JUAN CARLOS VILORIA-EL CORREO

  • La moral es más elástica que la ley y cada uno pone el listón donde más le conviene

El lunes por la noche Gerard Piqué se esforzaba ante los periodistas en argumentar sobre la irreprochable transacción con Arabia Saudí que le reportó una comisión de 24 millones de euros a medias con la Federación Española de Fútbol. Se le objetaba el conflicto de intereses entre un jugador de uno de los equipos implicados en el negocio (el Barça) y el presidente de todos los clubes, la selección y los jueces (árbitros) de la competición. Desahogado y desafiante, el defensa central respondía: «¿Y? ¿Dónde está el conflicto de intereses?». Luego, zanjaba el asunto, recriminando al informador: «¿Pero tú, en qué mundo vives?». Ahí está el meollo. El mundo en el que vive Piqué. El mismo en el que viven Medina y su socio Luceño, unos de los muchos mercaderes de mascarillas. Como fue el mundo de los recalificadores de terrenos urbanizables; negociantes de información privilegiada o urdangarines del presupuesto público. Ese mundo en el que el dinero fácil y rápido es para el más listo; para el conseguidor. Seductores y charlatanes con la agenda llena de contactos. Los artistas del pelotazo. El de Piqué es un pelotazo posmoderno pero recuerda a los burdos tejemanejes de Urdangarin con el entonces presidente de Baleares.

También es cierto que hay mucho cinismo en el reproche social a estos comisionistas porque aquella ‘cultura del pelotazo’ de los años 90, cuando todo el mundo quería su parte del pastel, sigue ahí. De cuando Carlos Solchaga, ministro socialista de González, dijo que España era el país donde se podía ganar más dinero a corto plazo. Fue como el banderazo de salida de una loca carrera donde se atropellaban los Mariano Rubio, Villalonga, las acciones de Terra, el chiringuito financiero de De la Concha, Marbella, Jesús Gil. Y lo llamaron irónicamente ‘la cultura del pelotazo’. Como si fuera una asignatura de la gramática parda española que muchos querían aprobar. Porque en el fondo al que daba el pelotazo se le admiraba y se le envidiaba. Ahora se especula sobre si lo de Piqué y Rubiales es o no legal o ético. Pero la ventaja del pelotazo es que la moral es mucho más elástica que la ley y uno puede poner el listón donde le resulte más conveniente. Lo de la ley es otra cosa.

No olvidemos que nuestra vida pública está salpicada de pequeños y grandes pelotazos que se gestan en los pesebres partidistas. Como ese puesto de funcionario con sus catorce pagas y cuarenta días de vacaciones para toda la vida. O el nombramiento de un cargo de libre designación a 80.000 al año todo ‘by the face’. Todo legal. Pero hasta arriba de amiguismo o de puerta giratoria a la carta. Chollos que van asociados no al talento, la formación y la excelencia sino al carné de partido.