Armando Zerolo-El Español
  • Creen firmemente que sólo se puede ser demócrata si se es de izquierdas, y que la derecha no cabe en un sistema democrático ideal. Porque la derecha, en esencia, nunca ha sido democrática.

Ignacio Escolar me ha mandado una carta porque estoy suscrito a El Diario.

Me gusta leerlo, dice cosas inteligentes con mucha frecuencia.

Esta vez se trata de un mensaje promocional. Nos lo ha mandado a muchos. Se titula La Transición que no nos contaron y dice que hay dos preguntas que pocas personas saben contestar.

1. ¿Cuántos años tenía Juan Carlos de Borbón el día que mató a su hermano?

2. ¿Cuánto tiempo pasó desde que Tejero entró armado en el Congreso hasta que el rey salió a defender la Constitución?

Según Escolar, los silencios a estas preguntas hablan de “un mito fundacional incuestionable”. Nos hemos creído una versión de la Transición orquestada siguiendo las órdenes directas del franquismo.

Cincuenta años después vienen a desvelar “la verdad”. Que la Transición no fue “lo que nos contaron”. Nos hemos tragado un relato que pesa sobre nuestra política y que condiciona el debate público “protegiendo viejas inercias de poder”.

Recordar “la verdad” es, para el redactor de la carta, “una condición imprescindible para una democracia adulta”. Y “la verdad”, concluye, es que la Transición no la hizo el rey, sino “la calle”.

Esto es lo que dice la carta de Ignacio Escolar.

¿Pero qué significa?

Que la Transición la hizo la izquierda a pesar de la derecha.

Y, por tanto, para que la democracia llegue a ser adulta después de esta larga pubertad, lo que tiene que hacer es liberarse de los franquistas que han construido el mito de la Transición. Porque la única realidad, para cierta izquierda española, es que la Transición la hizo la izquierda a pesar de la derecha.

Creen firmemente que sólo se puede ser demócrata si se es de izquierdas, y que la derecha no cabe en un sistema democrático ideal. Porque la derecha, en esencia, nunca ha sido democrática.

Por tanto, según ellos, la democracia española sólo tiene un problema, y es la derecha.

¡Adiós al pluralismo!

Esa derecha tan pesada, tan antidemocrática y tan poco comprometida con el pluralismo político tiene la fastidiosa habilidad de instalarse en las instituciones. Por eso, a la izquierda democrática, plural y progresista sólo le queda la calle. “La calle”, esa realidad abstracta y ambigua, es la soberana.

Lo de la nación es un cuento chino, y la representación parlamentaria, una farsa.

La calle es de izquierdas, y España es la calle. Todo lo demás es fascismo.

Las instituciones son el resto franquista que sólo hay que respetar cuando gobierna la izquierda. Por eso, si las Cortes, la Judicatura o el Gobierno no están con “la calle”, la calle estará contra ellas.

Que lo digan como quieran, pero ya sabemos que esto es la democracia plebiscitaria y anticonstitucional que significa “o el poder o la revolución”.

O tienen las instituciones, o las asaltan desde la calle. Recuerden el Rodea el Parlamento o los escraches de hace unos años, no tantos.

Hay una izquierda que ya se está preparando para una Transición 2.0. Ante el posible (que no tan probable como algunos desean) acceso al poder de la derecha en España, la izquierda calienta la calle y saca la carta que guardaba en la manga para ganar el órdago: el rey.

Ya no lo ocultan. La Monarquía para ellos es la rémora del franquismo y el obstáculo a despejar si se desea una verdadera democracia.

La princesa Leonor junto a Felipe VI.

La princesa Leonor junto a Felipe VI.

Hay que asumir que es un hecho que la Transición, tal y como la conocimos, está amortizada. Hay una parte de los españoles que dan por rotos los grandes pactos y, principalmente, reniegan del principio de la unidad del Estado y de la necesaria convivencia de la derecha y la izquierda. Sin unidad y pluralismo no hay democracia, y ya son unos cuantos los que han optado por la ruptura.

¿Qué hacer ante esto? Se puede apostar por la ruptura también, pero desde el otro lado, e ir a fondo contra las autonomías, la Corona, el partidismo pluralista y la Unión Europea, y atrincherarse en un discurso de ruptura, ¡a saco contra todo!

Estamos cada vez más abocados a una voladura descontrolada del sistema constitucional. Pero no por la fuerza de las circunstancias, sino por no hacer lo que hay que hacer.

Una vez que se ha roto el pacto fundacional, que una izquierda no acepta la legitimidad de la Transición, y otra derecha desea su final, entonces es evidente que se puede y se debe volver a poner todo en cuestión.

La derecha liberal debe tomar la iniciativa en una renovación de los pactos fundacionales. Tiene que revisar los acuerdos territoriales, generacionales y democráticos desde las nuevas circunstancias, después de haber tomado nota de las nuevas amenazas a las que se enfrenta la libertad.

La derecha liberal, ahora sí, se tiene que atrever a ilegalizar los nacionalismos rupturistas, replantear el Estado de bienestar y la redistribución de la riqueza, y reforzar la separación de poderes.

Hay líneas rojas que hay que repintar con una brocha más gruesa.

Si unos han roto el pacto, los otros deben replantearlo. Lo que no tiene sentido es seguir reivindicando unas normas que ya no son reconocidas por todos.