IGNACIO CAMACHO-ABC

  • Salvo repetición electoral inmediata, al PP le espera otra travesía del desierto. Triste, áspera y sin fecha de llegada

Como no va a haber pacto de Estado que valga, por desgracia, al Partido Popular le espera una nueva travesía del desierto, dura, lenta, áspera y probablemente larga. Empezará cuando la investidura de Feijóo reciba el voto negativo de la Cámara y no tiene fecha de llegada porque dependerá de una serie muy compleja de circunstancias. Ni siquiera es posible barruntar si el actual líder será el que llegue a la tierra prometida; de momento los principales ‘barones’ han apretado filas pero las conspiraciones cainitas son un clásico de la política y el gatillazo del domingo ha dejado un clima de frustración que no ofrece ninguna garantía de que la digestión del fracaso vaya a ser tranquila.

La decisión de postularse para la Presidencia es arriesgada pero correcta. Ha ganado las elecciones y tiene el derecho y el deber de presentar la oferta que lo ha convertido en candidato de la primera fuerza. Si eludiese ese compromiso, como hizo Arrimadas en Cataluña, la decepción de sus votantes sería aún más intensa y empezaría mal la ya de por sí amarga legislatura que le espera ante el previsible frente común del separatismo y la izquierda. Aunque vaya a perder la votación, a estas alturas todo el mundo es consciente de que las expectativas de vuelco han quedado insatisfechas y siempre será mejor asumirlo alzando la cabeza que resignarse con espíritu derrotista a una ingrata situación de inferioridad manifiesta.

Luego, si Sánchez sale investido –y es casi seguro que saldrá, dicho sea con todas las cautelas aconsejables tras la sorpresa del recuento–, el PP tendrá que organizar la oposición para un mandato quizás más duradero de lo que pinta la aparente fragmentación de los socios de Gobierno. No está mal pertrechado: tiene mayoría absoluta en el Senado y relativa en el Congreso, más una hegemonía territorial abrumadora en comunidades y ayuntamientos. Este es su punto más fuerte porque es donde están los servicios públicos y la capacidad de distribución de recursos concretos. En el Estado descentralizado, una autonomía dispone de más poder real que la mitad o más de los ministerios, y once juntas forman un verdadero bloque de contrapeso. El destino de Feijóo dependerá de su aptitud para coordinar todo ese arsenal político con disciplina de movimientos y talento estratégico.

Y en este punto toca volver al principio: las posibilidades de ganar en el futuro están vinculadas a la unidad del partido, a la homogeneidad interna, a la solidez de sus vínculos y a la resistencia que sus cuadros directivos opongan a la recurrente tentación del suicidio. Salvo que en otoño hubiese que repetir los comicios –y aun en ese caso–, parece pronto para quemar energías y aspirantes en el debate sobre un eventual liderazgo alternativo. El responsable del intento fallido va a tener por ahora suficiente castigo en la gestión de un penoso rearme anímico.