Mayte Alcaraz-El Debate
  • Ayuso ya le recordó a Sánchez que no habría mármol para tanta placa si marcásemos las checas de Madrid, donde el Frente Popular ejecutaba su particular represión

Sánchez y sus adláteres ven franquistas debajo de las piedras. Y una vez que, según sus sectarias entendederas, los identifican, son lapidados. Una piedra para elevar el muro y otra y otra y otra para desnucarlos políticamente. Es un procedimiento para tumbar a los enemigos del Sumo Líder, ese amigo del acreditado demócrata y poco torturador Xi y admirador de otro ser inmaculado como Ho Chi Minh. De ahí el intento por convertir la Real Casa de Correos, sede la Comunidad de Madrid, en un símbolo de la represión franquista colocando una placa que la estigmatice.

La memoria, algo tan subjetivo, personal e íntimo que impide que hasta las almas más afines guarden el mismo recuerdo sobre un único hecho, es mercancía para imponer los dogmas de la izquierda, la única verdad reescrita por los mismos de siempre. En base a una ley que no ha hecho otra cosa que aplicar el olvido sobre los crímenes de los afines para condenar los de los contrarios —que bien condenados están—, el Gobierno ha llevado al TC un recurso de inconstitucionalidad para anular la ley madrileña que impide reasignar la sede regional de la Puerta del Sol.

¿Y qué ha hecho Conde-Pumpido, tan solícito siempre cuando se trata de atender las necesidades de Pedro? Pues admitir a trámite ese recurso de Bolaños, en el que alegaba que, si Madrid se niega a colocar la insidiosa placa, vulneraría la competencia de su Gobierno para aplicar la Ley de Memoria Democrática. El pretexto es que el palacete albergó la Dirección General de Seguridad durante la dictadura. Con más de 250 años de historia, ese es el único recuerdo que la izquierda quiere hacer prevalecer sobre esa joya diseñada por Ventura Rodríguez en 1750, a solicitud del marqués de la Ensenada, con el objetivo de que fuera la oficina central de Correos. Ayuso ya le recordó a Sánchez que no habría mármol para tanta placa si marcásemos las checas de Madrid, donde el Frente Popular ejecutaba su particular represión que —a juicio de la izquierda— debió imponer con pompas de jabón.

Esa patológica obsesión por dividir a los madrileños a los que no logra convencer en las urnas, tiene a Sánchez en un sinvivir. Contra Ayuso vale todo: desde cerrar Madrid durante la pandemia para dañar la economía regional, hasta lanzar a su fiscal general en clara vulneración de los derechos de la pareja de la presidenta, pasando por dejar a la fiesta popular del Dos de Mayo sin la participación del Ejército o indultar la deuda de sus caseros separatistas en detrimento de la igualdad de los madrileños y del resto de españoles con Cataluña. Ahora le toca a ese edificio singular, que terminara de construir el arquitecto francés Jaime Marquet y cuyas obras tuvieron que pararse en el siglo XVIII por las leyendas que corrían de que estaba endemoniado. Sin olvidar aquella otra fábula popular que se contaba de que un oficial francés se escondió durante la rebelión del 2 de mayo de 1808 y el gabacho invasor se convirtió en ratón. Allí fue llevado ya sin vida, tras ser asesinado, José Canalejas el 12 de noviembre de 1912, de ahí que uno de sus más bonitos salones lleve el nombre del que fuera presidente del Consejo de Ministros.

El caserón ha sido Cuartel de Zaragoza, Capitanía General, Gobierno Militar, Guardia de Prevención hasta que en 1847 fue sede del Ministerio de Gobernación, reservando la planta baja a la oficina postal. Un palacio desde cuyo balcón hoy hace 94 años se proclamó la II República, el mismo que de 1939 a 1985 albergó la Dirección General de Seguridad. Los últimos, fue sede de la DGS —¿también represora?— del Gobierno socialista de Felipe González. Hasta que, en 1985, otro reconocido franquista como Joaquín Leguina, lo estrenó como sede de la Autonomía. Es decir, de sus más de dos siglos y medio de vida, tan solo 46 pasajeros años lo condenan a ser un espacio tenebroso, digno de ser exorcizado, a criterio del sanchismo.

No es más que un burdo intento de señalar a Ayuso como temporal inquilina de un centro de torturas o de un santuario franquista, que Pumpido está dispuesto a tunear en su cadena de montaje. La única placa que debe lucir ese hermoso edificio —y que es honrada ya por sus millones de visitantes— es la que recuerda a las víctimas del 11-M.

Como canta Mecano en su célebre homenaje musical cada 31 de diciembre a ese kilómetro cero de la red de carreteras española, «marineros, soldados, solteros, casados, amantes, andantes y alguno que otro cura despistao, entre gritos y pitos los españolitos, enormes, bajitos, hacemos por una vez algo a la vez». Pues ni eso nos deja Sánchez.