José Manuel Perdigó, EL PERIÓDICO, 16/3/12
Explicaba una señora el lunes en Catalunya Ràdio que una de las razones por las que dudaba de que la independencia fuera conveniente, además de las inciertas consecuencias económicas, era el hecho de no saber en qué liga jugaría el Barça.Hay quien se puede tomar a risa las preocupaciones de la oyente, pero al margen de la importancia que cada cual le pueda dar a la cuestión del balón –hay mucha gente que soporta mejor las inclemencias de la vida si puede acostarse con un triunfo del equipo de sus amores–, el hecho tiene un simbolismo que conviene no desdeñar. Uno puede estar a favor o en contra de la independencia de Catalunya, pero vale la pena no olvidar que casi nada en la vida es simplemente blanco o negro.
Y en este asunto, el caso del Barça es paradigmático. Si Catalunya fuera independiente, tendría como cualquier país normal sus instituciones deportivas:Comité Olímpic Català, selecciones nacionales, federaciones, y en consecuencia, sus propias competiciones domésticas. O sea, el Barça jugaría la Lliga catalana en cada una de las disciplinas. ¿Contra quién? Lógico, contra Espanyol, Girona, Sabadell, Nàstic, Palamòs… en la Primera División de fútbol; o contra la Penya, Manresa, Girona, Lleida, El Prat, en básquet. Y así en todas las disciplinas.
Los ingenuos, los que creen que todo el monte es orégano, que los hay a patadas, como los describía con irónico acierto el escritor y filósofo Francesc Pujols(1882-1962) cuando decía: “A conseqüència de les condicions d’aquest país per comprendre la realitat, arribarà un dia en que els catalans ho tindrem tot pagat”, se lanzarán enseguida a la yugular para replicar que eso no sería así porque al Barça (olvidándose del futuro del resto de clubs, que también son catalanes) se lo rifarían las mejores ligas europeas (incluida la española) para llevar el espactáculo de Messi y compañía a sus estadios. Y citan de corrido los casos de Andorra, Mónaco, Gales y hasta las islas Feroe, amparadas en ligas mayores y con permiso para vestir camiseta nacional. Pero ¿alguien cree que para satisfacer al independentista culé, Catalunya sería equiparada a un casino, un parque temático o una cofradía de pescadores, al estilo de los citados? Ni soñarlo.
En las pasadas elecciones autonómicas, preguntado el candidato de SI y expresidente del Barça, Joan Laporta, sobre el futuro del club en una Catalunya independiente, no se le ocurrió otra cosa que proponer una liga confederada dePortugal, España y Catalunya. En Madrid aún se ríen. Porque la Liga española sufriría con la marcha del Barça, como España sufriría –y de qué manera– con la independencia de Catalunya, pero el Barça dejaría de ser en muy pocos años (uno, tal vez dos) el club de referencia mundial (para regocijo del Madrid, todo hay que decirlo). ¿Por qué? Muy sencillo, una liga catalana con semejante cartel vaciaría los estadios y provocaría la deserción ante el televisor, amén de reducir el mercado potencial a seis millones de usuarios, con lo que ningún operador tendría retorno publicitario ni de pago por visión suficiente para sostener la millonada que se embolsa el Barça. Y si caen los ingresos de taquilla y de derechos televisivos y más tarde los del merchandising se agotaría en muy poco tiempo el carburante que alimenta las privilegiadas virtudes de Messi, Xavi, Iniesta, Guardiola y el largo etcétera.
Resultado: el Barça seguiría el mismo camino que el admirado Ajax de Amsterdam, del que tan cerca se sienten los culés. Club modelo en los setenta, triple campeón continental consecutivo de 1971 a 1973, vivero de jugadores excelentes y líder de una liga pequeña y cautiva, cuando la libre circulación de jugadores estaba restringida. Luego llegó la sentencia Bosman, y las excepciones de Cruyff y Neeskens se tornaron regla. Sobre otra brillante hornada holandesa se cimentó, por ejemplo, el Milan de los 80, con Van Basten, Rikaard y Gullit, de infausta memoria para el Madrid, por cierto.
Así es la realidad, que no tiene por qué ser negativa. Siempre le quedaría a un Barça condenado a ver emigrar a sus estrellas, volcarse aún más en la Masia, ser vivero de estrellas que alimente las grandes ligas europeas. Una idea que ligaría con la vocación exportadora de Catalunya, la clave de su supervivencia económica como país independiente. Además, la selección catalana no desmerecería ni mucho menos en los torneos internacionales, como ya auguró hace unos días Eric Cantona. De hecho, la Holanda de la diáspora jugó la final del pasadoMundial de Suráfrica (y ya lleva tres) Eso sí, perdió contra España (con cinco catalanes en la alineación titular, que conste en acta)
José Manuel Perdigó, EL PERIÓDICO, 16/3/12