IGNACIO CAMACHO-ABC

Rivera ha vuelto en tromba contra Sánchez para investirse como jefe de la oposición ante un PP con la sede vacante

CON el PP en sede vacante y cónclave revuelto, y con Sánchez derretido –en sentido metafórico y literal– ante Torra en los jardines de la Moncloa, Albert Rivera pronunció en el Foro ABC un discurso de investidura… como jefe de la oposición. Una carga de caballería dialéctica contra el nuevo presidente, al que convirtió en una caricatura del Chamberlain del apaciguamiento, arrodillado ante un supremacista que además se permite tratarlo con desprecio. El líder de Ciudadanos niega haberse dejado atrapar, tras la moción de censura, en una burbuja de aturdimiento, pero la realidad es que sabe que se le espera y ayer decidió lanzarse a pecho descubierto. Lo hizo con una requisitoria antinacionalista, un alegato compacto, contundente y severo en el que acusó al separatismo de estar rearmando otro golpe ante la complicidad pasiva del Gobierno, y con una llamada a la España de las banderas para sacudirse los complejos. Se diría que es consciente de que se le echaba de menos tras un mes largo de dudas, vacilación y silencio, y bajo los frescos modernistas del Casino de la calle Alcalá, mientras Torra reclamaba la autodeterminación en una comparecencia a ochocientos metros, tronó en una soflama constitucionalista como si tuviese prisa por recuperar terreno.

Durante tres cuartos de hora, Rivera utilizó a Sánchez como una diana. Lo tildó de entreguista, de chollo para el independentismo, de aferrarse a su arribista ambición personal a costa de hipotecar España. Quizá nunca se le haya oído en el Congreso una embestida tan frontal contra su antiguo aliado, con el que llegó a firmar una alianza. Después de dos pactos sucesivos, con el PSOE y con el PP, no ocultaba sus ganas de moverse sin amarras. La ausencia de liderazgo en la derecha parece haberle despertado una energía anestesiada. Sin conocer cuánto va a durar la legislatura, su tono es ya el de un candidato en campaña. Y la defensa del Estado frente al desafío nacional-populista apunta como eje de su programa.

Por ahí lo va a intentar desarmar el presidente, cuya complaciente estrategia de «deshielo» con el soberanismo trata de aminorar la sensación de conflicto, de evitar que las expectativas de Cs crezcan en el ruido. Aunque para ello tenga que fingir que no ve en la solapa de Torra el provocador lazo amarillo. En un momento dado, Juan Fernández-Miranda le preguntó a Rivera por su ideología y el interpelado se acogió al mantra ecléctico del centrismo. Pero el centro no es una idea, sino un sitio, que se define por dónde lo colocan a uno los demás, no por el propio compromiso. Y Sánchez quiere birlarle a Rivera la posición, no para situarse entre la izquierda y la derecha sino entre la derecha y el nacionalismo. Ése va a ser el duelo electoral, en el que falta por comparecer un actor decisivo: un PP que aún debe definir cuánto pesa en las urnas el bloque del constitucionalismo.