevamos una caverna a cuestas. Ni siquiera es consciente de su osadía cuando advierte a Pedro Sánchez: «Permítame recordarle que esto es un debate, no una campaña electoral». El Congreso casi se cae de una monumental carcajada. El tipo que comenzó su intervención con un mitin empedrado de consignas tuvo la osadía de reprocharle al socialista que al Congreso iban «a debatir, no para traer consignas compradas de casa».
Incluso acusó al resto de «atacar la memoria de las víctimas para atacar a los adversarios”. Él, precisamente él, que inició su discurso utilizando a las víctimas de la dictadura. Con una incongruencia lamentable, se olvidó de todos los asesinatos de ETA. «Algo habrían hecho», debió de pensar, si pensó algo. Rasgos sectarios que señalan miserias éticas de un ser humano e intolerable carencia cognitiva en quien tiene por profesión el conocimiento. Una y otra vez vio la paja en ojo ajeno e ignoró la viga en el propio.
Centrémonos en esas carencias cognitivas ¿Por qué son mejores y más eficaces sus políticas económicas que las de sus adversarios? La historia nos señala con innumerables ejemplos que sus recetas conducen a países devastados por la miseria y el totalitarismo; y las de sus adversarios, a sociedades del bienestar imperfectas pero libres. Repito, no es importante lo que hay de contenido político en su discurso, sino la ignorancia que delata. En él no hay lugar para la duda o el sincretismo, solo principios categóricos.
Sus recetas apuntan a evidencias, pero no siempre las evidencias conducen a la verdad. En el siglo II a. C. Aristarco de Samos ya había teorizado que la Tierra se movía. Pero el sentido común y todas las evidencias empíricas de la época llevaron a sus contemporáneos a negarlo, ya que todas las evidencias les decían que si la Tierra se movía, ¿por qué no dejaban atrás a nubes y pájaros en su desplazamiento alrededor del Sol?, o ¿por qué los objetos lanzados rectos hacia arriba caían en el mismo sitio? Aún no había nacido Newton.
Pablo Iglesias debería incorporar el respeto y la duda a su discurso dogmático. Confunde los valores políticos propios (siempre subjetivos) con la objetividad de las ciencias empíricas. No por parecer más evidente en la defensa de los débiles garantiza con mayor eficacia sus derechos. «¿Pero quién se lo dice?».
ANTONIO ROBLES – LIBERTAD DIGITAL – 05/03/16