El Congreso no legisla porque sus señorías están demasiado ocupadas instando a legislar. Pero esa es costumbre muy añeja, no puede decirse que importune a don Mariano. Por eso sorprendió su tono de este miércoles, más desabrido que de ordinario.
Hubo dos momentos en la sesión de control en que no reconocimos al Rajoy flemático cuyo aliento hiela los problemas cuando se los arroja a la cara la oposición. Primero un casi cordial Pablo Iglesias le recordó muy pertinentemente que la Constitución obliga al Gobierno a someter las cuentas del Estado a debate en la sede de la soberanía, pero Rajoy le espetó: «Déjeme a mí hacer presupuestos y usted dedíquese a otras cosas». Nadie que aprecie su patrimonio le entregaría a Iglesias la gestión de su contabilidad, pero ese no es su estilo, presidente. Tampoco lo es la prepotencia con que acalló la atinada pregunta de Íñigo Alli sobre el menguante poder adquisitivo de las pensiones. Topó con este desplante olímpico: «Todos compartimos sus buenas intenciones, pero yo tengo que gobernar». Nadie lo diría mirando el BOE.
¿Qué fue de la exitosa saga del orador celta y la retranca perdida? A ver si, como le vino a decir Margarita Robles, está empezando a tomar conciencia de que ya tiene todo el pasado por delante. Pero fuera de Rajoy, la diana de los zascas –iba a poner venablos, pero qué quieren– la sujetaron por turnos Catalá, Montoro y Méndez de Vigo.
El ministro de Justicia se destapó con una fogosidad ajena a sus burocráticas hechuras. La culpa fue primero de Artemi Rallo (PSOE), que se desgañitó llamando «integrista y homófoba» a María Elósegui con tanta saña que al cuarto alarido ya estábamos todos completamente seguros de que María Elósegui es una bellísima persona. No apoyan a Luis de Guindos porque no es mujer, pero tampoco quieren a Elósegui porque no es de izquierdas ni tampoco a Elena Valenciano porque no es sanchista. Sobre lo que quiere este PSOE se podrían rodar los más enigmáticos anuncios de compresas.
Catalá perdió luego los papeles en Irán y en Venezuela cuando Errejón le hizo una observación exacta y bastante comedida sobre la corrupción: que la crónica de esta legislatura discurra eminentemente por el género de tribunales lastra toda la iniciativa política del Gobierno.
De Guindos, por cierto, protagonizó un desaire cómico en los pasillos, detenido a la espera de que le hicieran caso los periodistas, arremolinados en torno a Albert Rivera. La escena medía con precisión la actual cotización mediática de PP y Cs: un canutazo del próximo vicepresidente del BCE interesa menos que la guerra entre azules y naranjas.
Porque ese fue de nuevo el argumento de la matinal. Con dos capítulos para sendos portavoces: Villegas sobre los Presupuestos y Girauta sobre la inmersión lingüística. Perfil bajo para economía, perfil alto para nacionalismo. Por eso Montoro lo tuvo más fácil para replicar a don José Manuel sobre la paralizada negociación de los Presupuestos, pues esa parálisis afecta a medidas de denominación de origen naranja como la bajada del IRPF o la equiparación salarial de policías que Cs no tendrá más remedio que votar a favor.
En cambio Méndez de Vigo eligió un mal día para levantarse de la cama. El edredón se lo había retirado bruscamente el TC al tumbar la chapuza de su predecesor Wert para paliar la inmersión por el atajo de la enseñanza privada. Para colmo, Podemos hacía pinza con Cs contra el buen Méndez, aunque por motivos opuestos: un diputado de En Comú Podem exhibía orgulloso sus grilletes lingüísticos mientras Girauta recordaba que en Cataluña el pijo va a cole trilingüe de pago y el pobre hoy se come la inmersión y mañana se confía al proteccionismo vernáculo de la Generalitat, que ciertamente no escatima en plazas: ofertan desde anatómico forense hasta periodista patriota.
¿Qué dirían que respondió don Íñigo? Que Ciudadanos no existe en Cataluña… para a continuación afearles que no le regalaran un triste escaño a Albiol. Claro que es imposible dar nada si previamente no existes. Estamos a un par de sesiones de que tome Rivera la palabra y se le escape a Rafa Hernando, mientras menea la cabeza: «¡Estos españoles…!»