La Iglesia vasca es de nuevo noticia en los medios. No porque haya hablado de Dios, sino porque miembros de ella salen al público para mostrar su desacuerdo con los recientes nombramientos de obispos para San Sebastián y Bilbao.
Vaya por delante que quien firma estas líneas no es un miembro activo de la Iglesia, pero tampoco pertenece al grupo de los que, desde fuera, saben perfectamente lo que debiera hacer la Iglesia católica para atraer a todos aquellos que, al fin y al cabo, quizá no tengan demasiado interés en ella.
La Iglesia vasca es de nuevo noticia en los medios. No porque haya hablado de Dios, sino porque miembros de ella salen al público para mostrar su desacuerdo con los recientes nombramientos de obispo para San Sebastián y Bilbao, y porque suponen que esos nombramientos pueden implicar cambios en la dirección de ambas iglesias locales.
Leo en la prensa: «604 religiosos y seglares amagan con un plante a Iceta si no cuenta con ellos. Advierten por carta al obispo de Bilbao de que ‘no podrá contar’ con su colaboración ni con su ‘silencio’ para cambiar la Iglesia local� Advierten a Iceta de que ‘no podrá’ contar con su colaboración para ‘modificar’ la idiosincrasia eclesial vizcaína.
Joxe Arregi, el franciscano exclaustrado, decía que lo hacía, entre otras cosas, por coherencia consigo mismo. He escuchado a algunos preocupados por estos problemas decir que desean a alguien más cercano, a otros decir que estos obispos deben reconocer la existencia de otras palabras distintas a la suya a la hora de entender el mensaje evangélico.
Leo en el libro ‘Jesús’ de Rudolf Bultmann: «Se la puede entender (la proclamación de Jesús de la voluntad de Dios) en su diferencia con el ideal antropológico griego y en su diferencia con la ética moderna de la autonomía o la moderna ética de los valores.
Pues se puede decir ahora con una sola palabra que la ética de Jesús, al igual que la judía, es una ética de la obediencia, y que la única, aunque fundamental diferencia con respecto a ésta radica en que él, Jesús, ha pensado la idea de la obediencia de una forma radical» (edición alemana 1970, p.53).
Leo en Herbert Braun, ‘Jesús’: «El actuar que ciertamente exige Jesús se sale del nivel normal religioso judío� Ése más, ese mejor actuar, sin embargo, se denomina en no pocos textos sinópticos en analogía con formas de expresión judías comunes ‘conversión’, ‘transformación’. Esta expresión la ha utilizado el mismo Jesús, antes que la tradición. La traducción de Lutero utiliza en estas ocasiones el término ‘penitencia’. Lo que quieren decir los términos -como se desprende del contexto- no es una experiencia religiosa sentimental, sino dirigir decididamente la voluntad a la obediencia� El NO se dirige de forma primaria en el obediente a sí mismo, es ahí donde está el enemigo propiamente dicho» (edición alemana 1973, p. 46-47).
Leo en Günther Bornkamm: «El conflicto entre el imperio y la voluntad de Dios, y la existencia mundana, exige poder de aguante. Precisamente así sucede en los llamados y en los que escuchan lo definitivo: son llevados al límite en el que el mundo y sus posibilidades terminan y donde se abre el futuro de Dios (�). Esto significa: las exigencias de Jesús llevan en sí mismas ‘las últimas cosas’, sin que reciban su validez y su urgencia del fuego de las imágenes apocalípticas. Ellas mismas conducen al límite del mundo, pero no dibujan su final.
Los llamados a una nueva justicia son liberados del mundo y sin embargo vueltos a colocar en él de una forma nueva (�). Como los liberados en medio del mundo los discípulos son llamados a levantar las señales de la nueva justicia y a contar con el poder y las posibilidades de Dios en obediencia. Pero en ningún caso da el sermón de la montaña un programa para dar forma al mundo y para la reforma de la vida social y jurídica, aunque tampoco se pueda desconocer su efectividad histórica para ello» (edición alemana 1971, p. 100). Y más adelante leo: «Y entonces gritó el padre del joven: creo -ayuda mi increencia (Mk, 9, 24). ¡Creo! -con ello el que pide se encuentra más allá de sí mismo y dice más de lo que es capaz de reconocer en sí mismo. ¡Ayuda mi increencia! -con ello se entrega a sí mismo, quedando detrás de su fe, al poder y a la ayuda que le vienen al encuentro en Jesús. En esta paradoja de fe e increencia se convierte la fe en verdadera y capaz de recibir el milagro de Dios, como quiere enseñar esta historia» (p. 121).
Leo en Heinz Schürmann: «Si más arriba hemos visto que el mundo contingente sólo puede subsistir en una autoafirmación sin fin y que en todas sus esferas -cuanto más altas con más fuerza- gira de forma egotista en torno a sí mismo: en Jesús de Nazareth parece que nos viene al encuentro un hombre que en lugar de un corazón humano egotista posee un vacío (Hohlraum: ‘Espacio vacío’): un vacío desde el que fluye un amor radical y sin reacciones a Dios y al prójimo; pero esto es así porque por medio de ese vacío fluye hacia el mundo el amor de Dios. Así, Jesús es el hombre verdaderamente ‘libre’, liberado de sí mismo y de todas las imposiciones de la existencia» (edición alemana, 1975, p. 140).
Leo en Karl Barth: «El tema de la Iglesia es precisa y realmente la palabra de Dios, la palabra del final y del comienzo, del creador y del salvador, del juicio y de la justificación -pero la palabra de Dios oída por oídos humanos y dicha por labios humanos; pues la Iglesia es, surgiendo una y otra vez, la comunidad de los hombres que oyen y dicen la palabra de Dios. Y de ello se sigue: que los oídos y los labios humanos necesariamente, siempre de nuevo y de forma ilimitada, tienen que fracasar ante la palabra de Dios que nunca fracasa, que el hombre tiene que oír y decir lo que es verdad en Dios, y que inmediatamente deja de ser verdad en cuanto lo oye y lo dice, que por lo tanto el tema de la Iglesia es tan verdad que en cuanto tema de la Iglesia nunca puede ser verdad -¡a no ser que suceda un milagro!-, ése es propiamente su drama. La Iglesia es juzgada por lo mismo que la erige (‘La Carta a los Romanos’, edición alemana 1940, pp. 325-6).
Pregunta: ¿Es de todo esto de lo que se debate en las disputas intraeclesiales a las que asistimos? ¿O se trata de una ortodoxia en contra de otra? ¿Dónde queda la palabra que exige obediencia y que salva porque es la palabra de Dios? Las dudas se imponen.
Joseba Arregi, EL DIARIO VASCO, 13/10/2010