LIBERTAD DIGITAL 16/03/13
EDUARDO GOLIGORSKY
El cascarón vacío del mercado del Born, en el pintoresco barrio de la Ribera de Barcelona, iba a convertirse en sede de la Biblioteca Provincial. Hasta que, al comenzar las obras de refacción, aparecieron en el subsuelo restos de viviendas que conservaban el diseño urbanístico medieval y que habían sido destruidas durante el asedio a la ciudad por las tropas borbónicas que culminó el 11 de septiembre de 1714. ¡Adiós biblioteca! ¡Bienvenida la intoxicación subvencionada, travestida de cultura histórica! Los secesionistas atraparon al vuelo la oportunidad para exhumar rencores cainitas. El somatén mediático lo cuenta bajo un estimulante titular (LV, 23/2):
Memorias de un martes de furia – Así será la exposición sobre el sitio y la batalla del Onze de Septembre de 1714 que estrenará el centro cultural del Born.
El Institut de Cultura de Barcelona (ICUB) ha convocado el concurso para la producción, montaje y mantenimiento de la exposición, que estará en cartel en la sala Casanova del renacido Born durante un año y en la que el Ayuntamiento de la capital catalana va a gastarse 455.458,39 euros (presupuesto base de licitación).
Guiñol panfletario
El diario dedica una página íntegra a describir el guiñol –que no exposición– panfletario, cargado de groseras tergiversaciones maniqueístas, arteramente acoplado a la campaña de insidias rupturistas sobre la que descansan los preparativos para el referéndum ilegal.
Habrá escenografías hiperrealistas y reproducciones en 3D, y en un audiovisual, «ciudadanos anónimos (elegidos en un casting) representantes de 12 generaciones de catalanes de los últimos 300 años explicarán las consecuencias de la pérdida de las libertades nacionales». El cronista insiste:
El último bloque [de un total de cinco], Sota la bota, recrea la capitulación y las repercusiones de la derrota. Es en este final de trayecto cuando la resistencia heroica enlaza con «la memoria de la libertad» que se perpetúa a lo largo de doce generaciones (desde 1714 hasta el 2013) y que «continúa viva».
Al finalizar el esperpento, sufragado por todos los contribuyentes de Barcelona si Alberto Fernández Díaz no pone el grito en el cielo, deberían repartir papeletas con el texto claro y definitivo del referéndum:
Voto por una Catalunya independiente de España y de la Unión Europea, con las fronteras, las leyes y las instituciones civiles y religiosas que estaban vigentes el 10 de septiembre de 1714.
Elegir el futuro
Antes de que los iluminados ejerzan su derecho a decidir la vuelta al pasado, podríamos hacer una pausa para ejercer otro derecho, el derecho de los ciudadanos a pensar y a elegir el futuro sin lastres retrógrados ni coacciones dogmáticas e identitarias. A pensar, por ejemplo, cómo era ese pasado. Nos ayudará a ello la lectura de Los mitos de la historia de España (Planeta, 2003), de Fernando García de Cortázar:
Felipe V no fue un rey impuesto por Castilla, de la misma manera que la Guerra de Sucesión no puede leerse como una guerra entre Castilla y los reinos de la periferia, ni la causa austracista identificarse con el sentir de toda Cataluña. Hubo una Cataluña borbónica como hubo un Aragón borbónico, una Valencia borbónica o una Castilla nobiliaria partidaria del archiduque Carlos de Habsburgo, el perdedor del testamento de Carlos II. La fiebre austracista que se apoderó de la minoría dirigente de Barcelona o las agitadas tierras de Vic no fue compartida por todas las ciudades ni rotuló con igual frenesí a toda Cataluña. Lérida se resistió a la capitulación y a la proclamación del archiduque y estuvo muy poco tiempo bajo las armas de los aliados, de la misma manera que Gerona fue proclive al pacto y al abandono de las armas, o muchas comarcas del Pirineo y del interior se mantuvieron fieles a Felipe V.
(…)
Hoy se recuerda con ira el terrible sitio que sufrió Barcelona en 1714 (…) pero no se dice que Barcelona había sufrido tres sitios anteriormente ni que los austracistas ya la habían bombardeado, con idéntica ferocidad, cuando se hallaba en poder de los generales borbónicos. La historia se cuenta como si la capital del Principado no hubiera sido hasta 1705 una plaza de Felipe V, como si en 1704 los aliados austracistas no hubieran puesto cerco a la ciudad y los barceloneses no les hubieran rechazado, como si un año después los ejércitos del archiduque no se hubieran presentado de nuevo a las afueras de la ciudad y no la hubieran bombardeado indiscriminadamente hasta rendirla.
Añade García de Cortázar, inmune a los trucos de los sembradores de discordias:
Cataluña cicatrizó sus viejas heridas y descubrió pronto la rentabilidad económica que había detrás de los decretos de Nueva Planta y del absolutismo de los Borbones. El siglo XVIII, sobre todo tras la llegada de Carlos III al trono, contemplaría la escalada de los grandes comerciantes catalanes y el esplendor del puerto de Barcelona, abierto al inmenso negocio de América.
Cuadro injurioso
El bloque Sota la bota (Bajo la bota) de las Memorias de un martes de furia, urdido para engatusar a los desinformados y para empujarlos a abjurar de la racionalidad en beneficio de las vísceras, pone patas arriba los últimos 300 años de historia de Cataluña y ofende imperdonable e injustamente a los catalanes al insinuar que estos renunciaron a sus libertades míticas y se dejaron expoliar… hasta la aparición providencial de los salvapatrias capitaneados por Mas y Junqueras.
Veamos algunos ejemplos de que ese cuadro es tan falso como injurioso. A finales del siglo XVIII se constituye en Barcelona la Comisión de Fabricantes de Hilados, Tejidos y Estampados de Algodón del Principado de Cataluña, y en 1802 este lobby consigue que una Real Orden prohíba la libre importación de esos productos. La industria textil catalana se pone en marcha. En 1832 el ministro de Hacienda, Luis López Ballesteros, anticipa 350.000 pesetas y otorga exenciones fiscales a la sociedad Bonaplata, Vilaregut, Rull y Cía. para montar la primera fábrica textil con máquinas de vapor. La industria textil catalana avanza a marcha forzada, con ayuda de la legislación proteccionista española.
Josep M. Fradera historió, en La pàtria dels catalans (La Magrana, 2009), la vida fecunda de aquellos catalanes a los que la bota inventada por los intoxicadores subvencionados no les impidió desarrollar su genio creador en el presuntamente opresor Madrid. Además de Antoni de Capmany, Bonaventura Carles Aribau y Victor Balaguer, brillaron, entre muchos otros, el filósofo Jaime Balmes, Laureano Figuerola –ministro de Hacienda de la Gloriosa, cargo desde el que impuso la peseta como moneda nacional– y el político y literato republicano Francisco Pi y Margall. Pero Fradera se ocupó asimismo de los negocios non sanctos que realizaron los emprendedores catalanes mientras los apretaba la bota ficticia. En La participació catalana en el tràfic d´esclaus explica que hubo un periodo en el que, del total de embarcaciones negreras que llegaban a Cuba, las catalanas representaban el 60 %.
Sociedad compleja
Aun cuando la bota hizo sentir verdaderamente su peso sobre Cataluña durante la dictadura de Franco –su peso real, no el fraguado por los intoxicadores subvencionados–, lo cierto es que apretó pero no aplastó a los catalanes dúctiles. El socialista Fabián Estapé, que ocupaba un despacho próximo al del almirante Carrero Banco, y que era un estrecho colaborador del ministro opusdeísta Laureano López Rodó, con quien «siempre hablaba en catalán», escribió (Sin acuse de recibo, Plaza & Janés, 2000):
Cuando se decidió que había que elaborar el Plan de Estabilización, Alberto Ullastres constituyó una comisión de tres asesores, silenciosos y discretos, formada por Joan Sardà, Enrique Fuentes Quintana y yo. La Comisión empezó a funcionar en 1959, pero quiero aclarar que la autoría de aquel plan debe atribuirse únicamente a Joan Sardà, y hoy, en 1999, sigue siendo la operación político-económica mejor imaginada y estructurada que ha vivido la economía de este país durante el presente siglo.
¿El guiñol que pagaremos todos los contribuyentes mostrará en un mapa las zonas de Cataluña que eran leales a los austracistas y los Borbones, respectivamente? ¿Exhibirá los retratos de los catalanes que se ganaron el respeto de toda España –científicos, pensadores, empresarios, políticos, artistas–, incluidos aquellos que no figuran en el panteón nacionalista? ¿Dedicará espacio a las guerras carlistas, a la otra guerra civil de mayo de 1937, a las checas, a los miles de católicos catalanes asesinados por los milicianos mientras la Generalitat hacía la vista gorda, a los Tercios de Montserrat y a los muy eficaces colaboradores catalanes del general Franco? ¿Figurarán los herejes Eugeni d’Ors (Xenius), Josep Pla, Josep Maria de Porcioles y Juan Antonio Samaranch?
Una sociedad compleja como la catalana, integrada en una nación compleja como España, implantada, además, en el seno de Europa y de la civilización occidental, se merece algo infinitamente más afín a su tradición humanista e ilustrada que un pastiche maniqueísta como el que le prepara la camarilla retrógrada. Esperemos que Alberto Fernández Díaz esté en condiciones de bloquear los fondos que el presupuesto del Ayuntamiento de Barcelona destina a subvencionar este tinglado que agravia la inteligencia de los ciudadanos y los divide en bandos anacrónicos.