Manuel Montero-El Correo

  • Con su histórica cosecha de votos, la izquierda abertzale mantiene sus maximalismos, centrados ahora en reclamar la libertad de los terroristas presos

La colisión entre partidos de ideología frágil y la doctrina rocosa de la izquierda abertzale explica en parte nuestra evolución política. El ‘nacionalismo moderado’ y los socialistas se muestran acomodaticios, incapaces de sostener posiciones propias y duraderas sobre el País Vasco y el pasado terrorista, mientras que sus antagonistas radicales, erre que erre, mantienen sus posturas prediluvianas, sin rectificaciones pese a sus connotaciones agresivas, chulescas y antidemocráticas. Si golpeas con una piedra contra el cristal, se rompe el cristal, no la piedra.

Pues eso. Para Bildu, PNV y PSE son presa fácil, pan comido. Hacen más esfuerzos por cumplir con la izquierda abertzale y por hacer la vista gorda con sus desmanes que para exigirle cambios democráticos. Bildu ha sacado un extraordinario número de votos y maneja la especie de que esto lava su pasado y les convierte en un partido más de la democracia. Ambas conclusiones son falsas. Si has jaleado un asesinato y no te has arrepentido, sigues compartiendo el terror; mientras sostengan esta herencia no podrán ser un partido más.

Con su histórica cosecha de votos están crecidos, pero eso no cambia la faz siniestra de la izquierda abertzale. Ha impedido una declaración del Parlamento de Navarra, al negarse a condenar el asesinato de Tomás Caballero, de UPN, hace 26 años. ¿Les pareció bien? No muestran ninguna deriva democrática, que exigiría algún arrepentimiento por haber respaldado el terrorismo. Están donde estaban, pues los apoyos electorales no exculpan al cómplice.

La fuerza de la izquierda abertzale no depende solo de sus votos, sino de su radicalismo y de su fascinación por la violencia, que imprime carácter a sus creencias. Estas justificaron asesinatos y extorsiones; hoy homenajean a los criminales que los cometieron… Sin remordimientos.

Su ideología es preideológica, formada por nociones pétreas, rudimentarias, que consideran certezas absolutas. Entienden sus propuestas últimas no como una alternativa democrática -aunque la llamen así- sino como una especie de destino histórico de los vascos. Aunque sea a contravoluntad. Quieren llevarnos al paraíso identitario, al que hay que llegar a toda costa, mal que les pese a los vascos que discrepen, que perderán tal consideración si no comparten su concepción esencialista de lo vasco.

Para eso mataron.

Un movimiento de este tipo, estructurado sobre connivencias agresivas, alrededor de ideas excluyentes, multiplica su capacidad política si los grupos democráticos la admiten sin prevenciones.

Crecido con los resultados que obtuvo ese chico nuevo al que puso de candidato, Otegi tilda de «viejo latiguillo» la reclamación de que reconozcan su responsabilidad política por haber apoyado el terrorismo. «Viejos latiguillos», menosprecia, como cuando decía hace treinta años «antiguas recetas del pasado» para desprestigiar las acciones contra ETA y por la democracia. Se repite.

Los votos van y vienen, pero la contumacia cerril permanece. Mantienen sus maximalismos, centrados ahora en reclamar la libertad de los terroristas presos. No hay novedad en el frente. Hay frente: no es novedad

Sus dogmas conforman una ‘no ideología’ que justifica el fanatismo, una exaltación intransigente dispuesta a prescindir de los vascos a los que no considera vascos (relegar, convertir, expulsar: lo ha practicado ya). La asimetría feroz con que perciben la sociedad -se ven en posesión de la verdad frente al resto- gesta una política que desborda al ciudadano común, que rehúye la agresividad.

También ahora, cuando se lleva la piel de cordero.

Esta gente rompió con el mundo racional y pragmático para vivir en una especie de ficción revolucionaria, por mucho que suene desfasado. Viven una realidad alternativa. Construyen un mundo paralelo exclusivista y de sustrato violento. Esbozan un mundo ideal, regresivo, una prehistoria imaginaria que sería el principio y también el final, nuestro destino.

Todos sus discursos, incluso los de esta etapa de ‘aggiornamiento’, de cambio de fachada, son tendenciosos, contienen datos falsos al referirse al pasado y se niegan a reconocer alguna culpa. Quieren vengarse de las opresiones seculares imaginarias. Otegi reitera sus latiguillos; «es bueno para la convivencia» dar «una salida a los presos de ETA». «En todos los conflictos del mundo cuando ha desaparecido la violencia armada los presos han vuelto a sus casas». Esa afirmación es falsa: históricamente no ha sucedido así, salvo en alguna película meliflua. Pero no tiene nada que ver con lo nuestro. Repite la falsedad de que aquí existía una guerra entre dos bandos, no el acoso terrorista contra una sociedad democrática.

Con argumentos tan toscos esta gente ha tenido un éxito electoral que quizás sostenga en el futuro. Algo habremos hecho (mal).