Luis Ventoso-ABC
- Si pusiesen a Arévalo donde Simón y a Paz Padilla donde Illa igual ni empeorábamos
La buena educación, la cortesía, el civismo… Valiosas virtudes, que engrasan la convivencia y adornan a quienes las practican. Sin duda. Pero si tuviésemos que contratar a un gestor para que salvaguardase nuestros garbanzos, ¿preferiríamos a una persona de suaves maneras y excelente talante, pero que a la hora de la verdad resulta un paquete, o a un resolutivo malencarado de probada eficacia? Por supuesto, lo ideal sería una persona competente y educada al tiempo, alguien tipo Merkel. Pero si no apareciese tal mirlo blanco, todos elegiríamos prosperar con la ayuda de un gestor áspero antes que arruinarnos de la mano de un cordial buda.
Con la ayuda del tenaz aparato de propaganda del Gobierno, en esta crisis del Covid parte de la opinión pública confunde buen talante y vocecitas quedas con diligencia y resultados. A Simón nos lo vendieron como «un par de manos seguras», que dirían los ingleses. Un sabio de la medicina, capaz de mantener la calma en medio de la zozobra y ofrecer máxima garantía científica. Como guinda, su simpático aire hippy-burgués: la melenilla, esas cejas agrestes sobre la mirada clara, la moto, el surf, la alergia a la corbata y la lánguida vocecita mellada. Qué majete. Sí, hasta que empezó a meterse en faena… A finales de enero del año pasado pronosticó muy serio que «España no va a tener, como mucho, más allá de algún caso» y que no habría transmisión local: «Y si la hay será muy limitada». Por desgracia vamos por 2,5 millones de casos y más de 80.000 españoles muertos. Casi acierta. Como cuando el 10 de octubre anunció que el pico de la segunda ola ya había pasado… y luego se batieron sendos récords de contagios. Ha sido un responsable sanitario titubeante y errado. No debería seguir.
Salvador Illa, un patrón similar. Jamás una voz altisonante. Moderados susurros ante los micros. Ojos de melancolía insondable tras unas gafas de solvente tecnócrata. Siempre atildado, con sus ternos azul sosiego. Resultado: líderes mundiales en contagio de sanitarios en la primera ola, por no protegerlos; gestión Poncio Pilatos en la segunda y tercera, endosándole la epidemia a las comunidades; mentiras sobre los expertos y las cifras de muertos; y lo más reprobable: ha renunciado a tomar medidas en el pico máximo solo porque no le venía bien para sus cálculos electorales. El encantador Illa ha antepuesto su yo político a la salud de sus compatriotas. Afortunadamente, se peina con tal esmero que el sanchismo considera que pese a su paupérrima hoja de servicios constituye el perfecto candidato.
Ahora llega otra ministra de Sanidad. El perfil se repite: una apparatchik socialista, abogada, que al igual que Illa jamás ha tenido nada que ver con lo sanitario. Si me dejase llevar por el sarcasmo, llegaría a pensar que si ponen a Paz Padilla en Sanidad y a Arévalo en el lugar de Simón tampoco pasaría nada. Difícil empeorar los resultados de los agradables Simón e Illa. En España hemos inventado la incompetencia majetona.