ABC 01/11/13
· Desde la caída de Sokoa hasta la captura de «Txeroki» hay años de cooperación
Sin restar un ápice de mérito a la Guardia Civil, Policía y CNI, la aportación logística de las Agencias de Inteligencia NSA y CIA ha sido «relevante» en la derrota operativa de una ETA que se había incrustrado demasiado en Francia y el País Vasco, coinciden expertos antiterroristas consultados por ABC. Cuando la tecnología norteamericana comenzó a acceder a reuniones del «zuba» –comité ejecutivo de la banda– calificadas como de «máxima seguridad»; a «búnker» donde los «artificieros» etarras experimentaban con explosivos más letales; o a interceptar comunicaciones «blindadas» de los cabecillas, la banda empezó a ser consciente de su alta vulnerabilidad.
La colaboración de la NSA y la CIA con los servicios secretos españoles tomó un importante impulso tras el 11-S. Washington aumentó su colaboración en la lucha contra ETA, consciente de que España era un aliado clave para combatir a Al Qaida. Pero viene de lejos. A principios de 1986 se activaron todas las alarmas cuando los espías españoles conocieron el interés de ETA por hacerse con una partida de misiles SAM-7. El Mossad suministró dos de estos artefactos de guerra incautados a militantes palestinos. La CIA aportó unos emisores de radio que fueron introducidos en el mecanismo de disparo. Una vez manipulados y neutralizados, los misiles fueron puestos en manos de dos traficantes de armas que trabajaban para el espionaje norteamericano. No les resultó difícil venderlos por 40 millones de pesetas al cabecilla etarra Ignacio Pujana Alberti, responsable de la adquisición de armas. Espías norteamericanos colaboraron en el control a distancia, desde un helicóptero, de los misiles, que finalmente llevaron a la Guardia Civil a la fábrica de muebles Sokoa, en Hendaya. Allí, en sus entrañas, ETA ocultaba su mayor arsenal y toda la contabilidad, que incluía las aportaciones del «impuesto revolucionario» y las partidas destinadas a Herri Batasuna y Jarrai.
Las pruebas de Langley
Años más tarde, en octubre de 2004, una operación similar, que contó también con la colaboración de las agencias de Inteligencia norteramericanas, condujo a la detención de los máximos cabecillas «Mikel Antza» y «Anboto». Los habitantes de Salis-de-Béarn, una aldea situada en el suroeste de Francia, ni se imaginaban que el «respetado maestro» y su «encantadora esposa», muy arraigados en la zona, donde vivían camuflados desde hacía unos años, fueran, en realidad, jefes de una banda terrorista. Pero a miles y miles de kilómetros de distancia, en Langley (Virginia), se disponía desde hacía tiempo de las pruebas concluyentes. Con los dos misiles incautados entonces, ETA había pretendido asesinar al expresidente Aznar. Pero falló hasta en tres ocasiones. En aquel operativo la CIA utilizó a Gregorio Jiménez Morales, «el Pistolas» –veterano etarra implicado en un complot para asesinar al «Comandante Cero», opositor al régimen sandinista–, a quien los servicios de inteligencia norteamericanos habían «moldeado».
La NSA, con el CNI español, tuvo un papel relevante en la localización del entonces jefe etarra Garikoitz Aspiazu, «Txeroki». Gracias a la amplia red de satélites que maneja, en 2008 interceptó dos direcciones de correo electrónico utilizadas por «Txeroki», que también se ocultaba bajo el apodo «Arrano». Su obsesión por la seguridad interna le llevó a tramsmitir las órdenes desde diferentes cibercafés. Pero, una vez más, a miles de kilómetros, el espionaje norteamericano lo cazó en un local de la calle Richelieu, en Cauterets, Pirineos Atlánticos.
Gracias a la Inteligencia norteamericana se detectó a «Kantauri» cuando acababa de gastarse 30 millones de pesetas en armas compradas en la antigua Yugoslavia; se desarticuló un «comando Donosti» y se incentivó la reorganización de un nuevo «aparato logístico» para después, una vez controlado, proceder a su desmantelamiento.