Ignacio Varela-El Confidencial
A mi juicio, la única respuesta digna del PSC es negarse a elegir a otro senador que no sea precisamente Miquel Iceta
Para empezar, una reflexión que es más bien un lamento. Cuando se consumó el golpe institucional de septiembre de 2017, los líderes políticos que encabezaron la resistencia democrática en el Parlamento de Cataluña fueron Inés Arrimadas, Miquel Iceta y Xavier García Albiol. Ellos estuvieron, junto a otros, en las grandes manifestaciones en las que la Cataluña constitucional salió de las catacumbas.
Pasado no mucho tiempo, los tres han necesitado salir de allí. La atmósfera totalitaria que se respira en esa Cámara —y en la sociedad catalana— hace que la presión sea insoportable para un dirigente constitucionalista. Algo parecido ocurrió antaño en el País Vasco con tantos dirigentes del PSOE y del PP que, tras resistir heroicamente sobre el terreno, finalmente se trasladaban a Madrid por pura higiene emocional.
Sería un exceso paranoico sostener que Pedro Sánchez ha inducido conscientemente el fracaso de la candidatura de Miquel Iceta para la presidencia del Senado. Es seguro que el presidente deseaba que el nombramiento se consumara. Si a alguien hay que culpar de esta pifia institucional es al sectarismo locoide de los independentistas, a su sed de venganza y a la pelea navajera entre sus facciones por hacerse con el mando del chiringuito municipal secesionista en las elecciones del 26-M.
No obstante, la forma soberbia e imprudente con que Sánchez ha manejado esta operación ha contribuido a crear las condiciones para que se fuera a pique. El presidente del Gobierno no tenía ninguna necesidad de anunciar al mundo, con varios días de antelación, que el senador que se eligiera para sustituir a Montilla sería el próximo presidente del Senado. Nada obligaba a ello, bastaba con aplicar al caso la misma reserva que mantiene respecto a la presidencia del Congreso.
La proclamación prematura de Iceta contenía al menos dos elementos nocivos: por una parte, una desconsideración a la institución. Es poco elegante, como mínimo, atribuir la presidencia de una Cámara legislativa a quien aún no pertenece a ella. Por otra —y esto es más trascendente— se envió a la mayoría secesionista del Parlamento de Cataluña el mensaje de que no elegirían a un senador cualquiera, sino nada menos que al presidente del Senado de España: la Cámara del Estado de las autonomías del que ellos reniegan, la Cámara del 155.
Lo que para cualquier otro parlamento autonómico sería un honor, para este (para su mayoría) resultó ser una provocación. No olvidemos que los senadores de designación autonómica no representan a su partido, sino a su comunidad y a la Cámara que los elige. El simple anuncio preliminar —insisto, completamente innecesario y prematuro— contenía toda una invitación al sabotaje. Fue una ingenuidad suponer que los independentistas desaprovecharían la ocasión de abofetear al Estado en la cara de uno de sus más odiados enemigos domésticos.
Ahora que Sánchez ya ha ganado unas elecciones y tiene por delante cuatro años para gobernar, sería deseable que adquiera serenidad, comience a ser más respetuoso con las formas y protocolos de la democracia y deje a un lado la pulsión de exhibir permanentemente su poder personal. Con un poco más de cautela y algo menos de prepotencia por su parte, Iceta sería primero senador y después presidente del Senado; pero él quiso invertir el orden correcto para mostrar por enésima vez quién manda aquí, y esta vez marró el disparo.
Si hay un partido en España que lleve la subversión en los genes, es ERC. Si hay uno radicalmente independentista desde su fundación, es ERC
Tenemos tantas ganas de encontrar vías de solución para la tragedia catalana que nos empeñamos en creer nuestras propias ilusiones. Una de ellas es el carácter supuestamente moderado, dialogante e institucionalmente responsable de un partido como ERC. Si hay un partido en España que lleve la subversión en los genes, es ERC. Si hay uno radicalmente independentista desde su fundación, es ERC: todas las insurrecciones secesionistas de nuestra historia contemporánea han sido protagonizadas por dirigentes de ese partido. Si hay uno que lleva el supremacismo en las venas (no hay más que leer a Heribert Barrera, maestro político de Junqueras), es ERC. Si hay uno desleal, que traiciona invariablemente a sus aliados, es Esquerra Republicana de Cataluña. Su objetivo inmediato es terminar de romper el espinazo a su rival convergente, llevándose por delante su entramado de poder municipal.
Una cosa es que Junqueras haya optado por un plan de medio plazo para romper con España a plazos y otra que la España constitucional pueda esperar de él y de su partido un comportamiento leal.
Cataluña vive dos fracturas internas: una es la trinchera que separa a los secesionistas de los catalanes que quieren seguir siendo españoles. Otra es la pelea sin cuartel por la hegemonía del nacionalismo. Sin duda, Junqueras ha pensado que el episodio de Iceta le resultaba funcional en ambos campos de batalla.
Es cierto que el antiguo espacio convergente está ahora dominado y desquiciado por dos dementes como Puigdemont y Torra. Pero dentro de pocos meses, Artur Mas volverá a estar en condiciones legales de regresar a la política activa y competir en las urnas. Muchos en su partido esperan ese momento. No se sorprendan si, durante esta legislatura, los siete diputados de JxCAT terminan siendo más importantes para el Gobierno de Sánchez que los 15 de ERC.
De hecho, tras las elecciones generales, ERC necesita más al PSOE que el PSOE a ERC. Por eso, como dice Zarzalejos, lo que han hecho a Miquel Iceta es peor que una tropelía: es una estupidez que pagarán. Para empezar, que se olviden de que el hermano de Pascual Maragall sea alcalde de Barcelona o de que se apruebe el Presupuesto de la Generalitat si los socialistas pueden hacer algo para impedirlo.
Cada vez que el recluta Torrent convoque el pleno para elegir al sustituto de Montilla, los socialistas solo deberían presentar un nombre: Miquel Iceta
Dicen que Sánchez compensará a Iceta con un ministerio. Lo merecería, pero no deja de ser una forma de resignación. A mi juicio, la única respuesta digna del PSC es negarse a elegir a otro senador que no sea precisamente Miquel Iceta. Cada vez que el recluta Torrent convoque el pleno para elegir al sustituto de Montilla, los socialistas solo deberían presentar un nombre: Miquel Iceta. Si hay que dejar un escaño vacío en el Senado durante meses, se deja. Ya verán cómo al final ceden. Aunque la Cámara Alta perderá a quien, más allá de las discrepancias, habría sido un buen y digno presidente.
Por cierto: la abstención de Ciudadanos y del PP en la votación es sencillamente incomprensible. Esto no va de Iceta, va de política civilizada. Por desgracia, siempre se comprueba que el sectarismo es tan contagioso como la malaria.