El día de ayer, desde luego, no figurará en los anales de nuestra historia como una jornada de la que nos podamos sentir orgullosos. Porque si la apatía se reflejaba en los vecinos, no resulta menos preocupante la inercia de la mayoría de nuestros políticos.
Quizás en otras comunidades, un atentado como el que cometió ayer ETA en Durango habría soliviantado a la población, indignado a los vecinos y, seguramente, cargado a los políticos de razón para hacer todo lo que esté en su mano a fin de evitar que la banda siga imponiendo sus exigencias a base de la propagación del miedo. El ministro Rubalcaba conocía que los terroristas habían ordenado a sus portavoces de Batasuna que pasasen, estos días, a segundo plano ante su inminente vuelta a los atentados. Por eso recelaba de ese silencio que mantenían sus dirigentes. Pero no por anunciada y temida, la reaparición de ETA cargada de explosivos se debería asumir con toda inercia. Que eso es lo que parece que está ocurriendo en Euskadi. Que nos movemos entre la apatía de la sociedad y la inercia de los políticos. Un combustible idóneo para que la maquinaria de ETA siga funcionando.
De las primeras imágenes de los vecinos de Durango directamente afectados, nos queda grabada en la retina esa especie de resignación en su relato. Se habían quedado sin las persianas y ventanas de sus casas, y lo contaban como si hubiera pasado a visitarles un tsunami local. Algunos se hicieron cargo de los niños de los guardias civiles de la casa cuartel para entretenerles, según cuentan. Pero su actitud en el relato de los hechos tenía poco que ver con aquellas declaraciones de quienes creyeron que éste iba a ser el proceso bueno de negociación con ETA. Y se aventuraron a decir que la banda no volvería «porque la sociedad vasca ya no aguantaría otro atentado».
El día de ayer, desde luego, no figurará en los anales de nuestra historia como una jornada de la que nos podamos sentir orgullosos. Porque si la apatía se reflejaba en los vecinos, no resulta menos preocupante la inercia de la mayoría de nuestros políticos. Horas después del atentado, los portavoces de la ilegalizada Batasuna en florida manifestación por las calles, no sólo como si fueran suyas sino permitiéndose culpar al ministro Rubalcaba del fracaso de la negociación con ETA. Y nadie, salvo el PP de María San Gil y las asociaciones cívicas y de víctimas del terrorismo, tienen nada que alegar. Todo parece normal. Como la exhibición de las banderas durante media hora en el Ayuntamiento de Bilbao, a pesar de la sentencia firme del Tribunal Supremo. Así seguimos. Conformados.
La crisis del tripartito le pilló al lehendakari montado en su bicicleta. Y de ese silencio se ha creado mucha literatura. Como la falta de reacción del presidente Montilla, en su momento, cuando Cataluña sufrió tanto desastre natural de una tacada. Pero el atentado hubiera merecido una comparecencia del presidente Zapatero. No se esperan de él gestos tan cálidos y cercanos como los de Sarkozy, pero una aparición después del atentado, el mismo día que se reunía con sus ministros, vale más que cien fotos en las casas rurales. ¿Tanto le cuesta?
TONIA ETXARRI, El Correo, 25/8/2007