Eduardo Uriarte-Editores

Me costó entender la profunda inversión que padecieron los partidos republicano y demócrata en Estados Unidos tras la guerra de Secesión. Que el partido de Abraham Lincoln acabara siendo el partido conservador y que el partido de los caballeros aristócratas del Sur se convirtiera en el “progre”, para nosotros, los apasionados católicos que confundimos el partido con algo tan inmutable como la Iglesia, nos cuesta entenderlo. Aquí solemos decir: soy de tal partido “de toda la vida” (peor para nosotros). Ni siquiera la excelente biografía sobre Abraham Lincoln escrita por Gore Vidal y posteriores lecturas me permitían entender bien el profundo cambio de papeles que se produjo en la política norteamericana, hasta que hoy soy testigo de un semejante fenómeno es España.

El disparate continuado no encontró para un observador de izquierdas, educado en ciertas ortodoxias teóricas, como yo, otros calificativos para identificarlo que el de esperpento o dadaísmo político. Empezaba a ser visible la transmutación de lo que había sido la izquierda, con sus alianzas políticas, sus gobiernos de aluvión, su rechazo al constitucionalismo y a las fuerzas que lo seguían sustentado. Empezaba a ser un sinsentido, una contradicción, un derribo de la política, de la política que ella misma había erigido y de la que emanaba su poder, absolutamente destructiva, caótica, fagocitante, lo que racionalmente acabé considerando inadmisible. A no ser, había que encontrar una explicación, que por vía del entrismo, desde el mismo poder, estuviera dispuesto a asumir el osado caudillo recién aparecido otro sistema antitético con el que la Transición nos había otorgado. Otro sistema sin más principio ni fin que estar en el poder a cualquier precio. Algo similar a lo producido en el primer tercio del pasado siglo, unas reacciones que acababan siendo totalitarias.

Con Sánchez la gestión empezó a descuidarse, su preocupación estaba en la imagen, recordemos al otrora plenipotenciario Iván Redondo. ¡Es la propaganda, imbécil!, junto al decisionismo también nazi, habría que añadir. Es la propaganda y propaganda, so idiota. Del recibimiento apoteósico de los inmigrantes en el Aquarius, al que sólo faltaba banda música, a la realidad de la caótica y final expulsión, ilegal, de los menores tras el masivo asalto a Melilla. De una red de ferrocarriles modélica a una sucesión de incidencias en la misma, sin hablar del tren a Extremadura (al que tendremos que acostumbrarnos). De un sistema sanitario bueno a un sistema con muchos problemas, los tractores en los bloqueos, el sector industrial reduciéndose, el PIB bajando, la deuda subiendo, y el icono de la democracia con pajarita mientras mueren guardias civiles sin medios…. Mientras el rey, ante los nuevos jueces, es el que hace el discurso democrático, y por defensor de la ley, republicano. El monarca defendiendo la democracia y la libertad.

Uno no tenía demasiada confianza en los Borbones. Nos organizaron varias guerras civiles con sus pretendientes. La liberal, Isabel, entre devaneos amorosos (la malcasaron a la pobre) y accesos místicos con la monja de las llagas, aceptó con gusto una época de carlismo sin don Carlos, que acabaría la Gloriosa, a la que siguió una nefasta república, que hizo aceptable la Restauración. Hasta que otra vez, tras devaneos militaristas, el rey cayó junto con la dictadura de Primo de Rivera, para que viniera otra república, con otra guerra civil, con otra dictadura como colofón, que acabara con restauración. Pero hoy el rey significa, estabilidad, democracia, sometimiento a la legalidad. Y la izquierda, que se llama de progreso, significa deterioro, inestabilidad, empobrecimiento, arbitrariedad, desigualdad, ruptura, y reacción. Izquierda reaccionaria, calificativo preciso, acuñado por Félix Ovejero. Un rey constitucional frente a un Gobierno en post del absolutismo.

La inversión del PSOE, de un partido constitucional a un partido que propone la impunidad de los sediciosos, que no sabe qué es una nación (demostrado con el invento de la plurinacionalidad), que dotó en su reciente pasado de estabilidad democrática y económica al país asumiendo riesgos importantes como la reconversión industrial y la entrada en la OTAN, superando el secular problema militar, que facilitó una ejemplar alternancia a la derecha (posibilitando a la vez una cierta ósmosis política entre ambas, especialmente en el sostenimiento del estado de bienestar)… ese partido hoy no existe. No es democrático, es caudillista, es demagógico hasta el exceso en la mentira, es derrochador, es populista frente a su pasado socialdemócrata, es woke, identitarista, frente a la universalidad de sus orígenes internacionalistas, irrespetuoso con la separación de los poderes del Estado, colonizador de toda institución, aliado y potenciador de los destructores del estado democrático…. El PSOE ya no existe. Tiene razón Guerra, él no ha cambiado, ha cambiado su partido.

A la derecha española le falta ser una fuerza coherente, demasiado tiempo fue delegacionista. Delegaba en el rey, o lo que es peor, en los militares, la búsqueda de solución de los problemas, le falta agilidad. Pero, así como supo asumir de la socialdemocracia el estado de bienestar, se vio liberada del tradicionalismo reaccionario, que hoy subyace en los nacionalismos periféricos, y del dogmatismo religioso y acrático de confesionario, que acabó en la izquierda radical, mostrándose con sus límites, todavía evidentes, como la opción de la estabilidad política, del estado de derecho, de la unidad nacional y de la libertad. Aunque todavía le falte trecho por andar seducida por un tradicionalismo del que no acaba del todo de desgajarse. Ahora empiezo a entender la inversión en los partidos en USA.