KEPA AULESTIA-EL CORREO

El presidente Sánchez avanzó su disposición a conceder los indultos solicitados por terceros a favor de los condenados por el ‘procés’ como un gesto audaz y valiente para lograr la concordia en y con Cataluña. Días después lo audaz y valiente -léase lo temerario- es oponerse a los indultos cuando están prácticamente concedidos. La determinación de Pedro Sánchez ha conseguido que los indultos se hayan convertido en un triunfo político, incluso al margen de lo que suceda en Cataluña. Pero lo ha conseguido -lo está consiguiendo- en Cataluña, recabando el apoyo de sus élites no independentistas. La certeza de que el martes 22 de junio el Consejo de Ministros decretará doce medidas de gracia traslada la discusión al terreno de aceptar la realidad o empecinarse en negarla. Al fin y al cabo, qué daño pueden causar los hoy presos con enorme protagonismo público si la semana que viene pasan a vivir en sus respectivos domicilios.

La taumaturgia de los indultos, aun antes de hacerse efectivos, proyecta la sensación de que la crisis catalana tiene su origen en la sentencia del Tribunal Supremo. Que los actos enjuiciados no fueron en el fondo tan graves. Y que, en cualquier caso, al poder político le corresponde endulzar la verdad judicial. Incluso los empresarios catalanes tendrían hoy dificultades para explicar las razones del traslado de la sede social de tantas compañías fuera de Cataluña. Cuando el consejero de Economía de Pere Aragonès era directivo de una de las entidades que trasladó su domicilio. Desestimada la exigencia de arrepentimiento, porque no la contempla la ley decimonónica del indulto, las derivas imaginables de quienes hoy gobiernan la Generalitat no merecerían más que reproches políticos. Si acaso algún que otro desquite en la negociación.

Ayer Aragonés visitó a Puigdemont en la ‘Casa de la República’ catalana sita en Waterloo, declarando ambos que los indultos «no son una solución al conflicto político»; reclamando una amnistía que incluya a los ‘exiliados’ y el ejercicio de la autodeterminación mediante referéndum. El hoy eurodiputado precisó que había sido un encuentro «institucional» pero no «ejecutivo». Hasta una cita tan fuera de la rectificación exigible al independentismo gobernante puede ser contemplada como una señal de normalidad por la taumaturgia de los indultos, cuando Aragonés no llegó más que a indicar que las relaciones con el Gobierno Sánchez deben pasar del «diálogo» a la «negociación». Al «reencuentro» en y con Cataluña que el lunes anunciará Pedro Sánchez en el Liceu puede bastarle con que Puigdemont renuncie a atar muy en corto a los suyos y a Aragonès. Pero es más que dudoso que consiga una Generalitat estable al otro lado de la mesa de negociación. Tampoco lo pretende Sánchez.