EDITORIAL ABC – 09/09/14
· En Escocia o en Cataluña, fuera de la libra, del euro y de la UE el coste de la independencia se llama empobrecimiento, que es mayor aún y más duradero en un contexto de crisis internacional.
El nerviosismo ha hecho presa en el Gobierno de David Cameron tras la publicación de un sondeo que, por vez primera, pone a los partidarios de la independencia de Escocia por delante de los que apoyan su permanencia en el Reino Unido. Esta inversión de resultados tampoco debería ser sorprendente porque confirma la tendencia que venía fijándose desde principios de agosto, principalmente por ese 35% de votantes laboristas que han decidido apoyar el «sí».
Sin embargo, parece precipitado dar por seguro el respaldo a la secesión de Escocia, cuando la diferencia entre el «sí» y el «no» es de solo dos puntos porcentuales (51 frente a 49%). Quedan en el aire dos factores: el de los indecisos y el de los que cambien de voto a última hora, cuando se enfrenten a una urna y no a una encuesta. En 1995, los sondeos daban un claro resultado a favor de la separación del territorio canadiense de Quebec, pero al final se impuso el no a la independencia por un punto.
En todo caso, esta encuesta ha debido coger a Cameron por sorpresa porque se ha apresurado a ofrecer a los escoceses más autonomía financiera si rechazan la independencia. El gesto es contraproducente en varios sentidos –transmite inseguridad e improvisación– y demuestra que la oposición al independentismo requiere una planificación de discursos y acciones no limitados estrictamente a lo económico. Sin embargo, es lo económico lo que hace pivotar el debate secesionista escocés entre el voluntarismo de los independentistas y el realismo de los unionistas. Los nacionalistas creen que una Escocia independiente tendrá una economía saneada gracias al petróleo del Mar del Norte, como si la independencia tuviera coste cero en infraestructuras, inversiones, contratos o financiación.
Por su parte, los unionistas predican un realismo que ayer tomó cuerpo en la caída de la libra esterlina, moneda que los separatistas quieren conservar, junto con la Reina Isabel como jefa de Estado. Parece una broma, pero no lo es. Quien vote «sí » a la independencia por rabia o disgusto a la política de austeridad de Londres se enfrentará a una Escocia que tendrá que liquidar el saldo con el resto del Reino Unido, según el modelo de claridad canadiense, y lidiar con su salida de la libra y de la Unión Europea.
Este coste de la independencia se llama empobrecimiento, que es mayor aún y más duradero en un contexto de crisis internacional. Aplicado este diagnóstico a Cataluña –caso de origen distinto en cuanto el referéndum escocés ha sido autorizado por el Parlamento británico en virtud de su «soberanía parlamentaria»–, los resultados son equivalentes. Hasta Artur Mas empieza ahora a hablar del precio de la independencia y ERC incluso habla ya de dos generaciones de catalanes empobrecidas. Se acabó el espejismo y, además, sin petróleo en la Costa Brava.
EDITORIAL ABC – 09/09/14