Iñaki Ezkerra-El Correo

  • No es solidaria Ségolène Royal a la hora de apoyar a un compañero como Sánchez

En una reciente entrevista, decía Carmen Maura que la suya «no era esta izquierda agresiva y desagradable de hoy». Y es que lo que vale para la publicidad en el mercado vale también para la propaganda en la política. Tú no puedes tener un clamoroso éxito de ventas si no seduces a tus posibles clientes, si no muestras calidez y empatía con los que deseas que sean tus electores, sino hostilidad y mal rollo. Lo que hoy es una moda en la sociedad española no es esa ‘fachoesfera’ en la que Sánchez mete a todo el que no comulga con sus órdagos legislativos al Estado de Derecho, sino la ‘ingratoesfera’ destemplada y maleducada en la que se mueve el sanchismo en pleno, incluidos esos socios de Junts que piden al presidente la Luna y que lograron el martes borrarle la sonrisa de plástico.

Sí. La ingratitud ya se ha impuesto como una costumbre, una atmósfera, una biosfera en el actual socialismo y en la relación con todos esos amigos suyos con los que no necesita enemigos. Ayer fue la ingratitud fea y desabrida de Patxi López hacia el PP que lo hizo lehendakari y luego presidente del Congreso de Diputados. Aquello marcó escuela en la política española y se puso de moda no dar las gracias por nada. Ahora es la ingratitud de Puigdemont, que no se conforma ya con la división sofística entre el mal y el buen terrorista, sino que quiere convertir la amnistía en un café para todos y en un disolvente del delito de alta traición.

Pero la ‘ingratoesfera’ no se queda en nuestras fronteras y llega al ámbito de la socialdemocracia internacional. Terciando en la actual crisis de los sabotajes de los camioneros franceses a los españoles, Ségolène Royal ha dicho que nuestros tomates son incomibles. O sea, que aquí no hay solidaridad del socialismo gabacho con el hispanita como la hubo a la inversa en 2007, cuando Zapatero se fue al país vecino a apoyar en un mitin a la candidata a las elecciones presidenciales con aquel inolvidable «¡Ségolène, Ségolène, Ségolène!» con el que no convenció a nadie.

«De bien nacidos es ser agradecidos», dice un refrán español que no parece que ha hecho mella en la exministra de Hollande, conocida en su día como «la zapatera», a la hora de apoyar a un compañero de ideología como Sánchez. Lo peor de la ingratitud es que se trata de un hábito que no se queda en el negociado pragmático de la clase política, a la que todos atribuimos una piel de serpiente, sino que entra en el terreno de la ética. Sirva de atenuante para Ségolène que la vida también ha sido ingrata con ella. Mientras Zapatero anda forrándose de conseguidor y ‘lobbista’ por los Marruecos y las Venezuelas, la pobre ha pasado de ser la gran promesa blanca del socialismo francés a catadora de verduras. La ‘ingratoesfera’ no perdona.