Cristian Campos-El Español
  • Cuando una idea política es defendida con argumentos no ya inmorales, sino amorales, empiezas a sospechar que la correlación entre amoralidad e ideología es directa, no casual o anecdótica.

La polémica sobre el aborto es sólo el penúltimo de los sonajeros de colores que Pedro Sánchez ha agitado frente a los ojos de sus votantes para:

1) Asustar a las mujeres (“las mujeres de entre 65 y 74 años sostienen al PSOE” decía el miércoles un medio, lo que explica el interés del presidente en atemorizarlas con peligros imaginarios).

2) Crispar a los ciudadanos con un debate cuyo destino es el cubo de la basura donde descansa el cadáver de los periódicos de ayer.

3) Y atrincherarse en la presidencia del Gobierno.

Lo único cierto aquí es que no habrá reforma ni retroceso en el tema del aborto. La Constitución no va a ser modificada, la legislación sobre el aborto se quedará tal y como está, y la polémica durará en los medios hasta que aparezca un nuevo escándalo del PSOE.

O hasta que el PSOE compruebe en los sondeos que los españoles no compran la idea de que Alberto Núñez Feijóo tiene previsto encerrar a las mujeres en la cocina y prohibir que puedan abortar y hasta votar, trabajar, abrir cuentas bancarias y comprar propiedades.

Pero algo quedará en el subconsciente de los españoles.

Y ese es el cálculo de la Moncloa y el porqué de su súbito interés por «blindar» un aborto que hace mucho que está blindado en España.

Dicho lo cual.

Que la reforma constitucional del aborto propuesta por el PSOE sea una engañifa no quiere decir que las reacciones a la polémica no hayan sido reales.

Y las de una parte de la izquierda han tenido la virtud de revelar la existencia de una sima moral en España que merece, como mínimo, un documental del National Geographic para él solo.

Cuando Isabel Díaz Ayuso le afeó a Pedro Sánchez que este le pretendiera dar lecciones sobre el aborto cuando ella ha sufrido dos, un tal Iñaki Errazkin, colaborador de EginRussia Today y La Tuerka, le contestó:

“Acabo de oír a Isabel Díaz Ayuso decir que ‘perdió dos bebés’, antropomorfizando a los fetos con fines políticos y atribuyéndoles un estatus de personas plenas, lo que no es veraz en términos biológicos ni legales en España, donde la ley distingue entre feto y persona nacida viva (Ley Orgánica 2/2010 y Código Penal)”.

Errazkin tiene suerte de que la ley de su época lo considere un ser humano. Porque en su concepción positivista de la realidad, cualquiera tendría derecho a hacer lo que quisiera con él si eso no fuera así.

Como cualquier estudiante de Derecho sabe, el Holocausto fue perfectamente legal desde esa perspectiva positivista de la realidad. Y, de hecho, ese fue el pretexto que esgrimieron los jerarcas nazis en los juicios de Nuremberg para justificar el genocidio: «La ley me obligaba a exterminar a los judíos, y nadie me puede castigar por obedecer la ley».

La pregunta, a la luz del tuit de Errazkin, sale sola. ¿Qué diferencia a Errazkin de un sofá, un cenicero o una bola de polvo?

En la cabeza de Errazkin, sólo la ley.

– Iñaki, ¿tú eres humano?

– Espera, que lo miro en el BOE.

Tendremos que reconocer, eso sí, que afearle a una mujer que ha perdido dos bebés el hecho de que los considere humanos «cuando según la ley son fetos» puntúa muy alto en ese palmarés de la crueldad que una parte de la izquierda española se empeña en monopolizar a diario.

Luego, Zaida Cantera, socialista, dijo:

“No. Isabel Díaz Ayuso no ha sufrido dos veces el drama del aborto. No ha sufrido la toma de decisiones voluntaria, no ha sufrido la tortura de la espera ni las clínicas privadas. Lo que ha sufrido son dos abortos espontáneos naturales como sufren muchísimas mujeres. Así que no”.

Aquí Cantera le niega a Ayuso, no ya la humanidad de sus bebés, sino siquiera que haya abortado.

El aborto, está visto, es algo que no tiene ninguna conexión con eso que ha sufrido Ayuso.

Porque aborto, lo que se dice aborto, sólo lo es el de quienes abortan voluntariamente. Las mujeres que sufren un aborto espontáneo son, por lo visto, unas caprichosas que se arrogan el nombre del “aborto” cuando lo suyo ha sido, bah, una cosita “natural” de esas que “sufren muchas mujeres”.

«Es que los americanos distinguen entre abortion y miscarriage«, dicen algunos, como si eso encerrara una verdad profunda. ¡Pues igual que nosotros, que distinguimos entre aborto inducido y aborto espontáneo!

Pero atentos a la doble vuelta de tuerca del razonamiento.

Porque para Zaida Cantera, las que sufren son sólo las mujeres que abortan voluntariamente. Es decir, las que deciden abortar porque no quieren un hijo.

No las que lo pierden, queriéndolo.

En la mente de Zaida Cantera, el aborto de las mujeres que no desean a sus hijos es moralmente superior al amor de quienes sí lo desean y tienen la desgracia de perderlos.

¡Cómo se atreve a reclamar Ayuso la condición de “víctima” cuando las verdaderas «víctimas» son las que abortan voluntariamente!

¿Qué es el dolor de la madre que pierde un hijo deseado frente a la «espera” de las abortistas? ¿Eh?

¡Y en una clínica privada, el infierno!

Aunque luego sean legión los socialistas que acuden, con insistente y sorprendente regularidad, a la Ruber. Con tanta regularidad, de hecho, que ya la llaman «la Ruberlingrado».

Luego se manifiestan, puño en alto, «por la sanidad pública». Claro. Para ellos, el lujo de la privada. Para el populacho, la sanidad pública.

Pero el premio a la inhumanidad se lo ha llevado la diputada de Más Madrid Marta Carmona, que le ha dicho a Ayuso que «la infertilidad no se cura obligando a otras mujeres a ser madres».

Y eso mientras acusaba a la presidenta de la Comunidad de Madrid de «cruel» y al PP de «misógino».

Cuánta sensibilidad feminista. Cuánta sororidad. Cuánta piedad con una madre que ha perdido dos hijos. A Marta Carmona sólo le ha faltado celebrarlo: «Para tener una madre como usted, mejor así».

Viene esto al caso porque yo siempre he defendido la ley de plazos actual.

Pero cuanto más escucho a los abortistas negar la humanidad del feto o vender el aborto, no como una opción de último recurso, que además financiamos los demás, sino como un “derecho” moralmente superior al amor de quienes deciden tener un hijo, me replanteo muchas cosas.

Cuando una idea política (porque el aborto es una idea política) es defendida de forma sistemática con argumentos no ya inmorales, sino amorales, empiezas a sospechar que la correlación entre amoralidad e ideología es directa, no casual o anecdótica.

Y sólo hace falta leer a Louise Perry o Mary Harrington, a las que nadie podrá acusar de antifeministas, para comprender, con contundentes argumentos en ambos casos, cómo la legalización del aborto no liberó sexualmente a las mujeres, sino a los hombres y a un pequeño número de mujeres muy concretas: las de clase media-alta urbana profesionalmente exitosas.

“Nadie me arrebatará la felicidad de haber abortado cinco veces” decía hace poco alguien en internet.

Pero yo sospecho, en línea con Louise Perry y Mary Harrington, que los verdaderamente felices eran los cinco padres.

Conviene echarle un vistazo al monólogo del humorista americano Louis CK sobre el aborto.

O el feto es vida y en ese caso, dice Louis CK, «el aborto es un asesinato».

O el feto no es vida y en ese caso «el aborto no tiene la menor importancia» y equivale a sacarse una muela.

Y entonces, Louis CK dice “y yo creo que el feto es vida, así que el aborto es un asesinato”.

Se oyen entonces algunas risas nerviosas entre el público.

Y a renglón seguido, Louis CK añade “aunque también creo que las mujeres tienen derecho a asesinar a sus hijos”.

Y entonces el auditorio entero estalla en aplausos atronadores.

Empiezo a pensar, leyendo a los Errazkin, las Cantera y las Carmona de la vida, que hasta ahora yo he sido de los que aplaudían. 

Y me avergüenzo profundamente de ello. Que supongo que es el primer paso hacia la claridad moral.

Hay más humanidad en el feto menos deseado que en los que defienden el aborto con argumentos como los de Errazkin, Cantera y Carmona.