La insoportable obcecación de los nacionalismos

ABC 20/09/14
ALEXANDRE MUNS , PROFESOR DE LA EAE BUSINESS SCHOOL

«Los países no se gobiernan para ilusionar a sus ciudadanos con cuentos de hadas, sino para generar prosperidad y crecimiento mediante políticas racionales»

QUEBEC, Escocia, el País Vasco, Cataluña y otras regiones llevan años desperdiciando recursos, energía e impuestos de la ciudadanía en campañas mediáticas dogmáticas que intentan dividir a pueblos cuya integración fortalece su capacidad de generar riqueza y empleo. Escocia ha votado rotundamente en contra de la independencia. Las excusas de los perdedores, aunque predecibles, son lamentables. La participación alcanzó el 85%, el «sí» perdió por diez puntos, votaron los jóvenes de 16 y 17 años (más favorables a la independencia), el carismático líder del SNP Alex Salmond derrotó en los debates televisivos a Alistair Darling, la campaña del «sí» mostró fisuras sustanciales y en el Reino Unido gobierna un Partido Conservador detestado por la mayoría de los escoceses. La excusa más surrealista es que el voto del «no» es un voto de castigo a la clase política y rechazo al statuquo. Los nacionalistas del SNP son los que han prometido durante la campaña que la independencia arreglaría todos los problemas económicos, crearía empleo y han buscado el voto de los afectados por la crisis.

Pero, al igual que en Quebec, los perdedores ya plantean la necesidad de un futuro referéndum porque lograron un 45% del voto. ¿Cuántas veces tienen que celebrar referendos los perdedores? En Quebec los independentistas han perdido dos. Al igual que el Reino Unido, en España las competencias de la comunidades autónomas históricas son muy amplias. Gestionan más recursos que el Gobierno central, debido a la transferencia de las competencias sobre sanidad, educación, servicios sociales y otros ámbitos destacados de la gobernabilidad de un país.

Los nacionalismos han intentado aprovechar la crisis económica y su efecto sobre las vidas de los ciudadanos para prometer que con la independencia volverán los tiempos felices. Una constante del debate sobre el futuro de Cataluña es la obcecación de los independentistas con apelar solo a los sentimientos (de victimismo, agravios históricos) y silenciar a los técnicos que explican las realidades económicas y legales.

El guión del independentismo catalán es absurdo, pero se seguirá repitiendo hasta que la clase política y la ciudadanía exija un debate basado en hechos y datos, no en sentimientos y pasiones. El señor Junqueras, que asegura que la independencia de Cataluña garantiza la devolución de la deuda española, debería aprender algo de economía. La deuda pública de Cataluña supera los 40.000 millones de euros, superando a todas las comunidades autónomas. Es una de las consecuencias de la contratación masiva de funcionarios durante los tripartitos catalanes en los que participó ERC. El Gobierno central pagó las facturas que el tripartido adeudaba a los proveedores; los salarios de los funcionarios de la Generalitat los paga Madrid mediante el FLA; Cataluña no es la comunidad autónoma más rica de España (la superan en renta percápita Madrid, el País Vasco, Navarra y Baleares) y el 40% de las exportaciones catalanas van al resto de España.

España no tiene ninguna culpa de que empresas y particulares en Cataluña hayan acumulado deudas privadas sustanciales. Incluso la queja sobre las inversiones en infraestructuras y el déficit de la balanza fiscal es absurda. ¿Acaso Cataluña no se beneficia de las vías ferroviarias, aeropuertos, puertos y autopistas fuera de Cataluña a través de las cuales circulan las exportaciones catalanas al resto de España? ¿No beneficia a Cataluña que los españoles reciban recursos para mejorar su nivel de educación y sanidad?

Pero los datos, hechos y argumentos racionales se seguirán estrellando contra el discurso del victimismo y la falsa ilusión. La culpa de la crisis la tiene Madrid, y aunque el soberanismo catalán sufriera el descalabro de noviembre de 2012 continua la huida hacia adelante. George Orwell, que luchó en Cataluña defendiendo la República, definió el nacionalismo como la ambición de poder atenuada por la autodecepción. Mientras haya crisis, desánimo, frustración y otros sentimientos negativos, el nacionalismo venderá paisajes económicos dorados que no explica cómo financiaría. ¿Realmente los independentistas creen que pueden renunciar a su parte de la deuda pública española, quedarse con todas las infraestructuras, perder la financiación del FLA y la línea de crédito europea para sus instituciones financieras y no tener que aumentar los impuestos a niveles vertiginosos para pagar las pensiones, salarios y todas las estructuras de un nuevo Estado?

Si hay crisis, hay que buscar chivo expiatorio fuera. Si se recupera la economía a raíz del sacrificio de los españoles y la gestión del Gobierno central, el Gobierno catalán se adjudicará el mérito de la mejora. Pase lo que pase, los independentismos siempre buscarán tergiversar los hechos para dar ilusión. Los países no se gobiernan para ilusionar a sus ciudadanos con cuentos de hadas, sino para generar prosperidad y crecimiento mediante políticas racionales.