JAVIER OTAOLA-El Correo

  • Los hechos conocidos confirman que el asalto al Capitolio fue, por acción u omisión del expresidente, un intento de golpe de Estado

El ‘New York Post’ es un periódico fundado por Alexander Hamilton, uno de los padres de la Constitución americana de 1776, y es -también- una de las cabeceras más importantes de esa prensa republicana que desde el inicio ha mantenido una posición más favorable hacia Donald Trump. Ese periódico es propiedad de Rupert Murdoch, uno de los valedores de Trump de primera hora y que ha manifestado reticencias a condenar al expresidente de Estados Unidos desde el inicio de la comisión de investigación sobre el asalto al Capitolio el 6 de enero del pasado año. Pero, después de todas las declaraciones realizadas en sede parlamentaria y de todo lo que el mundo entero ha conocido del comportamiento criminal del entonces inquilino de la Casa Blanca, las cosas han llegado al límite. El pasado 22 de julio, el ‘New York Post’, a pesar de su marcado conservadurismo y su simpatía por las políticas derechistas, emitió un veredicto político que puede considerarse el principio del fin de Donald Trump.

El editorial del diario comienza así: «Mientras sus seguidores irrumpieron en el Capitolio, pidiendo que se ahorcara a su vicepresidente, el presidente Donald Trump se sentó en su comedor privado, mirando televisión, sin hacer nada. Durante tres horas, siete minutos». No olvidemos que esa irrupción fue armada y violenta y ocasionó nueve muertos.

El ‘New York Post’ no se atreve a lanzar una condena penal contra Trump y declara que será el Poder Judicial quien dictará si esa conducta es o no criminal, pero no duda en asegurar que ha quedado claro como el cristal que la única finalidad de esa consciente inactividad fue bloquear la transferencia pacífica del poder presidencial y termina sentenciando: «Por una cuestión de principios, por una cuestión de carácter, Trump ha demostrado que no es digno de volver a ser el jefe ejecutivo de este país».

Otro periódico de Murdoch, el ‘Wall Street Journal’, ha publicado una crítica similar en la que declara que Trump hizo un juramento para defender la Constitución y tenía la obligación de proteger el Capitolio de la multitud a la que animó a que marchara hacia allí, sabiendo además que esa muchedumbre estaba armada: «Él (Trump) se negó. No llamó a los militares para enviar ayuda. No llamó a (Mike) Pence para verificar la seguridad de su leal (vicepresidente). En cambio, alimentó la ira de la turba violenta y dejó que se desarrollara el motín».

En contraste con la bajeza y la indignidad de Trump se agiganta la lealtad constitucional y el coraje civil de Pence en el ejercicio de sus funciones como vicepresidente, y así dice el ‘Wall Street Journal’: «El carácter se revela en una crisis y el señor Pence pasó su prueba del 6 de enero. El señor Trump falló por completo en la suya».

Después de que Trump pretendiera ridiculizar el heroísmo del exsenador republicano y excandidato a la Casa Blanca John McCain, que cayó prisionero en la guerra de Vietnam -cuando el expresidente nunca ha prestado ningún servicio militar a su país-, Murdoch escribió en Twitter: «¿Cuándo dejará Donald Trump de avergonzar a sus amigos, y a todo el país?». La bellaquería de Trump nunca ha sido ocultada por el personaje, que no ha tenido tampoco reparo en ridiculizar -imitándolo- a un periodista aquejado de una minusvalía física que le planteaba incómodas preguntas.

A raíz de las incriminadoras declaraciones y las pruebas practicadas en la comisión bipartidista del Congreso, en la que el Partido Republicano está representado por Mary Cheney, la hija del vicepresidente Dick Cheney, hay una convicción general de que por acción y omisión lo que sucedió en el asalto al Capitolio fue un auténtico golpe de Estado de Trump para impedir la pacífica transmisión de poderes presidenciales tras su derrota a manos del demócrata Joe Biden en las elecciones de noviembre de 2020.

Seguramente los sectores más cerriles del republicanismo no cambiarán sus opiniones, son prisioneros de su propio radicalismo y seguirán considerando que todo es un caso de «difamación partidista obsesiva contra Trump». Pero, al margen de que llegue a presentarse una acusación criminal contra él, lo cierto es que se abre camino la convicción general de que Donald Trump ha sido y sigue siendo una monstruosa anomalía en la historia institucional de la gran república norteamericana y que se trata, además, de una persona que ha demostrado meridianamente que es una persona indigna de ostentar el puesto de presidente y comandante en jefe de los Estados Unidos de América del Norte.

A partir de ahora, todo lo que haga Trump para negar lo innegable no hará más que confirmar su indignidad.