Lorenzo Silva-El Correo
- La pregunta sería si puede ser ahora, tras la reconciliación que supuso la Constitución de 1978
Afirma Andrés Trapiello que su novela ‘Me piden que regrese’ une en la ficción, a través de sus personajes protagonistas, a las dos Españas, y que la literatura, entre otras muchas cosas, es el territorio de la reconciliación. Leyéndola, se hace evidente que el novelista se ha echado a la espalda una tarea casi imposible. A partir de un suceso real de la posguerra española, el asesinato en 1945 de dos personas por una célula comunista en la sede de Falange de Cuatro Caminos, en Madrid —analizado por extenso en un libro anterior, Madrid 1945—, urde Trapiello un relato ficticio en el que un estadounidense de origen español, enviado por los servicios secretos de su país para desprestigiar a cierto elemento inmovilista del régimen y afín a los derrotados, entabla una relación amorosa con una aristócrata que por su posición y filiación identificamos con el bando vencedor.
Ni uno ni otro son personajes cualesquiera; ambos deploran no sólo las fechorías de su enemigo respectivo, sino que toman conciencia de las miserias de los suyos. En sus diálogos, que el autor arma con inteligencia, conocimiento de causa —sobre la época en cuestión, poca gente en España sabe tanto como él— y riqueza y originalidad de ideas, los dos amantes provenientes cada uno de una España delinean un espacio de encuentro que, sobre el pretexto argumental de la atracción erótica primero, y el enamoramiento después, se convierte en metáfora de ese país que no pudo ser entonces. La pregunta sería si puede ser ahora, tras el esfuerzo de reconciliación que supuso la Constitución de 1978 y su despliegue en cuatro décadas largas de vigencia.
Siente uno que el literato es quizá demasiado optimista. Igual que eran pocos los que en los años treinta y cuarenta del siglo pasado estaban por la labor de construir una casa común, en estos años convulsos del siglo XXI se han enconado otra vez las posiciones de tal modo que teme uno que la novela de Andrés Trapiello, lejos de ser leída como el intento de superación poética de aquel desastre que es, irritará a unos y a otros. A quienes se sitúan a la izquierda, no les gustará el retrato de las carencias morales de sus correligionarios de entonces. A los del otro lado, les molestará, pese a su justeza, la descripción del franquismo como el paraguas de una corrupción sistemática y generalizada, como a menudo resultan ser los regímenes autoritarios para así mejor garantizar su supervivencia. Y sin embargo, ni en lo uno ni en lo otro hay trampa ni invención. Lo uno y lo otro forman parte de esa memoria que seguimos tardando en compartir.