Juanjo Sánchez Arreseigor-El Correo

  • No se resolverá el conflicto en Oriente Próximo hasta que EE UU fuerce a los israelíes a reconocer un Estado palestino

La posible victoria electoral de Donald Trump ha abierto un debate sobre si las potencias europeas serían capaces de sostener por si solas el esfuerzo bélico de Ucrania contra Rusia. El consenso es que existen los medios si existe la voluntad. Lo que no resultaría factible es intentar cualquier política a la que Washington se oponga tajantemente. Por mucho que quiera rugir el ‘oso ruso’, exhibiendo sus dientes mellados en Ucrania, por mucho que se diga que el PIB de China podría superar al de Estados Unidos, o por mucho que la UE pueda envanecerse de su riqueza y desarrollo, EE UU sigue siendo el indiscutible hegemónico en el mundo.

El superpoder norteamericano resulta clave para Israel, porque le garantiza la impunidad haga lo que haga. Potencias medianas como Holanda o Canadá pueden suspender cualquier venta de armas a Tel Aviv, pero Washington les entrega muy gustoso cincuenta cazas F-15, mientras los F-16 prometidos a Ucrania hace meses siguen todavía sin llegar. No debería sorprendernos que una superpotencia muestre descarado favoritismo y doble rasero hacia los aliados o secuaces que le sean de utilidad. Ahora bien, ¿cuál es exactamente la utilidad de Israel para EE UU?

Si elaboramos los listados completos de las bases o instalaciones norteamericanas en Israel, o las tropas enviadas por los israelíes a las campañas libradas por EE UU durante los últimos 75 años, o las aportaciones financieras o donaciones de material de Israel a cualquier país o causa respaldada por Washington, lo que tenemos es básicamente un montón de páginas en blanco. Puede que el espionaje hebreo proporcione informaciones valiosas sobre Irán o el yihadismo, pero eso lo hacen en su propio interés, porque son sus enemigos. Es decir, EE UU no recibe nada de su aliado.

En el otro lado de la balanza, Israel obtiene la mayor parte de la ayuda exterior norteamericana pese a que su economía es próspera. También recibe muy diversos tipos de ayudas materiales, condiciones comerciales favorables, donaciones para el reasentamiento de judíos extranjeros que emigran al país… Pero sobre todo, dispone de un apoyo diplomático incondicional de EE UU, incluso cuando eso lesiona gravemente el prestigio estadounidense o le impide lograr otras alianzas.

Esta actitud parecía justificada durante la Guerra Fría, cuando numerosos países árabes formaron alianzas con la URSS. Posteriormente se ha planteado que el entendimiento se cimenta en la hostilidad común al integrismo islámico, pero el fanatismo religioso antimoderno, aunque surge por razones endógenas del mundo islámico, se ve exacerbado por el conflicto árabe-israelí. Otra pseudoexplicación más pedestre consiste en afirmar que Israel es un instrumento del imperialismo norteamericano, cuando la realidad nos muestra que es al revés.

El único interés nacional de EE UU en Oriente Próximo y Medio es garantizar la estabilidad política y la influencia occidental en la región, para mantener los flujos de petróleo sin sobresaltos en los precios. Israel es un estorbo para este objetivo. Sin embargo, en Washington impera un monopensamiento proisraelí tan absoluto que desafiarlo raya en el suicidio profesional. Por eso Tel Aviv puede asesinar con impunidad a los trabajadores de la organización humanitaria World Central Kitchen, aunque su fundador, nuestro compatriota José Andrés, tenga línea directa con altos cargos del Gobierno de Biden. Por eso puede arrasar hasta los cimientos municipios enteros, y azuzar como ganado a cientos de miles de civiles inocentes para sacarlos de sus hogares, a los que jamás volverán. Por eso puede destruir hospitales y escuelas, o bombardear embajadas. Con decir que sus enemigos estaban escondidos por allí cerca, todo arreglado.

La debilidad de Washington ante Netanyahu roza lo patético: por primera vez se abstiene en una votación contra Israel en el Consejo de Seguridad de la ONU y luego, como si le diera miedo su propia audacia, corre a gimotear que en realidad esas resoluciones no son vinculantes, mientras entrega los aviones F-15 citados y otras muchas armas.

Ahora bien, existe una explicación lógica para semejante actitud: el temor a que el ‘lobby’ proisraelí vuelque toda su inmensa influencia a favor de Donald Trump, que siempre se ha mostrado tan extremadamente a favor de Israel que el propio Netanyahu parece tibio en comparación.

No se resolverá el conflicto árabe-israelí hasta que Israel sea forzado a reconocer un Estado palestino, pero eso nunca sucederá hasta que Estados Unidos decida obligarle -nadie más puede hacerlo-, y eso no va a ocurrir hasta que la clase dirigente norteamericana rompa el trance hipnótico proisraelí en el que se halla sumida, es decir, probablemente nunca. Sería de necios creer que esto no habrá de tener funestas consecuencias para EE UU, pero de momento Gaza no tiene salvación posible.