Juan Ramón Rallo-El Confidencial
- La inflación induce a las familias más pobres a reducir su ahorro, lo que las empuja a tener que endeudarse cuando les vienen mal dadas
La inflación ha sido el fenómeno económico estrella en las economías occidentales a lo largo de este 2022. Lo ha sido merecidamente: por un lado, porque constituye un síntoma de los excesos de las políticas económicas aplicadas durante la pandemia y, por otro, porque la inflación golpea con dureza a los estratos más pobres de la sociedad.
En un artículo anterior, ya explicamos por qué cabía esperar que la inflación empobreciera a los pobres más de lo que descapitalizara a los ricos: tanto desde una perspectiva patrimonial como desde una perspectiva de ingresos, hay razones para suponer que las rentas y los patrimonios bajos poseen menor capacidad de adaptación ante la inflación que las rentas y patrimonios altos. Recientemente, el economista Fernando Cirelli acaba de modelizar un nuevo canal sobre el heterogéneo impacto de la inflación entre las clases sociales y conviene que lo describamos en aras de un más completo conocimiento sobre los efectos de la inflación.
En esencia, el modelo de Cirelli tiene dos características centrales que describen con bastante precisión la realidad de nuestras economías. Por el lado de la demanda de activos líquidos, existen ahorradores financieramente poco sofisticados que concentran la mayor parte de su patrimonio líquido en pasivos bancarios; esto es, no exploran adquirir activos alternativos como la deuda pública. Por el lado de la oferta de activos líquidos, el sector bancario no es competitivo sino oligopolístico. Como digo, estos dos supuestos encajan bastante bien con la realidad: el 60% del patrimonio líquido de los estadounidenses se mantiene en pasivos bancarios a lo largo del tiempo con independencia de la coyuntura (el porcentaje está inversamente relacionado con la riqueza familiar, pero incluso las familias acomodadas mantienen en promedio un alto porcentaje de su patrimonio líquido en pasivos bancarios); a su vez, en nuestras economías no existe libertad de entrada en el sector bancario, de modo que tampoco hay ninguna garantía externa que frene la presencia de poder de mercado en esta industria.
Pues, bien, cuando buena parte de los ahorradores son poco sofisticados (solo ahorran a través de la banca) y el sistema bancario es poco competitivo, lo que sucederá en momentos de alta inflación es que los tipos de interés de los depósitos (a la vista y a plazo) de los bancos se incrementarán mucho menos que los tipos de interés de la deuda pública. De hecho, los tipos de interés reales de la deuda pública tenderán a mantenerse positivos a medio plazo, pero los tipos de interés de los depósitos se volverán más acusadamente negativos (los tipos nominales de los depósitos a plazo aumentarán algo, para desincentivar la fuga de los ahorradores hacia la deuda pública, pero no lo suficiente como para que haya una conversión masiva de depósitos a la vista en depósitos a plazo).
Nótese que nada de esto podría ocurrir, o al menos no con tanta magnitud, si todos los ahorradores fueran sofisticados o si hubiese competencia entre bancos. Si todos los ahorradores fueran sofisticados, habría una fuga masiva de ahorro hacia la deuda pública y eso obligaría a los bancos a subir tipos para retener sus fuentes de financiación. Si hubiese competencia entre bancos, la remuneración del pasivo aumentaría para “robar” ahorradores a otros bancos y poder invertir en deuda pública (o equivalente: como es el caso del tipo de interés sobre reservas excesivas de la Fed). Sin embargo, como gran parte de los ahorradores se sienten rehenes de la banca y los bancos no compiten agresivamente entre sí para captar pasivo (pues prefieren mantener una baja la remuneración sobre todos sus depósitos antes que elevársela a todos los clientes con el objetivo de cosechar una rentabilidad extra invirtiendo algunos fondos adicionales en deuda pública), nos topamos con el fenómeno anterior: tipos reales crecientemente negativos en los pasivos bancarios por el incremento de la inflación.
¿Y cuál es el efecto de estos tipos reales negativos? Más allá de que, como ya explicamos en su momento, eso suponga una erosión del valor patrimonial de aquellas personas incapaces de alcanzar una rentabilidad real positiva, la rentabilidad real negativa también desincentiva el ahorro precaucionario de los ahorradores no sofisticados, entre los que están sobrerrepresentadas las familias más pobres. Y una reducción del ahorro precaucionario equivale a una descapitalización de esas familias, de modo que, cuando estas sufran en el futuro un shock económico adverso, tendrán que echar mano con mayor probabilidad del endeudamiento, exponiéndose en ese caso a tipos de interés reales positivos.
En suma, la inflación induce a las familias más pobres a reducir su ahorro, lo que las empuja a tener que endeudarse cuando les vienen mal dadas. Y esa descapitalización en momentos de inflación, agravada por una descapitalización aun mayor cuando se enfrenten a un quebranto que les fuerce a endeudarse, es otro de los circuitos por los que la inflación empobrece especialmente a los más pobres.