Ricardo Arana-El Correo
- En lugar de divagar peligrosamente, sería mejor trabajar en invertir la tendencia y mejorar las tasas de éxito escolar de nuestro alumnado, el autóctono y el foráneo
Qué tipo de inmigración necesitamos y cuál estamos recibiendo? Esa fue la pregunta formulada por el lehendakari en el Foro Agenda Atlántica celebrado recientemente en Bilbao. Después, Imanol Pradales recordaba que en Euskadi hemos recibido «solo en los últimos cinco años a más de 75.000 personas migradas», para apostillar inmediatamente que esta «no ha sido una inmigración buscada».
No es cierto este último aserto. Tenemos la inmigración que atraemos. Nuestro mercado de trabajo es el que busca la inmigración que recibimos. Claro que no siempre encuentra todo lo que precisa, entre otras cosas, porque no somos los únicos empeñados en retener talento y trabajo. Y pensar que estos se trasladan por nuestro encanto natural resulta demasiado infantil. Los foráneos acuden, igual que permanecen los autóctonos, cuando encuentran proyectos que resultan interesantes y gratificantes. Y, de hecho, vienen, lo cual ya indica algo. La gran mayoría de personas de origen extranjero que arriban a Euskadi cubre los puestos de trabajo que tenemos libres.
El riesgo que debe evitar el lehendakari, y todo responsable político, es construir su relato al margen de los datos. Retire los inmigrantes de su vida, como hacía Sergio Arau en su película ‘Un día sin mexicanos’ (2004) y comprobará enseguida que nuestro mercado de trabajo, por sí solo, es incapaz de cubrir sus necesidades básicas, desde la hostelería a la construcción, pasando por el comercio, los cuidados o el trabajo en los hogares, sin olvidar la importancia estratégica que tienen en nuestra industria, agricultura y pesca.
Si no se ha convencido aún, examine las estadísticas de natalidad que le arrojarán los datos más bajos desde que fueron anualizadas. Y comprobará, asimismo, que casi un tercio de esos escasos nacimientos son precisamente de madres de origen extranjero. Sin ellos, la situación demográfica vasca, y por tanto la económica, sería dramática.
Organizar lo mejor posible el flujo migratorio, si eso es lo que se busca, implica, entre otras cosas, corregir sustancialmente nuestro sistema formativo. Supone tener en cuenta nuestros problemas con la formación de las personas inmigrantes. Algunos que surgen, en parte, porque nuestro sistema es muy lento reconociendo sus capacitaciones, y muy rígido, con una enorme dificultad de adaptarse a sus circunstancias. Un ejemplo es lo que nos cuesta registrar su cualificación y que fórmulas de mayor colaboración entre el Estado y la comunidad autónoma, imprescindible para gestionar la inmigración, sin necesidad de grandes y, como se ha comprobado, complicadas transferencias, podrían solventar de mejor manera.
Tenemos problemas igualmente de niveles formativos inadecuados, y no solo de quienes han nacido fuera de España, sino también de quienes han nacido aquí, los hijos e hijas de quienes ya han venido. Al tremendo descenso de rendimiento del alumnado autóctono, una pérdida de un curso escolar en diez años, se le une el bajo rendimiento del alumnado foráneo, que no parece haber encontrado suelo aún. Y lo que es incluso peor, la escasa diferencia entre los rendimientos de alumnado inmigrante de primera y segunda generación y que no aguanta ninguna comparación. Son quienes obtienen los peores resultados de toda España. Un dato que confirma que el problema estriba en la formación que ofrecemos.
En Euskadi, en términos generales, el sistema educativo no facilita progresar a los estudiantes con diversos orígenes nacionales, que cada vez serán más. Además de profundamente injusto, el desperdicio de potencial es enorme y el problema social que genera, gravísimo. Mantener un proyecto común requiere gestionar de otra manera, eliminar barreras para propiciar mejores rendimientos y dotar de suficiente conocimiento y medios a quienes abordan las realidades más complejas, porque no vale dar lo mismo a quienes abordan situaciones distintas. Sin olvidarse de orientar a todos para que puedan afrontar correctamente situaciones que para muchos serán inéditas.
A ello deberíamos dirigir buena parte de nuestra atención, a revertir las tasas de éxito escolar de todo nuestro alumnado, el autóctono y también el foráneo. No resolveremos nada mirando solo hacia un lado o hacia otro, o con quedarnos mirando al cielo como estamos. Claro que sobran discursos que obvian las dificultades que los procesos migratorios generan, pero mejor no divagar tanto, y peligrosamente, respecto a la inmigración que queremos, y trabajar bastante más a fondo con la inmigración que tenemos.