NACHO CARDERO-EL CONFIDENCIAL
- Fracasamos en la gestión de la pandemia y volvemos a hacerlo con un plan de vacunación que adolece de coordinación y eficiencia. Cada comunidad hace la guerra como quiere y puede
Describía Tucídides en ‘La guerra del Peloponeso’ la terrible peste que asoló Atenas en el 430 antes de Cristo —»una epidemia tan grande y destructiva de hombres» que no se recordaba que hubiera ocurrido antes en parte alguna— y cómo aquella plaga introdujo en la polis griega «una mayor falta de respeto por las leyes», una actitud indolente e irrespetuosa que, en opinión del historiador, solo se podía combatir desde el campo de la ética y los principios y valores, «huyendo de los tres grandes vicios: flojedad, cobardía e imprudencia». Entre las víctimas que se cobró, se encontraba Pericles, eminente orador y gobernante de Atenas.
Aunque la comparación resulta extemporánea, uno no puede dejar de pensar en la actitud de nuestros dirigentes y políticos con el coronavirus. Aquí, en España, nuestro héroe patrio, el jefe del Estado Mayor de la Defensa (Jemad), Miguel Ángel Villarroya, se ha visto obligado a presentar su dimisión este fin de semana por haberse vacunado antes de lo que le correspondía. Previamente, había sido destituido el oficial de enlace de la Guardia Civil.
Lo más contagioso no es la cepa británica sino la ineficiencia de una clase política que peca de flojedad, cobardía e imprudencia
Todo ello con los antecedentes de lo ocurrido en Murcia con el consejero de Sanidad, la ristra de ediles que se han apresurado a inyectarse sin pertenecer a un grupo prioritario o las declaraciones antológicas del consejero de Ceuta: «Yo no quería vacunarme, pero me lo pidieron los técnicos. Yo no me vacuno ni de la gripe, no me gustan las vacunas».
Amén de la espantada de nuestro ministro de Sanidad, Salvador Illa, que abandona el cargo en plena tercera ola, con la incidencia acumulada disparada y los hospitales saturados, o las filípicas a precio de saldo de Fernando Simón, que se parecen a los discursos de Pericles como una sartén a un cazo y suponen un insulto a la inteligencia de unos españoles que se sienten tratados como ganado bovino, deglutiendo las verdades oficiales con facilidad pasmosa.
Lo más contagioso de esta tercera ola no es la cepa británica sino la ineptitud de una clase política que peca de los tres vicios de los que hablaba Tucídides: la flojedad, la cobardía y la imprudencia. Fracasamos en la gestión de la pandemia y volvemos a hacerlo con un plan de vacunación del que habíamos venido advirtiendo de su relevancia desde hacía meses, pero que adolece de coordinación y eficiencia. Cada comunidad hace la guerra como quiere y puede.
La Unión Europea parecía haber garantizado que el suministro de las vacunas se hiciera en tiempo y forma, con un calendario muy detallado de entregas para controlar a los proveedores, mientras Pedro Sánchez señalaba que España era «el noveno país del mundo en el proceso de vacunación y el tercero de la Unión Europea en dosis administradas», defendiendo de forma temeraria el objetivo del Ejecutivo de alcanzar el 70% de inmunización para verano y acabar el primer semestre del año con «20 millones de personas vacunadas».
Decimos de forma temeraria porque el ritmo de vacunación está lejos de resultar idóneo. Es un proceso que requiere de intervención manual y no hay suficientes recursos. No los hay en los países miembros de la UE y menos en España, expertos en embarcarnos en polémicas estériles como la de los ‘culillos’ de las dosis antes que poner en marcha un plan común para todas las CCAA. No hay registro nacional de vacunaciones, no hay estrategia consensuada, no hay protocolo, no hay personal. Las vacunas no solo pierden eficacia, sino que pueden acabar perdiéndose.
El consejero de Salud de Madrid, Enrique Ruiz Escudero, ya ha anunciado la suspensión de la vacunación de profesionales sanitarios por falta de ‘stock’, señalando como responsable al Gobierno: «Madrid no tiene dosis para vacunar a más profesionales sanitarios de primera línea».
Tuells: «Deberían ser más realistas a la hora de comunicar los datos y no crear falsas expectativas ni vender optimismo»
Una impotencia que resumía José Tuells, epidemiólogo y coordinador de vacunas de la Sociedad Española de Salud Pública y Administración Sanitaria, en el programa de Jaime Cantizano, de Onda Cero, con solo cuatro palabras: «Es todo muy triste».
El comportamiento de esa veintena de cargos públicos que ya han recibido la primera dosis arguyendo que era para aprovechar la dosis sobrante no es sino el síntoma de un país donde «la picaresca es tradición», y los vaticinios de Sánchez sobre los objetivos de vacunación no pasan de mera ‘boutade’.
«Deberían ser más realistas a la hora de comunicar los datos y no crear falsas expectativas ni vender optimismo», señalaba Tuells. «El momento que estamos viviendo ahora es dramático. Los hospitales están teniendo una tensión en toda España que iguala o supera la que se vivió en el periodo inicial de la pandemia».
La fragilidad de quienes han vivido por encima de sus posibilidades, la ineficiencia de unos dirigentes que no están a la altura de los tiempos, estadísticas insoportables de muertes y contagios, medidas más restrictivas, toques de queda, un plan de vacunación que hace agua y una sociedad que, lejos de exhibir la tensión cuasi bélica que requiere la situación, se muestra anestesiada. Lo aguantamos todo. Nunca parece que pase nada.
Los clásicos llevan razón: las peores pandemias no son las víricas sino las morales.