ABC 03/10/13
IGNACIO CAMACHO
El soberanismo catalán ha echado mano del elenco asesor de guardia: la fraternidad universal de los pueblos cautivos
Como fenómeno más sentimental que ideológico, el nacionalismo se alimenta a menudo de pulsiones antojadizas que reclama bajo un cierto síndrome de infantilidad política. Los niños, ya se sabe, tienden a aprender imitando y se encaprichan de las novedades con entusiasmo porfiado: culo veo, culo quiero, dice el refrán. Entre nacionalistas funciona una fijación mimética que les lleva a pasarse el rato –un rato histórico, es decir, recurrente y continuo– estimulándose con ejemplos ajenos que adaptan a sus propias realidades con artificiosa inventiva. El concepto de autodeterminación, su mantra favorito, lo manejan como una falsilla intercambiable que sirve lo mismo para Kosovo que para Lituania, para Timor que para Eslovaquia. Si hay un referéndum en Escocia, ése es el modelo catalán; si lo hay en Quebec, ése quieren los vascos. Acostumbrados a pasar las circunstancias objetivas por un embudo, siempre encuentran el modo de situarse en la parte más ancha. Y como criterio de autoridad se citan los unos a los otros en una especie de logia milenarista: la fraternidad universal de los pueblos cautivos.
Después de copiar la vía báltica con la célebre cadena humana, los soberanistas catalanes pretenden ahora institucionalizar su proceso –ésta es otra palabra clave de la jerga autodeterminadora– según el manual de la Internacional Redentorista. Una comisión que elabore un documento con apariencia de formalidad preconstituyente. Para la ocasión han llamado al elenco de guardia: un quebequés, un esloveno, un eslovaco, unos cuantos constitucionalistas más o menos bienintencionados y, esto que no falte, el perejil imprescindible de un muñidor de los acuerdos de Stormont con el objetivo de vincular el proyecto de secesión nada menos que al conflicto del Ulster. Como hasta ahora este parentesco era exclusivo de los separatistas vascos han incluido también al heroico Otegi, el autodenominado Mandela batasuno, que deberá elaborar su sabia disquisición en su residencia oficial de Martutene.
He ahí, pues, lo mejorcito de cada casa; falta algún representante de Nueva Caledonia y los pobres polisarios, de los que ya nadie se acuerda ni para invitarlos a una merienda. La hoja de ruta incluirá a no mucho tardar negociadores profesionales noruegos, cualquier Premio Nobel alquilado por horas y el equipo habitual de ilustres fantasmones; menudo cabreo debe de tener por no haber sido citado como ponente el inefable Mayor Zaragoza. Con esto y un bizcocho se fabrica un dictamen a la carta, un encaje de bolillos que a su vez servirá de plantilla para el siguiente pueblo oprimido de la lista. En la cola piafan de impaciencia los mocetones de Euskalherría, y tal vez pronto pidan turno los bloqueiros gallegos y hasta los aborigenistas canarios. Ibarretxe, aquel marciano iluminado, tal vez ande pensando que en el fondo sólo se equivocó al elegir el momento…